Internacional

Siria no es país para periodistas: 15 asesinados y 27 secuestrados en 2014

Es uno de los territorios más antiguos y complejos del mundo, pero desde hace cuatro años vive inmerso en una guerra civil donde grupos yihadistas están cometiendo verdaderas atrocidades en nombre de Alá y los periodistas están siendo un objetivo principal para ellos.

  • Un integrante del Estado Islámico sostiene una bandera de la organización

Esta semana conocíamos la desagradable noticia referente a los tres periodistas españoles desaparecidos en Siria -a falta de confirmación de un posible secuestro por tropas del Estado Islámico (EI)-. Los freelances Antonio Pampliega, José Manuel López y Ángel Sastre trabajaban sobre el terreno para ofrecernos información de un conflicto que se está desenvolviendo en una de las zonas más oscuras de todo el planeta Tierra. Y es que Oriente Medio, y sobre todo Siria e Irak, se ha convertido en una auténtica trampa para informadores provenientes de los países occidentales.

En 2014, Siria continuó con la tendencia fatal confirmada en 2013, ya que el informe anual de Reporteros Sin Fronteras (RSF) califica al país como “el más mortífero para desarrollar la profesión periodística”. Quince informadores murieron asesinados durante el pasado año, víctimas de crímenes brutales y crueles. Además, 17 internautas y activistas fueron ejecutados y otros 27 periodistas, secuestrados. Ellos son el resultado de la industria sangrienta de raptos y decapitaciones del autodenominado grupo terrorista Estado Islámico -Daesh, según sus siglas en árabe-.

La zona bajo el gobierno de al-Assad comprende el 65% del terreno total del país y alberga alrededor del 80% de la población, donde la inseguridad para periodistas se reduce drásticamente

Con una población cercana a los 20 millones de habitantes, Siria es uno de los países más antiguos y más complejos del mundo. Cuna de las tres religiones monoteístas principales -de ahí su multiconfesionalidad- y emplazado en una posición estratégica por sus oleoductos y la producción de petróleo. “Es un lugar complicado para cubrir periodísticamente y como es largo de explicar, normalmente se le escapa al público”, afirma Pablo Sapag, periodista y profesor en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense. Sapag es de procedencia siria y, además, trabajó como corresponsal en tiempos anteriores a la crisis iniciada en 2011: “Se están cometiendo errores gravísimos a la hora de tratar la información que allí acontece”.

Para el profesor hay que distinguir entre las dos escisiones totalmente diferentes que se dan en Siria: la que está bajo el control gubernamental de Bashar al-Assad y el territorio ocupado por diversos grupos terroristas. Así, el sector oficialista o estatal comprende el 65% del terreno total del país y alberga alrededor del 80% de la población, donde la inseguridad para periodistas se reduce drásticamente. “En esta parte, los desplazamientos se realizan con muchas más garantías porque se hacen con gente del Ejército sirio y el gobierno de Al-Assad no tiene ningún interés de que le ocurra nada a un periodista, pues darían una imagen de debilidad”, reconoce Sapag.

En cierta medida, la parte estatal de Siria es la circunscripción más segura para acceder al país, puesto que informadores tan prestigiosos y críticos con el Gobierno sirio, como Robert Fisk y Patrick Cockburn del diario británico The Independent, o los periodistas españoles Natalia Sancha y Tomás Alcoverro, han conseguido entrar con el visado oficial y han dado fe de ello en sus crónicas publicadas sobre el conflicto sirio.

Por otra parte, está el área controlada -o descontrolada- por aquellos que en su día se nombraron como “rebeldes moderados”, armándolos para luchar contra Al-Assad, y que hoy integran diferentes grupos yihadistas con el armamento proporcionado por las potencias occidentales. Es el caso de Jabhat al-Nusra (marca blanca de Al Qaeda en Siria), Estado Islámico y otras agrupaciones menores que se camuflan con diferentes siglas. “Es una región atomizada, sin continuidad geográfica y de poder. Esto es lo verdaderamente peligroso”, apunta Pablo Sapag.

En este sentido, al profesor de la Universidad Complutense le han sorprendido las declaraciones protagonizadas por el ministro de Justicia español, Rafael Catalá, en las que informaba sobre el establecimiento de conversaciones con el gobierno de Al-Assad para conocer el paradero de los tres españoles desaparecidos: “No tiene sentido. Los compañeros han desaparecido en un lugar que el Gobierno sirio no controla, además España cerró su embajada en Damasco en 2012. Es mejor que le pidan explicaciones a Turquía, que es por donde entraron. Son los turcos los que llevan sin controlar cuatro años sus fronteras”.

