Habitada todo el año por unas 28.000 personas y capaz de doblar su población en temporada alta, se trata de uno de los destinos preferidos por los amantes de los deportes de invierno en todo el mundo. La brillante proyección internacional de sus paisajes e instalaciones contrasta con su pasado, oscurecido por una estrecha vinculación con el nazismo de la que pocos quieren acordarse.
En su día, sirvió de laboratorio propagandístico al Tercer Reich con unos JJOO de invierno.
En su día, esta estación bávara –la más grande de Alemania situada en los Alpes– sirvió de laboratorio propagandístico al Tercer Reich. Se celebraron allí los Juegos Olímpicos de invierno de 1936 y sólo la Segunda Guerra Mundial impidió que la localidad repitiera como sede olímpica en 1940.
En realidad, Garmisch-Partenkirchen es una ciudad porque así lo quiso el nazismo. El primero de enero de 1935, a falta de poco más de un año para que la Segunda República Española pudiera enviar a suelo nazi sus primeros deportistas para participar en unos Juegos Olímpicos de invierno, se hizo realidad la unión entre Garmisch y Partenkirchen. Hasta entonces habían vivido separadas a orillas del río Partnach ambas localidades.
“A causa de los Juegos Olímpicos, las dos ciudades fueron obligadas a unirse. No lo habrían hecho sin los Juegos Olímpicos. El Gobierno nazi lo forzó, pues a la gente de Garmisch no le gustaba la de Partenkirchen y viceversa. Fue algo artificial el unir ambas comunidades”, explica a Marabilias el historiador Arnd Krüger, que ha sido director del Instituto de las Ciencias del Deporte de Göttingen y presidente del Comité Europeo para la Historia del Deporte. “Resultaba más fácil unirlas y hacer que afrontaran juntas el reto olímpico. Porque cada ciudad tenía, por separado, sus propios planes para albergar los Juegos, algo que dificultaba la organización”, añade en declaraciones a este magazine Alois Schwarzmüller, historiador local de Garmisch-Partenkirchen.
Deporte y propaganda
Desde antes de los Juegos de invierno de 1936, la región gozaba de buena reputación entre los amantes del deporte, pero no hay dudas de que aquel macroevento deportivo catapultó la estación de Garmisch-Partenkirchen entre la élite. “La ciudad todavía hoy se vende como 'La' ciudad olímpica de invierno de Alemania. Esta reputación es lo que explica que la ciudad exista”, recuerda
Situada a unos 80 kilómetros de Múnich, Hitler y sus secuaces debían de sentirse como en casa.
En Garmisch-Partenkirchen aguanta como si nada el paso de los años el anfiteatro neoclásico levantado para la cita de 1936, donde casi hubo más banderas con esvásticas que las que representaban los anillos olímpicos. Han quedado para la posteridad las imágenes de Adolf Hitler allí, posando en el otrora llamado Führerbalkon, el “palco del führer”. En la ciudad, situada a unos 80 kilómetros de Múnich – la cuna del nazismo – el genocida y sus secuaces debían de sentirse como en casa. Tanto es así que Garmisch-Partenkirchen fue una de las primeras ciudades alemanas en proclamarse “libre de judíos”. “Los pusieron en un tren y los echaron antes de que viniera alguien directamente desde Múnich para decir a las autoridades locales cómo tratar a los judíos”, cuenta Krüger.
“En los días de la dictadura, la ciudad era muy marrón”, señala Schwarzmüller, aludiendo a uno de los colores con el que más se identificó el Partido Nazi. A falta de menos de un año para la apertura de los Juegos Olímpicos de invierno de 1936, Karl Ritter von Halt, miembro del comité organizador, alertó al Gobierno de que, bajo el régimen de propaganda antijudía, la población “de Garmisch-Partenkirchen corría el riesgo de estar tan exaltada” que podría “atacar indiscriminadamente y herir a cualquier persona que pudiera parecer judía”.
Ensayo general para Berlín
La cita deportiva, además de constituir un ensayo general previo a los Juegos Olímpicos de Berlín-1936, funcionó como herramienta propagandística. “El principal objetivo de los nazis era servirse de los Juegos para hacer olvidar que los judíos en Alemania estaban siendo maltratados, para ocultar el antisemitismo, la carrera armamentística y sus planes expansionistas”, subraya Schwarzmüller. Por eso se decidió, entre otros importantes detalles, dar gusto al entonces presidente del Comité Olímpico Internacional, el belga Henri de Baillet-Latour, que había pedido que se retirasen los carteles que indicaban que algunos lugares estaban “prohibidos a perros y judíos”.
El pasado es una suerte de tabú para los locales.
Hay un memorial que recuerda a las víctimas de la expulsión sufrida por los judíos en Garmisch-Partenkirchen, en Marienplatz. Pero a los locales les sigue siendo muy difícil abordar lo ocurrido en el pasado. “Como profesor de historia, me enfrenté a la curiosidad de mis estudiantes, que pedían saber lo que pasó en la ciudad durante los días del nazismo. Todo el mundo les decía que no pasó nada. Les pedí que preguntaran a sus padres y abuelos. Todos llegaron con la misma respuesta: 'mis padres no saben y mis abuelos no quieren saber nada'”, asegura Schwarzmüller, que se ha dedicado a la enseñanza escolar y que ha trabajado casi dos décadas como político en la Concejalía de Cultura de Garmisch-Partenkirchen.
Según él, si el pasado es una suerte de tabú para los locales, es porque existe el temor a que se asocie el próspero presente de la estación invernal con el pasado más oscuro de la historia de Alemania y de Europa. Tal vez por eso los Juegos de 1936 son los “olvidados” de la historia deportiva, según Wolfgang Fuhr, uno de los raros autores que han escrito sobre la cuestión. Su libro, Olympische Winterspiele 1936. Die vergessene Olympiade von Garmisch-Partenkirchen, salió a la venta en 2006 y Fuhr tuvo que publicarlo en su propia editorial, AGON Sportverlag. Allí reconocen que el tema no es “muy popular en ningún sitio”.
Con el tiempo, Garmisch-Partenkirchen se ha convertido en una de las destinaciones alpinas más visitadas de Europa. Sin embargo, esto no exime para que haya que recordar algunas lecciones de historia a generaciones futuras. “Hay una parte de la población que ha entendido lo que pasó. Pero otra parte no ha entendido nada. Frente a esto, hay que contar la historia otra vez. Y no permitir que se olvide cuanto se sufrió durante la dictadura”, concluye Schwarzmüller.