Israel asume que aún no ha depurado todas las responsabilidades por la masacre del 7 de octubre de 2023, hace exactamente un año. Ese día, Hamás asaltó a sangre y fuego los puntos residenciales más próximos a la Franja de Gaza: más de 1.200 personas fueron asesinadas y más de 250 fueron secuestradas, en un ataque sin precedentes sobre el territorio israelí. La guerra que propició aquel ataque terrorista -y que hoy se libra en los frentes de Gaza y Líbano, a expensas de la actuación sobre Irán y la crisis que se extiende por todo Oriente Medio- ha impedido que, de momento, se desarrolle una investigación exhaustiva sobre los protocolos y responsabilidades que fallaron aquel día.
Todavía no hay explicaciones convincentes sobre por qué no se activaron todos los mecanismos de defensa cuando las mujeres soldado israelíes que guardaban los puestos fronterizos alertaron de movimientos extraños cerca de sus posiciones. También se ha filtrado que en vísperas de los ataques del 7 de octubre se activaron miles de tarjetas SIM en la Franja de Gaza; un gesto extraño que entonces pasó inadvertido. Y es de sobra conocido que el Ejército israelí tardó demasiado en responder al ataque, especialmente en algunos de los kibutz más afectados por la embestida terrorista.
Pero si hay un lugar que represente “el mayor fallo de seguridad” del pasado 7 de octubre -en palabras del capitán Roni Kaplan, portavoz de las Fuerzas de Defensa de Israel-, ése es Nir Oz, un kibutz que dista 1,6 kilómetros de Jan Yunis, una de las localidades gazatíes donde aún hoy, un año después, se mantiene la ofensiva militar.
“Hubo muchos fallos de seguridad ese día, y Nir Oz es el mayor fallo de esos fallos de seguridad”, apunta el capitán Kaplan, en relación a las más de seis horas que los terroristas camparon a sus anchas por el kibutz [comunidad de vecinos que comparten parte de su salario para el mantenimiento del espacio compartido]. El portavoz militar habla de “asesinatos, secuestros y violaciones”: “En otros lugares se recuperaron decenas de cuerpos de terroristas debido a los cruentos enfrentamientos. Aquí sólo dos: uno estaba en un matorral y otro era un terrorista extremadamente grande, que quizá abandonaron porque no podían cargar con él”.
Las cifras hablan por sí solas. En Nir Oz vivían 417 personas. 117 fueron asesinadas o secuestradas. Equipos especializados han rastreado entre montañas de cenizas y escombros para identificar restos humanos y así certificar los decesos. Amitai, de 80 años, fue asesinado y su ayudante, de origen filipino, secuestrado. Los hermanos Iair y Eitan Horn aún siguen desaparecidos. En la casa de Ofelia Roitman todavía se aprecian charcos de sangre e impactos de bala en la puerta del refugio.
El ataque al kibutz
Porque el ataque a Nir Oz fue principalmente terrestre. Rondaban las 6.30 de la mañana cuando sonaron las alarmas. Sus inquilinos, siguiendo el protocolo habitual, accedieron a sus refugios. En cada casa hay uno. Pero los refugios están preparados para proteger de un ataque balístico, no de un individuo armado de Hamás o la Yihad Islámica que forcejea la puerta y vacía su cargador para matar o secuestrar.
Kfir Bibas, de 4 meses, es el más joven de todos los secuestrados. Junto a su hermano Ariel, de 4 años, y sus padres Yarden y Shiri, forman parte de la lista de 101 oficialmente retenidos en la Franja de Gaza. Los terroristas grabaron el asalto a su vivienda con una cámara corporal. Hay certezas sobre su traslado a los túneles, pero no hay pruebas de vida fehacientes.
Una ventana entreabierta muestra el interior de una habitación. Una pequeña litera y unos dibujos hechos a mano con trazos infantiles revelan que era el cuarto de unos niños. La sangre reseca se pudre sobre las sábanas, un año después.
El Ejército ha marcado cada una de las viviendas con varios símbolos. Unos dicen si dentro había cuerpos tras los ataques del 7 de octubre. Otros determinan si la casa se puede reacondicionar o si, por el contrario, debe ser demolida debido a su estado de colapso. Los cuerpos de los fallecidos fueron trasladados al comedor principal. Meses después el hedor seguía impregnado en las paredes.
Los pocos inquilinos que han regresado a Nir Oz han dispuesto una mesa alargada con platos para cada uno de los secuestrados, a la espera de que sean liberados un año después. Pese a sus esfuerzos por reactivar algunos de los espacios comunes o zonas ajardinadas, el escenario es de desolación. Desde aquí no dejan de sonar de forma incesante los estruendos de la artillería en la ofensiva militar que Israel mantiene sobre Gaza.
Fuentes militares aseguran que ya se han desmantelado 23 de los 24 batallones de Hamás que operaban en la Franja de Gaza. Organismos internacionales como la ONU o la Unión Europea denuncian la contundencia de los ataques israelíes y el elevado número de víctimas civiles. El país hebreo asegura que mantendrá su despliegue en la Franja hasta “acabar por completo” con las estructuras militares y políticas de Hamás.
El 8 de octubre, un día después del golpe asestado por Hamás, Hezbolá -que también está en la órbita de Irán- lanzó sus primeros proyectiles contra territorio israelí desde la frontera del Líbano. Y ahora, un año después, este es el frente militar de mayor envergadura, registrándose enfrentamientos directos entre fuerzas israelíes y de la milicia terrorista, que en el camino ha perdido a su histórico dirigente Hasan Nasralah.
Y ahora, tras el ataque balístico de Irán, altos mandos israelíes y estadounidenses calibran la respuesta militar contra el régimen de los ayatolás, en una escalada bélica que amenaza con desestabilizar toda la región.
Un año de guerra que tiene el ataque de Hamás como punto de partida. Un fallo de seguridad que encuentra su máximo exponente en el kibutz de Nir Oz.