En cuanto al abanico de riesgos que corren los periodistas, Sapag indica tres niveles motivacionales que se aprecian entre las bandas que operan en la zona. “En un primer lugar estarían los grupos delictivos que actúan simplemente por dinero; después los que poseen una agenda político-religiosa y tienen la intención de invertir el dinero conseguido en su lucha existencial; y, por último y más peligroso, está el Estado Islámico que secuestra con el objetivo de hacer campañas de propaganda a escala mundial”, describe Sapag. También alerta de que los fixer -guías autóctonos que acompañan a los periodistas- venden información sobre los reporteros para mejorar sus precarias situaciones vitales: “Están sometidos a condiciones extremas: sin agua o luz. Por ejemplo, al-Nusra ha tenido secuestrada la planta de agua de Alepo durante varias semanas. Lo hacen por salvar a sus hijos, irse de allí o comprar algo en el mercado negro”.

¿Qué conocemos sobre el Estado Islámico?

Hace más de un año que el Estado Islámico tomó la ciudad de Mosul (Irak), y aún son muchas las incógnitas que quedan por despejarse sobre qué es, lo que representa y el futuro que le espera al grupo terrorista. Ni siquiera líderes políticos de la talla de Barack Obama o, su jefe de operaciones especiales en Oriente Próximo, Michael K. Nagata entienden muy bien el concepto, tal y como mostraba el pasado mes de diciembre The New York Times en unos comentarios confidenciales hechos públicos.

Surge en 2003 para hacer frente a la denominada Coalición de la Voluntad en la invasión de Irak, formada por Estados Unidos, Reino Unido, España e Italia, entre otras potencias. Inicialmente, y bajo el mandato de Abu Musab al Zarqui, actúa como una organización terrorista próxima a Al Qaeda, pero a su muerte le releva en el poder Rashid al-Baghdadi. Es el nuevo líder quien proclama el Estado Islámico de Irak y emplaza su cuartel general en la ciudad de Baquba.

La figura de Rashid al-Baghdadi estuvo siempre rodeada de misterio: un intermediario próximo a Bin Laden informaba que era un personaje ficticio creado para dar un rostro local a una organización terrorista extranjera

La figura de Rashid al-Baghdadi estuvo siempre rodeada de misterio. Varias informaciones de marzo de 2007, en los medios de comunicación internacionales, recogían su muerte a manos de las fuerzas estadounidenses e iraquíes, pero en julio de ese mismo año, un intermediario autoproclamado de Osama bin Laden, Khaled al-Mashhadani, informaba que al-Baghdadi era un personaje ficticio creado para dar un rostro local a una organización terrorista extranjera. Incluso atribuyó sus declaraciones a un anónimo actor iraquí.

Sería el verdadero al-Baghdadi, cabecilla de la organización desde 2010, el que aprovechase la coyuntura de la guerra civil siria para conquistar gran parte de un territorio desatendido y designar en abril de 2013 el Estado Islámico de Irak y el Levante, conocido como ISIS por sus siglas en inglés. Abu Bakr al-Baghdadi se enfrentó duramente a Bashar al-Assad, a los nacionalistas kurdos y a otras fuerzas islamistas como el Frente Islámico. Esto desencadenó en una pugna estratégica con Al Qaeda, quien finalmente se desentendió del Daesh difundiendo un comunicado en el que explicaban que “ni les daban órdenes ni les asesoraban”.

Ambas agrupaciones paramilitares empelan tácticas terroristas y se plantean como movimientos de resistencia islámicos, por lo que sus estructuras conceptuales son muy similares. Provienen del salafismo, palabra árabe descendiente de assalafiya que significa predecesor. Estas vertientes radicales surgidas de la rama suní del islam hacen referencia a la obligación de emular el comportamiento en todos los sentidos de Mahoma y sus primeros colaboradores. Emplean el término yihad para referirse a la “guerra santa”, es decir, el uso de la violencia con motivación religiosa. No obstante, a muchos musulmanes les incomoda esa interpretación de una palabra que, según defienden, hace referencia al esfuerzo interior que tiene que realizar cada uno para ser mejor musulmán.

Pero el Estado Islámico ha ido más allá que Al Qaeda. Ha desarrollado una serie de conceptos existentes en el mahometismo y los ha llevado a su extremo. Es el caso de la hégira que equivale a la palabra emigración. Los miembros del Daesh hacen referencia a la hégira para evocar la nostalgia religiosa en su táctica de acoger combatientes yihadistas llegados desde cualquier punto del planeta, tergiversándolo con el viaje que realizó el profeta Mahoma desde La Meca hasta Medina en el año 622. Otro elemento icónico es su bandera negra, en la cual figura dentro del círculo blanco la shahada, declaración de fe de los musulmanes que reza “No hay más Dios que Alá y Muhammad (Mahoma) es su profeta”.

En este sentido, también han desarrollado otras nuevas ideas vinculadas a la creación de un Estado. Abu Bakr al-Baghdadi ha impuesto la jizya, un impuesto económico a las comunidades no musulmanas a cambio de permitirles vivir en su autoproclamado califato y con la condición de aceptar su autoridad. Igualmente, los juramentos de lealtad hacia el Estado Islámico reciben el nombre de baya’a. En los últimos meses muchas facciones salafistas repartidas por todo el mundo han jurado lealtad a la marca EI. Es el caso de Boko Haram, los yihadistas nigerianos autores del secuestro de centenares de niñas.

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