Si pudiera pedir un regalo por Navidad, Sergey Borisov elegiría abrazar a su abuela. Son ocho años sin verla. Ocho años sin volver a Donetsk, su casa, por un conflicto que empezó mucho antes de la invasión de febrero. Pero la guerra no cierra por vacaciones, y los deseos de muchos civiles que ahora lucen uniforme giran en torno al ejército que ellos mismos integran. Rapado y con una mirada que provoca un miedo diferente al de las armas que porta, 'Matador' -como le conocen en su batería- fantasea con más armamento para su unidad. O al menos para el 1129 regimiento de misiles antiaéreo del que forma parte.
Podrían ser las seis lanzaderas de misiles Hawk que el Gobierno español ha comenzado a despachar, los famosos Patriot prometidos por Estados Unidos, sistemas franceses e italianos, con cuyo envío se especula, o el material antidrones enviado por Alemania. En los cielos de Ucrania se libra la batalla más importante, mientras el suelo embarrado espera la dureza de un invierno que, todavía, no llega.
Según las Fuerzas Armadas ucranianas, el sistema de defensa ha derribado más de 400 misiles y cerca de 500 drones de fabricación iraní, desde septiembre. Una cifra engrosada por la estrategia de acoso y derribo de Vladimir Putin contra la infraestructura energética y la población civil que trata de ocultar la pérdida de iniciativa rusa en el aire.
Lo dicen los números, las acciones que Kiev lleva a cabo entre las líneas enemigas y el último informe sobre la evolución de la guerra del Royal United Services Institute (RUSI). El think tank británico señala que el Kremlin sufre serias dificultades para la toma de un espacio aéreo que todo el mundo predijo suyo en las primeras horas del conflicto. Sin embargo, la realidad del "segundo ejército del mundo" es diferente. Apenas contaban con un centenar de aviadores, y los experimentados han ejecutan las acciones de mayor riesgo. Por lo que, diez meses después, la situación les ha obligado a enviar instructores al campo de batalla.
"El ejército ucraniano ha observado un aumento tanto de pilotos muy jóvenes como de muy mayores en el VKS, mientras que los de más edad han vuelto al servicio de primera línea", afirma el RUSI. Un proceso que limita la producción de nuevas hornadas de pilotos y que llevó, entre otros motivos, a la derrota de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial. En Ucrania, sin embargo, lo que falta es armamento.
"Somos optimistas, nosotros solo necesitamos armas para matar al invasor", asegura Borisov al volante de un vehículo que nos conduce a una de sus baterías ocultas en el frente de Donetsk.
Un hermano al otro lado de la trinchera
Abogado, con un padre coronel y nacido en el oeste de Ucrania, la de 'Matador' es una de esas historias que levantarían sospechas en otros países del mundo. Pero no aquí. Estudiaba en Donetsk en la primavera que dio inicio a la guerra del Donbás y recuerda que en su clase escucharon explosiones. "Cerramos las ventanas y dejamos de oírlas". Una manera muy elegante de explicar lo que ocurrió con un sector de la población que nunca se desligó de la Madre Patria Rusa. Aunque vista de camuflaje y luzca una bandera ucraniana en la muñeca, a Borisov le incomoda su pasado.
Ahora es capitán en la principal unidad del Ejército de Tierra en el este. Allí están desplegadas dos de sus tres divisiones: una en Bakhmut y otra que se mueve por el resto de región.
Lo hacen protegidos por la oscuridad de la noche y la frondosidad de los árboles en los que se ocultan sus vehículos. Aquí no ha llegado la ayuda internacional y se conforman con los 9k33 OSA (blindados soviéticos que se han demostrado eficaces contra el armamento ruso) y las furgonetas en las que se desplazan tres de los ocho miembros de la batería para hacer la cobertura con lanzadores de misiles portátiles.
Es un juego del gato y el ratón. Cuando encienden el radar y los sistemas de radio rusos pueden detectarles, cuentan con un máximo de diez minutos para encontrar su target, disparar y moverse. "Para que te hagas una idea, es como encender un árbol de Navidad", dice entre carcajadas 'Matador'.
No se ríe cuando recuerda que en la República Popular de Donetsk -anexionada por Rusia este año- lucha su hermanastro, con el que no se habla desde febrero. Es un juicio complicado por los lazos, pero sobre todo porque Borisov defendía la misma narrativa hasta hace poco.
"Entendí que Rusia mentía y no podía pensar lo mismo. Esta propaganda funciona muy bien en el lugar adecuado. Se basa en la ceguera, pero si analizas y te haces preguntas, se rompe como una casa de madera", sostiene, dejando más dudas que respuestas.
—¿Qué se siente al defender a personas a las que no les importa el conflicto?
—Decidí tener esta vida para que la gente en otras ciudades pudiera vivir en paz. Algunos civiles piden movilizar a los que salen de fiesta o incumplen las leyes, pero aquí no necesitamos eso —contesta 'Matador' en el patio, bajo la atenta mirada del resto—. Solo queremos gente dispuesta a defender el país. Un ejército con soldados motivados tiene menos bajas.
Lo dice sin saber que un compañero suyo ha confesado minutos antes, en la privacidad que otorga el ladrido de los perros y la detonación de disparos de salida, que preferiría regresar a su casa.
"Me gustaría volver, ¿sabes? Yo me alisté en 2018 y jamás imaginé que Rusia pudiera invadirnos", dice sin revelar su nombre. "A veces tengo miedo". Es el más joven de los siete en una vivienda ocupada cuya ubicación piden no identificar. En el centro del país le espera su novia, a la que apenas ha visto tres veces en los últimos meses y a la que pedirá matrimonio la siguiente vez que se vean.
—Ahora sois héroes. ¿Será igual cuando todo acabe?
—No tengo miedo de que se olviden de nosotros. Cuando comienza la guerra, la gente empieza a creer en Dios y llama al Ejército —arranca Borisov—. Y cuando acaba, se olvidan de Dios y los soldados terminan en la cárcel. Se olvidan y se olvidarán, pero tenemos que hacer nuestro trabajo.
Una labor cuya misión es proteger un país roto pero unido, en una tierra que acumula chatarra internacional en los arcenes, mientras derrama su sangre para defender milímetro a milímetro. En la tierra y en el cielo.