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En busca de las palabras de la naturaleza

Sabemos que la inmensa mayoría de las personas usa, como mucho, unas dos mil palabras para comunicarse con los que comparten su idioma. Los llamados cultos llegan a triplicar esa cifra. 

Los escritores tiramos mucho del diccionario y acaso lleguemos a las diez mil y, en el mejor de los casos, tal vez conozcamos otras tantas. Incluso el lector más constante no suele entrar en contacto, a lo largo de toda su vida, más que con un 10% del léxico que existe. Siempre que no acometa precisamente la lectura de un diccionario, algo que por cierto hemos hecho unos pocos. 

Sin embargo hay muchísimos más términos que no aparecen en tales libros y una infinidad que esperan ser creados. Puede afirmarse que en esto de bautizar la realidad estamos empezando. Sirva de claro ejemplo el que en los diccionarios no aparecen al menos tantas palabras como las que sí están.

Me refiero al hecho de que casi una cuarta parte de los seres vivos que existen tienen nombre en español, unos 300.000, y en el precioso libro solo hay poco más de 200.000 palabras para intentar abarcar todo lo real y todo lo imaginado. Es decir, si se incluyeran todos los términos que nombran a algo de lo que vive en el presente, la Academia se las vería con más del doble de las palabras que ahora maneja. Pero es que se estima en un mínimo de 15 los millones de especies sin descubrir. Habría que dejar hueco pues para la avalancha de bautizos que se aproxima.

Si miramos hacia atrás las cosas todavía se multiplican. Pensemos que han existido unos 500 millones de especies que bien merecen que se las bautice aunque estén ya muertas para siempre. Todavía más pendiente queda el darle nombre a lo que hacen, emiten y consiguen tanto los elementos básicos de la vida como los componentes de los cinco reinos de la vida. Recuerdo al respecto que no existen palabras para identificar miles de sonidos, colores, movimientos de los esenciales componentes de este planeta. Sin olvidar, de paso, que vemos con palabras y que lo no nombrado es como si no existiera.

En fin, uno modestamente trata de enmendar la situación. Sobre todo desde que soy académico extremeño de las Letras y las Artes. De hecho he comenzado por proponer unos pocos términos para los diferentes cantos de las aves. Pretendo seguir por los tantos otros lenguajes, sin palabras, pero lenguajes de lo espontáneo. Espero que algún día se acepte este empeño y podamos usar palabras para todos los discursos del agua, la luz, el aire y hasta para los de la muda tierra.

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