Si hay un lugar que simbolice el inicio de la guerra entre Israel y Hamás ese es Reim, en la divisoria con la Franja de Gaza, donde más de 360 personas fueron asesinadas en el transcurso de un ataque masivo de los terroristas. Aquel festival que simbolizaba la paz se ha convertido en un agujero de desolación, empapelado con los rostros de víctimas y secuestrados, desde donde ahora truenan los tanques israelíes que lanzan sus municiones al otro lado de la frontera: han pasado 150 días desde aquel 7 de octubre y aún no hay un acuerdo para el alto el fuego.
El lugar está atestado de militares israelíes armados; no en despliegue operativo -aunque las explosiones y el zumbido de los drones recuerdan que la guerra se libra a escasa distancia-, sino en una suerte de peregrinación. Los familiares de los asesinados y secuestrados han clavado estacas de hierro en el suelo, y en cada una de ellas han puesto fotos con sus rostros. Las piedras blancas que rodean algunas de las imágenes evidencian que los protagonistas ya han sido asesinados. En otras hay incertidumbre sobre su paradero, sin tener información fehaciente sobre su estado ni tampoco pruebas de vida recientes.
Más de 3.000 jóvenes se congregaban en el macrofestival Nova, en Reim. El sol rompía al alba cuando los terroristas de Hamás reventaron la frontera y accedieron desde la Franja de Gaza a Israel por 35 puntos diferentes. Este lugar de fiesta era uno de los más cercanos.
Los terroristas de Hamás
Lo hicieron a bordo de sus furgonetas Toyota pick-up de color blanco: desde entonces y aún a día de hoy, la mera presencia de un vehículo de estas características en la vía pública desata la alarma entre los vecinos de la región. “¡Allahu Akbar!”, gritaban enardecidos, rifles al cielo. Grabaron todo con cámaras personales colocadas en el pecho. No tardaron en tomar las carreteras, bloquearlas con sus furgonetas y disparar contra todo el que se aproximase: sin mediar palabra, abrían fuego contra la posición del piloto. Los coches convertidos en féretros de hierro perdían el rumbo y chocaban contra la cuneta.
No tardaron en llegar al lugar del festival Nova. Lo convirtieron en una ratonera. Cortadas las vías, los más de 3.000 asistentes no tenían dónde huir. Para maximizar la sensación de terror, los terroristas de Hamás usaron parapentes y abrieron fuego desde el cielo. Era un ataque total, por tierra y aire.
Omer Wenkert, de 22 años y cocinero de profesión, trata de escapar junto a sus amigos. Se sube al coche de una amiga, pero no tardan en toparse con los terroristas. Bajan, corren y buscan algún lugar donde guarecerse. El lugar es del todo inhóspito, una planicie sin apenas vegetación. En un momento consigue contactar con su familia y dice que sólo escucha gritos en árabe y que siente miedo.
Llegan a una estación de autobuses y acceden en el refugio antiaéreo: en esta zona de Israel cada marquesina tiene un pequeño refugio debido al frecuente intercambio de cohetes. Pero los refugios contra los cohetes no protegen contra terroristas armados. No tienen puertas. Caben 15 personas, pero al que llega Omer hay una treintena. Llegan los hombres de Hamás y disparan, tanto con fusilería como con granadas. Los cuerpos se amontonan y no hay espacio donde pisar.
Omer se ve obligado a salir cuando de pronto -según narran los testigos- escucha un grito preciso, en árabe: “¡No disparéis!”. Los terroristas deciden secuestrarlo. Le atan las manos a la espalda con unas bridas y lo montan a bordo de una de las furgonetas Toyota blancas tipo pick-up.
El primo de Omer
“Supimos que estaba vivo porque Hamás difundió el vídeo con Omer en la furgoneta en sus canales de Telegram”, relata a Vozpópuli su primo, Ricardo Grichener, en Reim. En la grabación se le ve en ropa interior, mientras los terroristas jalean a su alrededor, golpeándole repetidamente.
Ricardo va vestido con una gorra y una sudadera, ambas negras, con un mensaje que pide la liberación de las personas secuestradas por Hamás. Habla junto al poste con la foto de su primo, en el mismo escenario del festival, ahora convertido al mismo tiempo en homenaje a las víctimas y en escenario de guerra. Retumban los cañones de los tanques que disparan contra la Franja de Gaza, que se puede ver con sólo levantar la mirada.
Cada cañonazo genera reacciones diversas. Unos se sacuden por el estruendo y el recordatorio de la guerra; otros se mantienen impertérritos, como si ya no tuvieran nada que perder. Ricardo es de éstos últimos. “No es fácil, pero sabemos que está vivo”, afirma, al tiempo que sostiene la fotografía de Omer. “No es sólo ese vídeo, también tenemos una foto de Omer bajo tierra, no sabemos dónde, atado, con golpes, pero vivo”.
Los secuestrados que ya han sido liberados también hablan de Omer. Sostienen que los terroristas de Hamás le golpean con cables eléctricos de forma recurrente. “Tratan de sacarle información, pero Omer no estuvo en el Ejército y no pueden sacar nada de él”, manifiesta Ricardo. “Mi primo está enfermo, tiene colitis y si no recibe tratamiento puede sufrir hemorragias internas, especialmente en situaciones de estrés y con una mala alimentación”.
La familia de Omer no han sido capaces de llevarle ningún tipo de medicamento. Afirman que se reunieron con responsables de la Cruz Roja y les llevaron el tratamiento, pero que éstos lo rechazaron porque no están autorizados a entregar ningún material para los secuestrados. Ricardo saca su teléfono y muestra su pantalla: “Antes no tenía Telegram, pero ahora… mirad -señala con el dedo todos los canales afines a Hamás y de la Yihad Islámica Palestina-. Cada vez que sale un aviso o un vídeo miro si sale Omer”.
Un nuevo zumbido salpica la conversación con Ricardo Grichener. Es el de los drones israelíes; algunos de ellos están configurados para misiones de reconocimiento, pero otros están armados con misiles. Inmediatamente al lado del campo de estacas y fotos hay un refugio ahora lleno de velas, donde la masacre también cobró forma. En el suelo hay una bala, recuerdo indefectible de aquel 7 de octubre.
“Tenemos miedo, pero somos optimistas con el acuerdo”, apunta el primo de Omer. Se refiere a las negociaciones para un alto el fuego que supondría la liberación de algunos de los rehenes en manos de Hamás. Previsiblemente se priorizará la salida de mujeres, ancianos y niños. La familia confía en que Omer entre en la siguiente terna, debido a su condición vulnerable por la colitis. “Aguanta un poco más de tiempo, te vamos a sacar -Ricardo habla como si estuviera haciéndolo con su primo-. Tenemos una familia muy fuerte y vamos a disfrutar y bailar juntos”.
Unas negociaciones, no obstante, que amenazan con romperse, tras la muerte de más de un centenar de personas el Franja de Gaza. Israel sostiene que la mayoría de ellas perdieron la vida en una avalancha humana durante un reparto de ayuda humanitaria, pero el episodio ha provocado la reacción de la comunidad internacional, que presiona para que el alto el fuego sea inmediato.
Un nuevo estruendo se escucha en Reim, hace 150 días escenario de un festival de música por la paz y ahora zona cero de la guerra: el ejército israelí lanza una nueva andanada contra la Franja de Gaza, donde los terroristas de Hamás son la principal autoridad.
Ansurez
También el Reischtag fue zona zero después del incendio y luego pasó lo que paso
marqueslinchado
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