A veces, los motivos para amar también conducen al odio. Una misma acción puede convertirte en semidiós y, a la vez, en un proscrito abocado al cadalso. Hay algo de todo eso -a ojos de la prensa, la opinión pública, la magistratura y Bruselas- respecto al controvertido -sobre todo porque no permite supervisar el estado de detención de las personas- e inédito acuerdo firmado entre Italia y Albania en noviembre de 2023, cuyos primeros traslados al país balcánico acaba de invalidar la Justicia italiana en una decisión que será recurrida por el Gobierno de Georgia Meloni.
El eje vira y se vertebra en la conexión Roma-Tirana, que ayudará en la gestión y distribución de los inmigrantes socorridos en mar italiano gracias a la creación de los primeros centros de acogida en el país balcánico, paso inicial mientras se dirime -con las autoridades judiciales pertinentes- la tramitación de asilo o bien la compleja activación para retornarlos a sus países de origen en caso de considerarse seguros, siempre de acuerdon con el último decreto aprobado por el Ejecutivo el pasado mes de mayo, donde el elenco de naciones se alargaba considerablemente.
Ha sido precisamente ahí donde han surgido los primeros problemas, ya que el Tribunal de Roma ha denegado el permiso de asilo a la vez que ha anulado la deportación de las doce personas (ocho bangladesíes y cuatro egipcios) por considerar estados como Bangladesh, Túnez o Egipto poco seguros, respetando la reciente sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, con sede en Luxemburgo.
Ahora deberán desembarcar en Italia hasta decidir qué hacer definitivamente con ellos, ya que a la misma vez ni cuentan con el estatus de refugiados ni gozan de protección internacional. Pese a ello, tampoco pueden permanecer en el campo de internamiento de Gjadër. Viven, de momento, en un limbo mientras comienza una lucha titánica entre el Ejecutivo Meloni y la magistratura, atacada duramente de forma sarcástica por la Liga de Salvini. “Los jueces pro inmigrantes tienen que presentarse a las elecciones. No nos intimidan”. “A la izquierda parlamentaria le ayuda la judicial. Es vergonzoso”, añadía Fratelli d’Italia. Es el penúltimo capítulo de un país incomprensible, con partidos como PD o 5 Estrellas encomendándose a la UE para que sancione un tratado que consideran un despilfarro para las frágiles arcas del Estado.
El origen
Todo comenzó hace unos días, cuando dieciséis inmigrantes irregulares (diez de Bangladesh y seis de Egipto arribados en embarcaciones de procedencia libia) fueron interceptados y transportados en el buque naval hacia el puerto albanés de Shengjin, a sesenta kilómetros de Tirana. Horas después, cuatro de ellos (dos menores y dos adultos enfermos) fueron devueltos a Italia. Así lo ve el filósofo Diego Fusaro: “El Gobierno quiere lucirse mandando esta gente allí en un barco de la marina que cuesta más de lo que supondría tenerles en nuestro país. No ha sabido afrontar el tema de los flujos migratorios de masa, y el ejecutivo Meloni se confirma una pésima continuación del euroinomano Draghi”, espeta sin pelos en la lengua.
La situación -envuelta en la polaridad- es compleja, porque está expuesta a muchos enfoques y sujeta a intereses económicos y políticos en medio de un drama humanitario. Lo cierto es que, pese al primer gatillazo, se ha movido una pieza importante en el tablero geopolítico. Un movimiento premeditado y ambicioso, ya expuesto en el vértice de Bruselas en octubre, convocado por Italia, Holanda y Dinamarca, con la presencia de Ursula von der Leyen y ocho países miembros de la Unión Europea (Chipre, Malta, República Checa, Polonia, Hungría…). Un territorio dorado, la UE, donde aspira entrar precisamente Albania “antes del año 2030”, en palabras de su primer ministro, Edi Rama.
Fue curiosamente la presidenta de la Comisión Europea quien tildó la iniciativa de “innovativa”, lo que provocó un gran aplauso, cómplice, del premier holandés, Dick Schoof, quien lidera la coalición de derechas, siempre en connivencia con el tríptico (Fratelli, FI y Liga) conservador italiano. “No es una solución que apoyo”, explica a Vozpópuli la historiadora italiana Simona Colarizi. “Albania no les da las mismas garantías demográficas que Italia. Algunos son refugiados, porque huyen de países sin libertad ni derechos. Además, considero esto como una fuga hacia adelante, más fácil que afrontar la situación del trabajo y la integración. Quieren ilusionar con que así ya no llegarán barcos a nuestras costas. ¿No basta con haber transformado el Mediterráneo en un cementerio? Y, sobre la hipótesis Albania-UE, decir que puede que debajo esté esto, aunque sinceramente el camino será largo ya que la situación en el país está contaminada por mafias”, explica con clarividencia y rotundidad.
