Desde prácticamente el inicio de la guerra de Ucrania, los medios de comunicación han informado del posible uso de agentes químicos tóxicos por parte de ambos contendientes. La primera denuncia fue efectuada por las autoridades ucranianas en abril de 2022, cuando comunicaron el lanzamiento desde un dron de una sustancia venenosa de color blanco y naturaleza desconocida sobre la acería de Azovstal, en la ciudad de Mariúpol.
Este hipotético ataque, y otros notificados después, aunque investigados por los países aliados de Ucrania, no han podido ser verificados ni por los responsables de la Unión Europea, ni por el Departamento de Defensa de Estados Unidos, a pesar de las intensas campañas de propaganda, desinformación y fake news generadas fundamentalmente desde Rusia.
La producción a gran escala de armas de destrucción masiva, y entre ellas las armas químicas, tuvo lugar durante la I Guerra Mundial, por parte de ambos bandos enfrentados. En ese momento, se trataba de agentes neumotóxicos y vesicantes, como el cloro, fosgeno, difosgeno, o la iperita o gas mostaza, que dan lugar a lesiones ampollosas de muy mala evolución y cura, y que ocasionaron 1,3 millones de bajas.
Durante la II Guerra Mundial, la Alemania nazi desarrolló las denominadas sustancias neurotóxicas (tabún, sarín, somán), aunque, afortunadamente, no llegaron nunca a ser utilizadas en este conflicto. Sin embargo, tras la contienda, continuó la investigación y desarrollo de los agentes neurotóxicos por parte de EEUU, Reino Unido y, sobre todo, la Unión Soviética.
¿Cómo actúan los agentes nerviosos?
Los agentes nerviosos se caracterizan por inhibir de forma irreversible la enzima acetilcolinesterasa, responsable de la metabolización de la acetilcolina en las sinapsis nerviosas.
De esta forma, el exceso de acetilcolina ocasiona un cuadro de intoxicación caracterizado por miosis, conjuntivitis, tos, disnea, cianosis, arritmias, erupciones cutáneas, náuseas, vómitos, diarrea, dolor abdominal, temblores y convulsiones o confusión. Si la dosis es lo suficientemente elevada, ocasiona un colapso cardiopulmonar y la muerte sobreviene en varios minutos.
Las estimaciones realizadas por diversas agencias occidentales hablan de más de 80.000 toneladas de agentes químicos acumulados desde la época soviética, lo que haría de Rusia el primer país del mundo en reservas de todo tipo de armas químicas (desde las convencionales lewisita, gas mostaza y fosgeno, hasta las sustancias neurotóxicas como el sarín y el VX).
Además, entre 1970 y 1990 se desarrolló, en el marco de un programa secreto, una cuarta generación de agentes neurotóxicos, denominados novichok (“recién llegado”, en ruso), derivados de los agentes de la serie G y de la serie V, dentro del Pograma “Foliant”, bajo el auspicio del Ministerio de Defensa soviético.
Estas sustancias son hasta ocho veces más tóxicas que el agente VX ruso, algunas más volátiles y otras de carácter sólido. Además, son sustancias seguras de transportar y almacenar, y sus efectos carecen de tratamiento, por lo que se consideran los agentes nerviosos más mortales que jamás se han desarrollado.
También hay que tener presente que algunos de estos agentes novichok no han estado incluidos en las listas de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPCW), pues químicamente son similares a la mayoría de los agentes organofosforados utilizados en agricultura como pesticidas y herbicidas, y no son fosfonatos, como la mayoría de las armas químicas incluidas en estas listas.
Esto hace que sean sustancias ideales para engañar a los inspectores y eludir el listado de agentes químicos controlados, no pudiendo haber avanzado en su prevención y control, a pesar de que el presidente ruso Vladimir Putin informara en 2017 que se había destruido todo el arsenal químico de su país.
Todo ello hace de los novichoks excelentes herramientas para fines terroristas. Baste recordar su uso en el intento de asesinato, en 2018, del exoficial del Departamento Central de Inteligencia de Rusia, Sergei Skripal, y su hija Yulia, cerca de un centro comercial de Salisbury, en el Reino Unido.
