Empecemos por el final para acabar cuanto antes con lo más desagradable. Resulta, queridos amigos, que estos días se han anunciado los galardones televisivos más prestigiosos, si es que queda algo de prestigio en ese medio. Las Antenas y los Ondas. No, tranquilos, no lleguen ya al orgasmo. Esperen a leer el batiburrillo de los premiados. Aunque no mencionaremos a todos. Con un par de ejemplos la tortura es suficiente. Es justo decir que en esta ocasión los Ondas sorprenden. ¡La Ser solo se ha autogalardonado una vez! Y luego, ya saben, Wyoming, Julia Otero, Salvados, etc… No hay pluralidad, obviamente. Aunque, oigan, si yo mañana monto un certamen al final premio a quien me da la gana, que es lo que se ha hecho en España toda la vida.
Sin ir más lejos, nadie duda ya que las Antenas de Oro son unos premios que montan las propias televisiones y radios para premiarse así mismas. Es verdaderamente absurdo, diría que obsceno, lo sé, pero es lo que tenemos. Eso sí, uno no deja de asombrarse al ver que uno de los premios es para el director de Informativos de TVE, Julio Somoano. Premiar a cualquiera que ocupe ese puesto es insultante, pero hacerlo con este hombre roza el delirio. Aunque este periodista fuera el tipo más honesto, que desconozco si lo es o no, y teniendo como guía el escrupuloso respeto a la presunción de inocencia que vocifera hasta el tertuliano más zafio, solo por las enormes, surrealistas y crecientes polémicas que han generado los Telediarios en los últimos tiempos habría que pensárselo dos veces.
El caso es que estos galardones son algo así como un mercadeo donde tiene que haber botín para todos y así nadie se enfada. Se monta una gala por todo lo alto. Todos vestidos de etiqueta. A darle al vino. Supongo que al verdejo, que está de moda. Y el aquelarre culmina con los periodistas alimentando su ego en el escenario, que es su hábitat natural. Porque muchos periodistas, háganme caso, viven presos de una frustración: cuentan las cosas cuando en realidad sueñan con protagonizarlas.
Del vino y las rosas del éxito, que en el fondo siempre es amargo, saben mucho dos personajes que han dado que hablar esta semana por sus regresos: Andreu Buenafuente y Melendi. El primero vuelve junto a Berto Romero el 18 de noviembre. Presentarán un show en las noches de La Sexta, como ya les adelantamos aquí tiempo atrás. El astuto y sobrevalorado Buenafuente ya ha bromeado diciendo que por culpa del estreno no podrá presentar precisamente la gala de los Ondas. Nos alegramos por él. Parece, por cierto, que pronto Buenafuente tendrá que competir un par de noches a la semana con Jordi González. La franja de la medianoche, late night dicen los cursis, se pone interesante.
Decíamos que Melendi ha provocado muchos comentarios. Este hombre abandonó La Voz para dedicarse a un proyecto propio que llega ahora a la pantalla. Se trata de Generación Rock, que se estrena el próximo martes a las diez de la noche en TVE. A priori, el programa atesora ingredientes que llaman la atención, sea para descojonarte, sea para empujarte al suicidio, sea para destrozar la tele a martillazos. Quince personas mayores de 70 años entrenando con Melendi, sí, ese al que bajaron de un avión por estar curda, con el reto de demostrar que pueden ofrecer un concierto cantando ocho grandes temas de la historia del rock. Suena divertido este experimento.
El momentazo televisivo de estos días ha sido la visita de Tamara Falcó a El hormiguero. Lo malo es que culpó al diablo de su afición desmedida a las compras y lo bueno es que consiguió enlazar tres oraciones seguidas. En cuanto a las audiencias, la semana que muere vio triunfar a Jordi Évole en el regreso de Salvados. También El tiempo entre costuras volvió a arrasar. Y, por suerte, naufragó ese programa a la deriva llamado Abre los ojos y mira, con interesantes partes de actualidad e inexplicables momentos de variedades. Quien en Telecinco decidiera suprimir El Gran Debate para darle este espacio a Emma García era, sin duda, un infiltrado de Atresmedia.