El respaldo parcial de Europa
Giorgia Meloni, en parte respaldada por la Unión Europea, pretende con este pionero modelo -materia de estudio en el continente y a la vez neutralizado por la justicia del país en forma de bota- erradicar así la inmigración irregular, además de poner un freno al tráfico de seres humanos y agilizar una eficiente política de retornos. No solo Orban y Schoof (Países Bajos podría iniciar una colaboración con Uganda) la apoyan, ya que también cuenta con el beneplácito de Francia. “Tenemos voluntad de seguir con el ejemplo italiano”, dijo el portavoz galo Maud Bregeon tiempo atrás.
Pero Meloni también ha encontrado muchos detractores, los más exacerbados en su propio país. “Propaganda. Deportación en Albania. Malgasto de dinero -800 millones- para obstaculizar el derecho a pedir asilo, y lucha encarnizada contra quien les salva en el mar”, vociferó hace días -desde Bruselas- una iracunda Elly Schlein, líder del PD, contraria al decreto Piantedosi, que supone un control mucho más exhaustivo para las ONG que operan en el Mediterráneo. “Hay una sentencia de la Corte de Justicia Europea clara: no puedes repatriar a inmigrantes considerando ciertos países como seguros cuando en realidad una parte grande no lo son. En Egipto, por ejemplo, torturaron y mataron a Giulio Regeni, un estudiante de doctorado italiano”, prosigue la némesis de una Giorgia Meloni, férrea y firme en su cometido de potenciar el control de los flujos migratorios, gran pilar de su política, aunque llevado a cabo con una vara menos rígida que Salvini y más acorde con las líneas light de Bruselas.
La mitad de barcos que hace doce meses
Algunos datos, de momento, le dan la razón. Y es que, según fuentes oficiales que recoge IlSole24ore, en los primeros ocho meses de 2024 se han contabilizado 41.181 barcos llegados a tierra firme (principalmente la isla de Lampedusa), menos de la mitad que el año anterior, con 113.887. Lo analiza con precisión supina, en el mismo periódico económico, Matteo Villa, investigador del centro estudios Ispi. “La línea de Meloni está clara. Quiere externar fronteras con acuerdos en el país de origen, como Túnez en muchos casos (la izquierda, con el entonces ministro Marco Minniti, ya hizo algo similar en Libia). Por otra parte, prevé acotar el hacer de las ONG, acusadas de atraer inmigrantes y limitar el trabajo gubernamental. Por último, y aquí entra Albania, opta por deslocalizar las llegadas. No me sorprende todo esto, porque a Gheddafi en su día se le dio cuatro mil millones de euros para evitar una Europa negra”, apunta con sarcasmo.
Habrá que ver aquí cómo evoluciona el asunto tras el primer veredicto de las togas romanas del pasado viernes. Una vez emitido, la propia Schlein soltó un órdago desde la sede democrática de via del Nazareno, en la capital romana: “Ahora desmontad todo y pedid perdón”.
Similitudes con el 'modelo Sánchez'
Las próximas semanas serán claves para ver cómo evoluciona este espinoso asunto, que parece un juicio a la ironía. De lo que no cabe duda es que, una vez diseccionado el acuerdo inicial, el modelo italiano en cierta manera se asemeja al de Pedro Sánchez, quien también ha estampado acuerdos en países de origen, además de llevar a cabo la expulsión y promoción de una inmigración más regular para evitar el colapso y saturación en Canarias, que sufre una ingente crisis humanitaria: tiene seis mil menores y cuenta con capacidad para dos mil.
Es sorprendente y suena a contradictorio que ambos líderes (una conservadora que apoya las expulsiones y un socialdemócrata que defiende el derecho a migrar) se hayan encontrado en un punto medio y ambiguo, de momento en las antípodas de la retórica alarmista y xenófoba de otros partidos de extrema derecha (como Vox) que cohabitan en Europa.
Así pues, si el modus operandi de Giorgia Meloni en materia inmigratoria se apoya en números, la visita de Pedro Sánchez el pasado mes de septiembre a Mauritania, Senegal y Gambia se puede leer en la misma óptica. Según datos del Ministerio del Interior español, más de 22.000 personas desembarcaron en Canarias -trampolín para la Europa Occidental- durante la primera mitad del año, el doble que el curso anterior. Eso sin contar las dramáticas cifras de víctimas -miles- que estima la organización Walking Borders en esta peligrosa ruta. Solo el futuro dará y quitará razones a un problema difícil, que además carga con el peso de numerosos estigmas.
