Alina aguarda nerviosa bajo una intensa lluvia a que un camión descargue decenas de cadáveres en la morgue de Bucha. Esta joven de 24 años tiene que reconocer el cuerpo de su padre, del que no sabe nada desde que las tropas rusas entraron a esta castigada localidad y masacraron a su población.
“Cada día traen nuevos cadáveres y vengo aquí a ver si encuentro a mi padre… A ver si lo encuentro entre todas estas personas muertas”, asevera Alina, rodeada de una decena de vecinos de Bucha que están en su misma situación.
Algunos llevan ya más de un mes tratando de identificar a sus seres queridos.
El padre de Alina tenía una granja en las afueras de Bucha, donde siguió cuidando de su ganado incluso cuando las tropas rusas se presentaron con los tanques delante de su casa. Hasta que un día ya nadie supo nada más de él.
Tras revisar uno por uno los cadáveres, algunos de ellos en un avanzado estado de descomposición y otros con signos de tortura, la joven sale de la morgue y llama a su madre: “No he visto su cuerpo… quizás esté vivo”, le comunica.
Una tragedia que se llama Bucha
Las autoridades ucranianas aseguran que ya se han encontrado los cuerpos de 420 civiles sólo en Bucha, una pequeña y acomodada localidad que conmocionó al mundo tras descubrirse las atrocidades que cometieron los rusos contra su población antes de su retirada..
Sin embargo, cada día van apareciendo nuevos cuerpos en pozos, fosas comunes o en jardines particulares. Los propios vecinos tuvieron que enterrar a los muertos con sus manos para que los cadáveres no se quedaran en la calle.
Ahora el trabajo es identificar a los muertos y entregar los cadáveres a las familias para que puedan enterrarlos como es debido. Para ello, el ayuntamiento ha elaborado una larga lista con los nombres de las personas que fallecieron durante la ocupación y con los pocos datos que se han recopilado acerca de los cuerpos no identificados.
Los vecinos acuden a un punto de información cada día, para saber si las autoridades han encontrado a su familiar, como es el caso de Olexi, que está buscando el cuerpo del marido de su mejor amiga porque ella huyó a Polonia con sus dos hijos.
El esposo fue fusilado por las tropas rusas cuando intentó escapar de Bucha en coche y, según Olexi, unos vecinos recogieron el cuerpo y lo enterraron en el jardín de la casa del matrimonio, con un cartel colgado del cuello en el que escribieron su nombre para que pudiera ser reconocido con mayor facilidad.
“Está enterrado en el jardín, pero aún no saben exactamente dónde. Siguen buscando el cuerpo”, lamenta.
Los forenses, desbordados
Una pareja de forenses corre sin descanso de un lado a otro de la morgue ante las decenas de cadáveres que llegan para ser investigados, realizando solo pequeñas pausas para dar un par de caladas al cigarrillo.
“El problema es que hay demasiados cuerpos y solo hay dos expertos para trabajar aquí”, asegura a Efe la asesora del alcalde de Bucha, Mijailiya Skoryk, que añade que antes de la guerra cada forense trabajaba con siete cuerpos al mes: “Ahora tienen que analizar diez cada día”, exclama.
Por eso, han pedido la colaboración de expertos de otras morgues en la difícil tarea de identificación de cadáveres: a algunos les tienen que realizar pruebas de ADN porque los cuerpos estaban completamente calcinados o irreconocibles.
Los muertos que no fueron asesinados
Serguei también ha acudido a Bucha para encontrar el cuerpo de su abuela, que antes de la ocupación rusa estuvo hospitalizada por covid-19 y, cuando empezaron los bombardeos, falleció de un ataque de corazón.
Su cuerpo y decenas de otros fueron sacados de la morgue por los propios vecinos y enterrados para evitar su descomposición. Muchos de ellos fueron sepultados en una fosa común cavada en el patio de la iglesia del pueblo.
“Nos han enseñado fotos y en una parece que es ella, pero tenemos que ir a ver el cuerpo porque en la foto no se ve bien”, lamenta el joven, que el pasado 12 de marzo emprendió esta dolorosa búsqueda para poder enterrar a su abuela “como hacen los seres humanos”.
Las autoridades le han comunicado que muy probablemente el cuerpo se halle en la fosa común, donde ya se han desenterrado decenas de cadáveres tanto de gente asesinada por los rusos como de personas que fallecieron por causas naturales. La Policía asegura que todavía hay vecinos sepultados en ese cementerio improvisado.
“Tendremos que volver más veces… No podemos saber al 100 % si es el cuerpo de mi abuela”, suspira Serguei mientras va de camino a su auto, con el que tendrá que regresar mañana para seguir con la búsqueda.
Crónica de Carles Grau Sivera