Los brasileños siguen asumiendo el impacto de lo sucedido el domingo, cuando cientos de bolsonaristas asaltaron el Congreso del país. Un caos que ya se veía venir teniendo en cuenta el cuestionamiento de Jair Bolsonaro a la elección de Lula da Silva como nuevo presidente de Brasil. De hecho, llegó a acusar al Supremo Tribunal Federal de estar en su contra y al sistema electoral de estar corrupto, erosionando drásticamente el discurso democrático en el país. Aunque se ha mantenido al margen de la invasión, es indiscutible que ha alentado a sus seguidores a dudar de la transparencia de la instituciones del país echando leña al fuego del conspiracionismo y el reaccionismo.
Desde que perdió las elecciones en octubre, Bolsonaro ha mantenido el perfil bajo aunque, eso sí, no ha mostrado un apoyo expreso a la Justicia brasileña o a los métodos electorales. De hecho, ni siquiera se presentó en la toma de poder de Lula da Silva hace una semana ya que cogió un vuelo a Florida, una señal clara del pasotismo hacia el nuevo proceso que vive Brasil y un hecho que deja claro el amplio margen dejado a los simpatizantes ultranacionalistas para tomar la justicia por su mano. Al ponerse de perfil, como Trump, es cómplice de los acontecimientos.
La aprobación tácita de Bolsonaro a sus simpatizantes ha ido generando un caldo de cultivo que ha desembocado en la toma de los edificios que representan el poder en Brasil. El asalto a los poderes brasileños ha sido la gota que ha colmado el vaso del descontento de la ultraderecha brasileña. Una ultraderecha al alza ya que, cabe recordar, Lula se hizo con la victoria por un margen de tan solo 1,8 puntos en la segunda vuelta contra el expresidente. El país quedó completamente polarizado. De esta forma, con el aliento de Jair Bolsonaro, los manifestantes llevan desde la pérdida de poder del ultranacionalista aumentando su resentimiento contra un Lula endemoniado en el discurso populista.
Para los asaltantes la imagen del actual presidente está completamente denostada. Encarcelado por corrupción en 2017 y habiendo pasado 18 meses en la cárcel, Lula da Silva simboliza la clase política corrupta que debería estar encarcelada y no gozar del mandato presidencial. El actual presidente es, para los bolsonaristas, un comunista radical que pretende imponer un régimen comunista similar al de Venezuela o Cuba que arruinaría Brasil. Y que conviene 'salvar' con un golpe sobre la mesa militar, que de hecho pidieron. Su mandato demoníaco para el pueblo más religioso (los evangelistas afines a Bolsonaro) le llevaron a desmentir al actual presidente en público que nunca había hecho un "pacto con el diablo".
Tensión acumulada
La tensión en Brasil se ha ido acumulando estos últimos meses. A lo largo del final del año 2022 se fueron estableciendo campamentos de radicales ultraconservadores en todo el país y frente al cuartel general del ejército, donde tuvieron que intervenir las fuerzas de seguridad arrestando hasta 1.200 personas este lunes. En diciembre, los simpatizantes incendiaron la sede de la Policía Federal en Brasilia y un simpatizante fue arrestado por intentar explotar una bomba antes de la toma de posesión de Lula el 1 de enero.
El papel que han desempeñado las fuerzas de seguridad para permitir lo ocurrido está estos días en el centro del debate. Fue el primer objetivo al que apuntó Lula da Silva en su discurso tras saberse el asalto al poner las fuerzas militares estatales a su disposición para contener a los manifestantes que ocuparon las sedes del Legislativo, Ejecutivo y Judicial en Brasilia. "Las gobernadoras y gobernadores brasileños se ponen a disposición para el envío de fuerzas militares estatales destinadas a apoyar la situación de normalidad nacional", publicó el Forum Nacional de Gobernadores que reúne a los 27 organismos que integran la federación brasileña. No es algo nuevo que hay arraigo bolsonarista dentro del Ejército brasileño. La narrativa de Bolsonaro a lo largo de su mandato sobre la seguridad en Brasil, y mantener a la gente a salvo, aseguró que tuviera aliados dentro de la policía y las fuerzas armadas.
Sin embargo, las escenas de violencia podrían haber sido mucho peores después de darse momentos de incertidumbre. Las imágenes de hordas de bolsonaristas zarandeando a un policía en un caballo y rompiendo el patrimonio de los edificios públicos quedaran grabadas en la retina de terremoto político vivido los últimos días. La violencia aún no ha acabado: el ministro de la Secretaría de Comunicación Social de Brasil, Paulo Pimenta, ha denunciado el robo de armas de fuego de la sala del Gabinete de Seguridad Institucional del Palacio del Planalto durante el asalto protagonizado por los seguidores del expresidente Jair Bolsonaro. "Cada uno de esos maletines tiene armas, armas letales y armas no letales que se han llevado", ha denunciado Pimenta en un vídeo publicado en sus redes sociales en el que se puede ver esos maletines vacíos. Aún queda por ver cuán honda ha sido la fractura en la sociedad brasileña.