Existen almas cándidas, pero convengamos en que la solidaridad no suele practicarse de forma desinteresada. Hay quienes donan por convicción, pero también quienes lo hacen para evitar arder en la parrilla de belcebú o para disuadir a quienes pudieran mostrar algún interés en examinar los puntos negros de uno mismo. Sin el miedo a la ira de Dios quizá no se hubieran construido las catedrales, pues ya se sabe que la admiración se extingue más fácilmente que el temor. Del mismo modo, sin la inquietud que genera la competencia, el fisco o la impopularidad, algunos filántropos quizá fueran menos caritativos.
Se puede ser inocente y pensar que las marcas de refrescos carbonatados colaboran con tantas sociedades encargadas de investigar sobre aspectos relacionados con la salud infantil porque tiene un especial interés en que los niños crezcan sanos y fuertes. También sorprendía ver en los vasos de refresco de McDonald's los aros olímpicos. Cómase usted esta hamburguesa de doble piso con patatas fritas y obtenga el máximo rendimiento en la pista de atletismo.
Las multinacionales que venden ropa y calzado fabrican una buena parte de sus productos en Asia, incluso ésas que el pasado jueves se erigían como defensoras de los justos y la emprendían contra Donald Trump por agravar la guerra comercial con China. Evidentemente, no lo hacían por la paz y la concordia, ni por evitar que los ciudadanos tengan que pagar más dinero por sus zapatillas Nike. Quizá en Occidente se pierda muchas veces la noción sobre los engranajes que mueven el mundo y exista cierto pensamiento naíf acerca de la efectividad de la denuncia social y el despotrique para resolver injusticias, en caso de que realmente lo sean. El caso es que el comercio tiene aspectos justos y otros injustos, al igual que la deslocalización, de la que se aprovechan las grandes compañías de moda. Incluida Inditex. Quizá la 'solidaridad' de todas ellas fuera menor sin el temor a que esto genere desprestigio para sus marcas.
La izquierda caducada
Es bien sabido que la izquierda radical ha tomado a Amancio Ortega como el ejemplo de lo que no se puede ser. Principalmente, porque una parte de la ropa de Inditex se fabrica -denuncian- en talleres asiáticos en los que no se cumplen unas mínimas condiciones higiénicas y de seguridad; y porque, a su juicio, no paga los impuestos que le corresponden. La teoría marxista de la lucha de clases ha permitido al socialismo adaptar su discurso a los nuevos tiempos, en cada época, con una relativa facilidad, dado que dejaba a sus defensores bastante capacidad de maniobra, al considerar como cierto algo tan delirante como que el avance social está condicionado por el propietario de los medios de producción. Primero, fue el campesino contra el señor feudal. Unos siglos después, el obrero contra el capataz. Ahora, Amancio Ortega contra los empleados de sus talleres.
Su discurso es de un reduccionismo absurdo, pues parece partir de la base de que el mundo se encuentra en un permanente conflicto de clases. Sobra decir que en esta historia no existen ni buenos ni malos; y que cada cual tiene sus propios intereses, y ninguno de los cuales es blanco nuclear. Pero llama la atención la absurda demonización de la figura del empresario por parte de la izquierda. En este caso, manifestada a través de la figura de Amancio Ortega, el último objeto de sus iras y quien, no olvidemos, ha decidido destinar una parte de su dinero a causas justas. En este contexto, habría que valorar lo que se gana; y no despotricar por la supuesta intencionalidad del dador.
Inditex ha pagado en España desde 2014 un total de 11.000 millones de euros en impuestos desde 2014. Sólo en 2018, aportó casi 1.700 millones.
Inditex ha pagado en España un total de 11.000 millones de euros en impuestos desde 2014. Sólo en 2018, aportó casi 1.700 millones, lo que equivale aproximadamente al 2% de lo recaudado por el Impuesto de Sociedades. La candidata de Unidas Podemos a la presidencia de la Comunidad de Madrid, Isa Serra, criticó el otro día que Amancio Ortega gastara su dinero en máquinas para la Sanidad Pública cuando entre 2011 y 2014 “esquivó o eludió” el pago de casi 600 millones de euros a Hacienda, según el informe Tax Shopping: Exploring Zara’s Tax Avoidance Business, elaborado por Los Verdes europeos y puesto en cuestión por Inditex.
Pero el problema es el de siempre: la izquierda más cerril y su ruidoso entorno demonizan la figura de quienes han hecho fortuna -sin detenerse en analizar sus puntos positivos, pues eso no moviliza- y mantienen su estúpida y maniquea concepción, que divide a la población entre los sufridores -los parias de la tierra- y los patrones, los que poseen los medios de producción y son sinónimo de abuso y malas prácticas. Su potencia en los medios afines y en las redes sociales es enorme, de ahí que su capacidad para imponer como dogmas de fe sus medias verdades también lo sea, lo cual no deja de ser peligroso. La jauría, rara vez tiene razón.
Populismo económico
Obvian que el gran factor que hipoteca el bienestar y el progreso es el hecho de que en una economía no haya generadores de riqueza, que sirven para sostener el welfare state que con tan poco tino han defendido los socialdemócratas en los últimos tiempos. La emprenden contra los empresarios, pero no contra quienes engordan lo público, malgastan los recursos e incrementan la deuda cuyo pago recaerá, principalmente, sobre las maltrecha clase media que aseguran defender. Tampoco critican los privilegios de esas clases pasivas que tan a menudo hacen posición de fuerza para conseguir aumentar la cantidad de dinero que llega a su bolsillo. El problema, está claro, es de quien aporta 11.000 millones de euros, no de los sindicatos de policía -por ejemplo- que reclaman subidas de sueldo para gozar de las mismas prebendas que sus colegas de Cataluña. Por cierto, en una reclamación apoyada por políticos tan dados al populismo como Albert Rivera y Pablo Casado.
En este contexto de pérdida absoluta del rumbo e ignorancia, es normal que se premie la necedad y se perjudique la brillantez. Y que alguien que encarna los peores males de la política y de la mediocre universidad española, como Gerardo Pisarello, su Señoría, medre hasta conquistar un puesto maravillosamente bien retribuido en la Mesa del Congreso gracias al partido que define como 'malos patriotas' a quienes realmente contribuyen a sostener el Estado del bienestar. ¿Sus méritos? Como decía la canción, 'god only knows'. Eso sí, está claro que el problema no es el rotundo éxito de los mediocres, que ni aportan ni dejan aportar. Es Amancio Ortega.