Lo peor que nos pasa es la contaminación del aire que se debe a la suma del decrépito modelo energético y de los ineficientes sistemas de transporte y acondicionamiento del aire. Todo ello está provocando la zozobra del clima. Conviene recordar al respecto que el clima es el padre de toda la vida en el planeta. A continuación la peor enfermedad es la acidificación de los mares, que puede trastrocar también a casi toda la vida del planeta. La mengua de la multiplicidad vital, es decir, la masiva sexta gran extinción, debe ser considerada como la tercera enfermedad grave de este hogar nuestro.
La cuarta no solo nos afecta, como todas las anteriores, sino que somos sus exclusivos protagonistas tanto por ser la causa -también lo somos de todos los anteriores destrozos- como por el efecto. Me refiero a que son demasiados los espermatozoides humanos con puntería. Una población de 9.000 millones -a los que llegaremos con seguridad- resulta del todo incompatible, no ya con el planeta, sino incluso con nosotros mismos. Recordemos que no tanto por la cuantía como por el estilo de vida. Se nos quiere hacer olvidar que resulta del todo imposible que algo que solo acepta el crecimiento indefinido pueda ser indefinido.
Volvamos a las minas. Seguramente más de uno pensará que no es para tanto, que las explotaciones extractivas apenas suponen un 0,03% de la superficie del planeta, fondos marinos incluidos. Lo que sucede es que el remover las entrañas de la tierra pone a disposición de los vehículos aire y agua lo más peligroso que el ser humano libera en el ambiente: los metales pesados. Cadmio, plomo, cobre, arsénico y otros muchos acaban en los suelos y en las plantas y estómagos. Todos ellos son lentos minadores de la salud de las personas que beben o comen estos venenos, ya que pueden acumularse en el organismo. En fin, que sin ir más lejos hay muchos médicos que opinan que el crecimiento espectacular del cáncer tiene mucho que ver con este tipo de lenta y aparentemente mínima contaminación.
Necesaria incursión esta, en las minas a cielo abierto, desde el momento en que dos de las más importantes de nuestro país se han convertido en noticia. Se pretende reabrir las de Alnazcóllar y controlar a la de Las Cruces. Esta última acaba de propiciar nada menos que una sentencia a cinco años de cárcel para sus principales gestores. La encomiable fiscal Yolanda Ortiz considera que el incumplimiento de las medidas de precaución ha provocado un aumento del arsénico en un acuífero crucial para varias poblaciones de la provincia de Sevilla. A lo que se suma un consumo ilegal de agua de más de 900.000 m3 durante 2012.
Sobre la peligrosidad de Aznalcóllar está todo demostrado. El 25 de abril de 1998 la rotura de una balsa, decenas de veces denunciada por peligrosa, provoca el segundo mayor desastre ambiental de nuestra historia. Que, por cierto, nos costó a todos los españoles y no a la empresa responsable unos 90 millones de euros.
Solo cabe añadir que la inteligencia sirve para no tropezar dos veces en la misma catástrofe.
Gracias, que el arsénico no esté en su sopa, y que la vida siga.