Este ataque hizo que la OPCW anunciara la decisión de prohibir explícitamente los novichoks el 27 de noviembre de 2019. Sin embargo, más recientemente, Rusia volvió a atentar con un novichok que no estaba incluido en la lista fiscalizada de la OPCW contra el disidente ruso y activista anticorrupción Alexéi Navalni, el 20 de agosto de 2020, durante un vuelo de Tomsk a Moscú. Estos episodios han evidenciado que este tipo de armas químicas están lejos de ser controladas, y, en la actualidad, se desconoce de qué tipo de sustancias tóxicas dispone Rusia y cuál es el volumen de sus almacenes.
¿Por qué es improbable el uso de estas peligrosas armas?
Todos estos datos inciden en el peligro del uso de este tipo de amenaza bélica en la guerra de Ucrania. Estos agentes podrían ser liberados mediante proyectiles de artillería, misiles o dispositivos rociadores acoplados a drones u otro tipo de aeronaves. No obstante, su empleo sería difícilmente justificable por parte de la Federación Rusa, por varios motivos:
- Rusia, al igual que Ucrania, es un país signatario de la Convención de la OPCW, que prohíbe el uso de armas químicas bajo cualquier circunstancia (además de su producción y almacenamiento), y su incumplimiento supondría su expulsión de todas las organizaciones internacionales reguladoras y controladoras de conflictos.
- Su uso supondría una enorme escalada en la contienda, cuyas consecuencias, sobre todo para Rusia, podrían ser devastadoras. El secretario general de la OTAN ya advirtió de que este tipo de ataques podría afectar a países aliados vecinos, lo que replantearía la posición de la Alianza en el conflicto.
- Tras la “hipotética” destrucción de los arsenales químicos rusos, la puesta en marcha de la maquinaria para la fabricación de nuevos depósitos es más complicada, pues la comunidad internacional ha desarrollado instrumentos de fiscalización de las exportaciones, como el Chemical and Biological Export Control Group, denominado Grupo de Australia (1984) o la Iniciativa de Seguridad contra la Proliferación (Madrid, 2003), cuyo objetivo es detener la venta y compra de este tipo de armamento, de las tecnologías afines para fabricarlo y del material de doble uso.
- El poder disuasorio de los medios de comunicación, al ser un conflicto retransmitido en directo a través de los medios y de las redes sociales, es enorme y dada la naturaleza cruel de los ataques químicos, su uso tendría un impacto tremendamente devastador.
¿Por qué son una verdadera amenaza para la seguridad europea?
Pero hay dos circunstancias sumamente peligrosas que pueden constituir una verdadera amenaza de seguridad: los ataques estratégicos de “falsa bandera” para poder justificar un posterior uso, más amplio, de estas sustancias tóxicas, respondiendo a una “provocación previa”, y las acciones puntuales de terrorismo de Estado, algo en lo que los rusos poseen una notoria experiencia con los agentes tipo novichok, sin descartar su posible uso por actores no estatales con fines terroristas no claramente definidos.
Esto generaría en la población, amplificado por su efecto mediático, una sensación de terror y pánico característica de los objetivos de las organizaciones terroristas. Si estos grupos están apoyados en la sombra, con respaldo financiero, por un actor gubernamental, la probabilidad de que suceda aumentaría exponencialmente.
No obstante, aunque la circulación ilícita en el mercado de material químico refleja la existencia de un mercado paralelo poco conocido, la comisión de un ataque terrorista con agentes químicos puede considerarse “poco probable”.
En la actualidad, el empleo bélico de armas químicas por parte de Rusia en la guerra de Ucrania, sobre todo los novichoks, parece improbable, aunque no hay que descartar la preocupación real por este tipo de amenaza, que afectaría directamente a la seguridad de la Unión Europea, existiendo muchas incertidumbres que aún deben aclararse.
En cualquier caso, como se indica en la Resolución 687 de Naciones Unidas de 1991, estas armas suponen una auténtica amenaza “para la paz y seguridad” mundial, y deberían ser absolutamente erradicadas.
Francisco López-Muñoz, Profesor Titular de Farmacología y Vicerrector de Investigación y Ciencia, Universidad Camilo José Cela.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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