En un capítulo inédito en la historia reciente de Venezuela, casi un caso de estudio político, y tras una muy corta campaña después del fallecimiento del presidente Hugo Chávez el 5 de marzo, el candidato del oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela, Nicolás Maduro, ha ganado las elecciones de este domingo al opositor Henrique Capriles Radonski, de la coalición Mesa de la Unidad Democrática, por un estrechísimo margen de 235.135 votos.
Cerradas las mesas entre las 6.00 y 7.00 pm, después de un extenuante conteo que mantuvo al país en estado de nervios, sobre todo por los resultados que arrojaban las encuestas a pie de urna que alegraban el comando Simón Bolívar, el resultado al filo de la noche que informaron las autoridades electorales ha dejado mal sabor de boca a los electores del candidato opositor, quien se ha negado a reconocer los resultados hasta tanto se haga un recuento de todas las papeletas, una a una, debido a las 3.200 irregularidades detectadas por su equipo.
Tibisay Lucena, presidenta del Consejo Nacional Electoral, ha dado a conocer el primer boletín basado en 99,12% de los datos escrutados, según el cual Maduro logra 7.505.338 (50,66%) y Capriles Radonski, 7.270.203 (49,07%).
Lo cierto es que Capriles casi muerde la victoria, contra todo pronóstico, cuando casi todas las encuestas de intención de voto lo daban perdedor en porcentajes que variaban entre 10% y 20%. La realidad es que apenas un 1% lo ha separado de la meta.
El joven gobernador del estado Miranda compitió en condiciones totalmente adversas contra un candidato que -aunque desangelado y de discurso limitado- utilizó el fantasma de Chávez como trampolín a Miraflores, y dispuso de todos los recursos del Estado para organizar y movilizar a sus votantes; con un árbitro dominado por el oficialismo y un electorado opositor que venía de transitar por dos derrotas muy cercanas, la del 7 de octubre y el 16 de diciembre (gobernaciones).
Ganar perdiendo, perder ganando
Aunque ha triunfado, Maduro obtiene un pésimo resultado si se tiene en cuenta la contundencia que logró su mentor Hugo Chávez elección tras elección durante 14 años consecutivos. No sólo no ha podido alcanzar la anhelada meta de los 10 millones de votos, sino que ha reducido en 685.794 sufragios el resultado del 7 de octubre, una caída de cerca de cinco puntos porcentuales.
Antes del domingo, distintos analistas explicaban que la única forma posible de una victoria sobre Maduro era que toda la oposición votase completa y el chavismo se abstuviese. Capriles hizo los deberes y ha superado su propia marca en 678.899 votos, reconquistando estados de importante valor estratégico electoral como Táchira y Zulia. Si se toma en cuenta que el nivel de participación fue de casi 80%, muy similar a los anteriores comicios, es obvio que operó no tanto la abstención sino más bien un trasiego de votos chavistas hacia Capriles. Pero no es de extrañarse.
Capriles, perdiendo de esta forma, se hace con un valioso capital político que le permite encarar con propiedad al nuevo gobierno y erigirse como un líder sólido
Se calcula que el “chavismo light” -como se le suele denominar al segmento de simpatizantes que sin un pegamento ideológico muy sólido acostumbraba a votar al fallecido presidente- puede llegar a 1.800.000 personas. Se trata de aquellos que hallaban en Chávez una conexión simbólica y una identificación muy fuerte, aunque también recibían los beneficios de su agenda social. Cuando el líder ya no está, hay poca empatía con el sucesor y los problemas básicos (la inflación, la delincuencia, los cortes de luz, la escasez de alimentos) comienzan a afectar seriamente la vida cotidiana, pueden deslizar su preferencia electoral hacia otras opciones. Resta el “núcleo duro” del chavismo, que no ha votado a Maduro, sino a pesar de él.
Lectura errónea de primer momento
El resultado ya ha repicado al interior del partido. El muy influyente Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional, apenas conocerse el boletín oficial ha escrito en su cuenta de Twitter que estos resultados obligan a una "profunda autocrítica". Un analista en la línea del partido oficial, Nicmer Evans, opinó que “es una victoria para reflexionar”. Sin embargo, en su discurso desde el balcón del palacio de Miraflores, rodeado de familiares y colaboradores que poca alegría mostraban en sus rostros, Maduro parece haber leído su victoria con un tono poco ajustado a lo que ocurrió ayer en Venezuela, sobre todo ante el manto de dudas que empaña la pulcritud del proceso electoral.
Maduro ha reducido en 685.794 sufragios el resultado del 7 de octubre, una caída de cerca de cinco puntos porcentuales
“Aquí no habrá pacto de élites sino diálogo bolivariano”, ha dicho un Maduro que pareciera ignorar que el país está escindido en dos partes casi iguales y su gobierno, con pies de barro, se inicia con unas carencias que, más temprano que tarde, lo obligarán a reconocer a su contrafigura y entablar un diálogo político si desea sobrevivir los seis años que comenzarán a contar dentro de pocos días. Capriles, perdiendo de esta forma, se hace con un valioso capital político que le permite encarar con propiedad al nuevo gobierno y erigirse como un líder sólido de la oposición luego de 14 años de transitar en el desierto. Al declarar desde su comando de campaña, después de la corta alocución de Maduro, el gobernador ha dicho: “Yo no pacto ni con la mentira ni con la corrupción, menos con la ilegitimidad. Yo pauto con Dios y los venezolanos. Hoy usted y su gobierno son los derrotados”. Una lectura que no deja de tener razón. En poco más de cien días el “chavismo sin Chávez” ha lanzado señales claras de haber perdido la brújula y sufrir una erosión que, de no atajarla a tiempo, puede tirar por la borda el proyecto del fallecido comandante presidente.