En el rincón madrileño donde antiguamente confluían quienes vivían de hilar el cáñamo, el viernes por la mañana se desató la ira popular. Un grupo de senegaleses quiso linchar al embajador de su país por su inacción tras la muerte por un infarto de un compatriota, acaecida la noche anterior. El diplomático se refugió en el Restaurante Baobab, local donde no se sirven ni gallinejas, ni entresijos, ni cocido en tres vuelcos, sino platos típicos de Dakar. Pescado marinado, cuscús y arroz con salsa de cacahuete. El sitio hace esquina con la Plaza de Nelson Mandela, que se llama así desde que en 2014 falleció el líder sudafricano y hubo que atender las demandas de quienes tanto gustan de adaptar el callejero municipal al buenismo o al contenido de las necrológicas. A esa hora, un equipo de la televisión pública emitía los disturbios en directo, mientras la presentadora de uno de sus programas, Inés Ballester, trataba torpemente de interpretar las imágenes y de descifrar lo que ocurre con los vendedores del 'top manta' en las calles de Lavapiés, donde entre el humo de las tascas tradicionales hoy se entremezcla el olor a incienso y especias morunas; y donde la 'emperatriz' del chotis hoy tendría más dificultades para encontrar “vinillo de jerez” que 'baklawa'.
Los tiempos han cambiado, aunque no se aprecie en la televisión pública, la que recientemente ha recuperado el célebre programa de sucesos que en la década de 1990 se emitía con el nombre de ¿Quién sabe dónde?, hoy rebautizado como Desaparecidos. Lo presenta el mismo periodista, Paco Lobatón, quien el pasado miércoles realizó una entrevista a los padres del niño Gabriel para volver a señalar lo obvio: que el dolor por la cruel pérdida los ahoga (tremenda exclusiva). En la conversación, criticaron la cobertura que han realizado sobre el caso unos cuantos medios de comunicación, en contra de los deseos que manifestó la madre y en contra de toda ética y lógica periodística.
Los directivos de Radiotelevisión Española -encabezados por el ínclito José Antonio Sánchez- han vuelto a dar una lección de anti-periodismo con este asunto. Le han concedido un espacio excesivo y no han estado a la altura, como suele ser habitual. Ninguna de las cabezas pensantes de los despachos de Torrespaña ha sido capaz de deducir que dedicar más de media hora del telediario a un suceso de este tipo no cabe en un medio de comunicación público que, ante todo, tiene que transmitir prudencia y decencia.
Ninguna de las cabezas pensantes de los despachos de Torrespaña ha sido capaz de deducir que dedicar más de media hora del telediario a un suceso de este tipo no cabe en un medio de comunicación público
No será este articulista quien defienda las teorías del documentalista estadounidense Michael Moore, especialista en bordear las fronteras de la realidad con demagogia barata. Pero en su película Bowling for Columbine tiene razón cuando habla de los peligros del programa Cops, uno de los más populares en la televisión estadounidense durante las últimas décadas y especializado en mostrar persecuciones policiales, redadas y todo tipo de conflictos. A nadie se le escapa que ese tipo de mensajes crean preocupación, miedo y alarma. Quienes los emiten no se empeñan especialmente en analizar la raíz del problema, sino en mostrar sus consecuencias, que quedan muy bien delante de la cámara. Lo reconoce el productor del programa en el citado documental de Moore: lo primero no da audiencia, lo segundo sí. Por tanto, quien más chifle, capador.
El periodismo gore
Los medios de comunicación españoles se han empeñado en engordar este modelo de periodismo gore. El pasado lunes, un diario digital no escatimaba detalles para describir los cuatro minutos que duró el supuesto estrangulamiento del niño Gabriel. Hace unas horas, comparaba a su supuesta asesina con una mantis religiosa, pues uno de sus periodistas había investigado sus amoríos pasados, todos con final dramático.
