Si usted observa frecuentemente los noticiarios y todavía no se siente un delincuente, es porque no tiene conciencia o no presta la suficiente atención. El pasado fin de semana, los informativos de La Sexta emitieron una pieza en la que se advertía de los peligros para el medio ambiente que implicaba viajar en avión. Por allí aparecía un ecologista que decía que un vuelo entre Madrid y Lima tenía la capacidad de derretir 5 metros cuadrados de un casquete polar. Pocas horas después, la ONU advertía que para que usted coma una hamburguesa es necesario gastar 1.700 litros de agua, que equivale al doble de lo que bebe una persona cada año.
Desde que aumentó la duración de los informativos y los periódicos estrenaron sus ediciones digitales, vivir se ha convertido en una experiencia mucho más compleja y peligrosa. No hay día en el que no se advierta al lector sobre los riesgos a los que se expone su páncreas por sus hábitos alimenticios, sobre la virulencia de la última enfermedad que se ha descubierto en las granjas de Indochina o sobre la cantidad de guerras que generará su aparato de aire acondicionado si empeora el calentamiento global.
De todos los lobbies que se encuentran detrás de estos mensajes catastrofistas y sensibleros, llama especialmente la atención el que apuesta por potenciar el denominado lenguaje inclusivo. Y, en éstas, el Ayuntamiento de Barcelona ha editado una guía que pretende que nadie se ofenda cuando usted hable.
El documento aconseja, por ejemplo, que si su interlocutor acaba con su paciencia, le mande “a freír espárragos” antes que “a tomar por el culo”, dado que “no se tiene que criminalizar una práctica sexual generalmente asociada a relaciones gais”. También aconseja evitar expresiones como “llorar como una niña” –es sexista-; o “esto es una mariconada” –es homófoba”. Y, si es posible, conviene no utilizar el término “hermafrodita”, dado que eso es más propio de los “caracoles” que de las personas –lo dice así-. En el caso humano, es preferible recurrir a expresiones como persona intersexual; o persona con DSD (diferencias en el desarrollo sexual).
Moro es un insulto
Con una somera lectura de la guía, el lector podrá apreciar que la palabra “moro” es un insulto; o que las expresiones “persona de color” y “negrito” son “racistas y coloniales”, por lo que es mejor utilizar fórmulas con esos ciudadanos como “persona racializada” o “persona afrodescendiente”, aunque sus progenitores hayan nacido en Villalar de los Comuneros. Cabe añadir que si usted no quiere cometer un acto de micro-racismo y tiene pensado “ir al chino” a por unas cervezas, es mejor que emplee la expresión “ir al supermercado”, dado que “definir una tienda por el pretendido origen de la persona que la regente es excluyente”.
Sobra decir que el documento también incluye una buena ración de críticas hacia los hombres, quienes en su día a día “utilizan más turnos de palabra que las mujeres” y ocupan un espacio excesivo cuando se sientan en el transporte público”. También ofrece una serie de consejos a quienes se dedican al oficio de comunicar, a quienes pide que, en la medida de lo posible, incluyan en las imágenes que ofrecen a su público personas “racializadas”, así como diferentes modelos de familia (homoparentales, monoparentales, sin descendencia, criaturas tutorizadas). Por cierto, que si los protagonistas de las campañas publicitarias no son ni delgados ni altos, mejor que mejor.
La guía recomienda evitar frases como “trabajar como un negro”, “trabajo de chinos”, “ir como un gitano” o “no hay moros en la costa”.
Para rematar la faena, la guía recomienda evitar frases como “trabajar como un negro”, “trabajo de chinos”, “ir como un gitano” o “no hay moros en la costa”. Y, por si usted se siente tentado de pronunciar vocablos como “mongólico”, “deficiente” o “cojo”, este manual le trata de disuadir con el siguiente argumento, ciertamente lisérgico: “Una persona sin discapacidad no es “normal” frente a una persona que tiene discapacidad. El concepto de “normalidad” es otra forma de discriminación y exclusión”.
Podría llegar a pensarse que este tipo de revoluciones semánticas son, en realidad, estupideces que sirven para justificar el contrato laboral de quienes pretenden vivir bien y trabajar muy poco, a base de consejos trendy que poco o nada ayudan a paliar las injusticias, si es que existieran en todos o en alguno de los casos en los que se plantean. También podría decirse que generalizaciones como las que sostienen que los hombres son charlatanes y maleducados, por el hecho de haber nacido varones, son malintencionadas. O que el mero hecho de tratar de encorsetar el lenguaje con todo tipo de eufemismos resulta, cuanto menos, siniestro y ayuda a alicatar la dictadura de la corrección política.
Pero no, diremos que este pingue esfuerzo y este arrojo sirven para lograr un mundo más “igualitario”, “respetuoso” y “empático” en el que nadie se sienta “marginado” o “dañado” porque su interlocutor dice que está “depre” o que es un poco “bipolar” . A fin de cuentas, Quevedo bromeaba con la nariz judía de Góngora; y Góngora definía a Quevedo como “bujarrón” porque eran dos ganapanes sin sensibilidad, como se demuestra en su obra.
Han sido muchos siglos de infamia y de llamar a las cosas por su nombre. Afortunadamente, Ada Colau ha llegado para cambiarlo. De ahí que se haya editado esta guía con consejos de lenguaje inclusivo, que es una completa imbecilidad.