Pedro García Aguado se encuentra en medio de la fiesta de la primavera que se celebra en Granada. Un acontecimiento que desde hace unos años se celebra con un macrobotellón en un recinto de 9.500 metros cuadrados, que fue construido por el Ayuntamiento de la ciudad en 2007 y que reúne a más de 20.000 personas. La primera reacción de Pedro tras salir de la caja es, según sus palabras: “Ver a mucha gente joven de un lado a otro y noto también un olor fuerte a pis”.
Aunque el terapeuta ya había participado en el programa en otra ocasión, esta vez su experiencia transcurre bajo la lluvia y entre una aglomeración de miles de jóvenes -algunos menores de edad-, armados con bolsas llenas de botellas de alcohol y vasos de plástico. Durante la grabación, algunos de los asistentes le confiesan que su único cometido de la noche es beber alcohol como si no hubiera mañana y que acuden hasta este lugar porque es el único de la ciudad en el que pueden beber.
El ex jugador de waterpolo muestra su indignación ante lo que está viendo: “Yo, hasta ahora, conocía Granada por el juez de menores don Emilio Calatayud y por la Alhambra, ahora también la conozco porque tiene un botellódromo del cual muchos se sienten muy orgullosos y que a mí me dio asco”. Además, Pedro descubre que en el recinto no hay puestos de comida, música, seguridad ni cuartos de baño.
A medida que pasan las horas, Pedro se siente cada vez más inseguro en el recinto y el agobio le obliga a abandonarlo: “No me había encontrado nunca en una situación de angustia. Yo me paro con todo el mundo, en este caso dije 'no me puedo parar con uno, porque si me paro con uno vienen todos detrás, y nadie atiende a razones'. Tengo cercanía con los jóvenes, pero en ese momento me fui de allí con mal cuerpo de lo que había visto, de ver aquellos chicos y aquellas chicas alcoholizados. No me gustó".
La celebración de este macrobotellón también tiene consecuencias en la vida del barrio. El terapeuta acude en busca de los testimonios de los vecinos y comerciantes de la zona, que se ven obligados a contratar seguridad privada para vigilar sus portales y cerrar sus negocios. Antes de abandonar Granada, intenta hablar con el Ayuntamiento, una tarea que no resulta nada sencilla: "Está claro que hay una doble moral y una hipocresía muy grande por parte de quien permite eso".