Los viernes por la noche, podrá usted observar en La Sexta el programa Equipo de Investigación, cuyos reporteros -con la inquietante voz de su presentadora de fondo- se han especializado en mostrar la actividad de todo tipo de bandas, malhechores y estafadores que actúan en la piel de toro. Un día lo dedican al presunto asesino de Diana Quer, otro a los narcos de La Línea de la Concepción y otro a los que venden cruasanes congelados como si fueran frescos. Todo cabe si es ilegal. El caso es que, Mediaset, al ver la fórmula de su competidor, inventó En el punto de mira, un espacio que retrata los peligros de los grupos organizados de rateros, del cibercrimen o de consumir panga vietnamita.
Televisión Española ha copiado este modelo, parece ser que porque sus gestores no han encontrado una forma más sencilla de subir el share de La 1. Este viernes, uno de los periodistas del magacín La Mañana hablaba largo y tendido sobre los intentos de secuestro de niños en Madrid. Un asunto preocupante, pero sobre el que no existía ninguna novedad de última hora y, por tanto, hecho noticioso. ¿Por qué, entonces, salió a colación el tema? Porque el alarmismo y las historias truculentas ayudan a ganar cuota de pantalla. El efecto que ocasiona en la conciencia de los televidentes parece que no importa.
Mientras a los informativos de TVE les llovían críticas por su -supuesta- manipulación informativa, se pasaba de largo sobre el generoso espacio que conceden a los sucesos, las tragedias cotidianas y las actuaciones policiales más rimbombantes. Sin ir más lejos, el noticiario de las 15.00 horas de este viernes ha dedicado 8 minutos a los disturbios de Lavapiés, 5 a los que se produjeron durante el partido de fútbol del jueves en Bilbao y otros 5 al asesinato del niño Gabriel. Allá por las 15.22 horas ha comenzado a hablar del resto de temas de actualidad.
El noticiario de las 15.00 horas de este viernes ha dedicado 8 minutos a los disturbios de Lavapiés, 5 a los que se produjeron durante el partido de fútbol del jueves en Bilbao y otros 5 al asesinato del niño Gabriel
Incluso el Canal 24 Horas, el que tantas y tantas veces no ha informado de asuntos de actualidad porque sucedían por la noche (son unas 24 horas muy relativas), conectó a la 1 de la mañana con un barrio de Lavapiés para que una reportera ofreciera la última hora de los disturbios. Resulta chocante el criterio del director de informativos de TVE, José Antonio Álvarez Gundín, quien ha consentido que se pase de puntillas sobre algunos casos de corrupción, pero ha dedicado tantos esfuerzo a lo gore.
Las obligaciones que debe cumplir RTVE vienen especificadas en un mandato marco (caducado hace 15 meses), que en uno de sus párrafos, dice lo siguiente: TVE “tendrá especial cuidado en el tratamiento de contenidos que afecten a las víctimas de la violencia, catástrofes naturales o acontecimientos luctuosos, con el fin de impedir que el dolor de las personas pueda convertirse en objeto de morbo o espectáculo”. El pasado miércoles, los padres del niño Gabriel comparecieron ante sus cámaras unas horas después de haber enterrado a su hijo y nadie tuvo en cuenta que esa conexión no debió producirse. Aquí todo el mundo se la coge con papel de fumar.
Desde luego, los programadores de las televisiones parecen tener claro que, pase lo que pase, el espectáculo debe continuar. En tan sólo unos días, han dedicado monográficos a las pensiones, a Gabriel, a la prisión permanente revisable y a los manteros de Lavapiés. En todos los casos, con ese particular estilo histriónico y alarmista que tanta mella hace en los ciudadanos y del que tanto provecho sacan los oportunistas. Los asuntos de la agenda vienen y van cada vez a una mayor velocidad y el efecto sobre los españoles es nocivo.
En medio de este mar de ruido -en el que los periodistas que ayer daban lecciones de ética hoy se han abonado al “mierdismo”-, RTVE podría constituirse como el referente que necesita la sociedad española para no perder la cabeza definitivamente. Lejos de todo eso, su cúpula también se ha entregado al sensacionalismo para inflar su share y colgarse una medalla. Servidores de lo público los llaman.