¿Guantánamo italiana?
“En los primeros centros de Albania”, explicaba a los medios durante la semana Fabrizo Bucci, embajador italiano en Tirana, “podrán ser acogidos hasta tres mil hombres al mes. Allí estarán mientras sus peticiones de asilo son examinadas por Italia”. Niños, mujeres y personas vulnerables continuarán desembarcando en el país transalpino, que gestionará todo a nivel legislativo, sanitario y judicial, dejando a la nación que asoma al otro lado del Adriático la cartera de seguridad externa.
Así, también con esta clave de lectura, se disecciona el acuerdo firmado entre Meloni y Rama en 2023, como recoge Lorenzo Tondo en su artículo de 'The Guardian' y que traduce la revista 'Internazionale', donde resalta como contrapartida el favorecimiento para una rápida adhesión a la UE.
El futuro se antoja en cualquier caso lleno de incógnitas, de minas. Es obvio que Albania examinará solo las peticiones de países considerados seguros para Italia (Bangladesh, Egipto, Costa de Marfil, Túnez…), que a la luz de lo recientemente sucedido no se ajustan a la lista de la justicia europea. Se intuye, por lo tanto, que la mayor parte proceda de esas zonas, ya que el año pasado arribaron a Italia casi sesenta mil migrantes oriundos de esas zonas (un 40% del total). En caso de denegarles la permanencia, estaba previsto que estacionarían en los centros albaneses hasta el regreso a su país de origen. También que los más afortunados cruzaran el Adriático a la inversa con todo en regla para insertarse en el nuevo continente. La realidad es bien distinta. Ni una cosa ni la otra. “Han querido crear una especie de Guantánamo italiana, fuera de cualquier estándar internacional. Italia no puede llevar a un país fuera de la UE a quien socorre en el mar. No son mercancía”, afirmaba precisamente al tabloide londinense Riccardo Magi, presidente de Più Europa. En correlación a esas opiniones vertidas antes del viernes, también se han hecho notar las incipientes críticas de Médicos sin fronteras: “El objetivo no es solo evitar que partan de sus países sino impedir a las personas salvadas en el mar que tengan un acceso rápido y seguro en Europa”.
El éxodo albanés de 1991
Todo no ha hecho más que comenzar y ya, como dice la canción de Mina, el proyecto-acuerdo podría morir. O no, según con qué prisma se mire. En el 'belpaese', la guerra ideológica prosigue en radios, platós de televisión y termina en los periódicos. Así las cosas, el conservador 'Liber'o, en palabras del articulista Michele Zaccardi, resaltaba la magnificencia inicial del asunto: “El premier británico, el laborista Keir Starmer, lo está estudiando a fondo para replicarlo en el Reino Unido”. Por su parte, enfrente está 'La Repubblica', con el látigo anti soberanista y antiultraderechista de Luigi Manconi al frente: “Pretenden esconder al extranjero del ojo público. Si no se resuelven ciertos asuntos, podría convertirse en la campaña de Albania del 39 (la invadió el régimen fascista de Mussolini)”.
Lejos de la realidad, para algunos albaneses, el convenio, la alianza es un agradecimiento a Italia, quien ya acogió a miles de personas que huían de la pobreza del país en 1991, tras la Guerra de los Balcanes. No ve así el trato siglado Michael O’Flaherty, comisario del Consejo Europeo de los Derechos Humanos. “Se puede sentar un precedente peligroso. El traslado de la responsabilidad más allá de las fronteras puede crear un efecto dominó en otros estados. Esto puede provocar un debilitamiento del sistema europeo y global de protección internacional”, asevera.
Quizás la verdad, como siempre, esté en medio a ese movimiento pendular que vira a izquierda y derecha en un mundo cada vez más fragmentado y dividido… Y donde probablemente, los inmigrantes y/o refugiados -siempre un tema en boga en campañas políticas, religiosas y de las Naciones Unidas- sean quienes menos importan. Porque estas doce personas clandestinas, de momento sin posibilidad de tirar hacia ningún lado y absorbidas por los vacíos burocráticos o las luchas de poder, ejercen como conejos de Indias hasta que se termine -con la intervención internacional- de urdir mejor el plan. El primer capítulo de la obra meloniana ha resultado fallida, aunque, con el paso de las horas, esa consideración puede resultar papel mojado. En solo un instante, el relato puede ser diametralmente opuesto.