Olvidarse del mundo
Quizá esa sea una de las principales razones por la que la gente suele viajar. Llegar a un lugar que no conoces o que conoces pero donde te sientes como en casa puede llegar a ser parte de la fórmula perfecta para dejar de lado las preocupaciones, acercarse más a uno mismo y no pensar en otra cosa que no sea en disfrutar de esas pequeñas cosas que nos ofrece la vida. Además, no hay nada mejor que olvidarse de todo para retomarlo a la vuelta con más ganas.
Conocer lugares nuevos
Lamentablemente y por cuestiones de trabajo o estudios durante todo el año no contamos con el tiempo suficiente para nosotros mismos, por lo que no podemos conocer todos los sitios que nos gustaría. Entre otras, la posibilidad de viajar en vacaciones o fines de semana largos nos permite recorrer parte de la geografía, tanto nacional como internacional, gracias a la que nos enriqueceremos en todos los sentidos: cultura, gastronomía, historia… e incluso a nivel espiritual.
Cubrir la necesidad de explorar
Desde que el hombre es hombre siempre ha tenido esa necesidad de saber qué hay más allá de los límites de sus fronteras, ya viva en un pequeño pueblo, en una gran ciudad o en una inmensa nación. Ese pequeño explorador que todos llevamos dentro se alimenta de todas aquellas cosas que descubrimos en otros destinos. ¿Vas a dejarlo encerrado en casa?
Abrir tu mente
En la mayor parte de los casos tenemos ideas preestablecidas sobre lo que puede haber fuera de nuestro entorno conocido, desde lo que ocurre en otro lugar hasta cómo es la gente, ya sea en el municipio de al lado, en dos Comunidades Autónomas más allá o en un país del otro lado del mundo. Gracias a que viajamos podemos ver la realidad tal y como es y, al mismo tiempo, transformarnos en mejores personas, más tolerantes y comprensivas.
Aprovechar la vida
Cuando viajamos nos damos cuenta de lo importante que es vivir aprovechando cada minuto, valoramos las cosas que tenemos a nuestro alrededor e incluso aprendemos a echar de menos a quienes nos acompañan en nuestro día a día, pues en la rutina de todo el año se nos suele olvidar lo mucho que nos cuidan. Un buen modo de aprovechar la vida es no sólo empatizando con la cultura y la gente del sitio de destino sino también relajándose, observando e incluso disfrutando de la naturaleza.
Disfrutar de la compañía
Viajar con nuestra pareja, con nuestros amigos o incluso sólo con nosotros mismos, nos permite acercarnos más al otro, disfrutar de él sin las preocupaciones del día a día… Además, como dijo Mark Twain, “si quieres conocer a una persona, viaja con ella”. No hay nada que te haga más libre que viajar y por esta razón cada uno se muestra tal y como es. Siempre habrá un antes y un después de cada viaje, ya sea para bien o para mal.
Conocer a otras personas
No hay nada mejor que relacionarse con los oriundos del sitio al que llegamos. Podemos aprender o mejorar el idioma, descubrir los rincones que sólo los habitantes de ahí conocen, alejarse de las zonas más turísticas para vivir en profundidad la experiencia… Algo que nos enriquece como personas y que puede pasar a que hagamos amistades que duren toda la vida, a pesar de las distancias. ¡Olvida tu timidez e interactúa con quienes tienes a tu alrededor!
Sentirse libres
Pocas cosas en la vida nos dan tanta libertad como la de viajar, la de estar en un entorno en el que no se nos conoce, salir de nuestra zona de confort. Es un momento en el que no se tienen las ataduras diarias, donde uno puede permitirse pequeños caprichos a los que no está acostumbrado, gracias a que es mucho más fácil dejarse llevar y poder llegar a ser uno mismo. Asimismo esta sensación engancha y perdura en el tiempo, por lo que una vez que se descubre no se puede vivir sin ella: el viajero buscará la forma de volver a sentirla una y otra vez, allá donde vaya.