Medios

Clímax tertuliano

En un país que se encuentra en pleno ataque de nervios, sometido a un ruido que complica sacar en claro casi cualquier cosa, las tertulias televisivas viven una nueva edad

En un país que se encuentra en pleno ataque de nervios, sometido a un ruido que complica sacar en claro casi cualquier cosa, las tertulias televisivas viven una nueva edad de oro. De hecho, “cada vez resulta más difícil escapar de esas voces”, parafraseando la famosa carta que escribió Virginia Woolf a su marido antes de llenar sus bolsillos de piedras y lanzarse al río Ouse, desesperada por su irrefrenable trastorno bipolar.

En este nuevo curso, la profesión de tertuliano cotiza al alza y las sillas de los debates se han convertido en un oscuro objeto de deseo dentro de la profesión, que, desde hace un tiempo, sufre cierta obsesión por estas mesas de coloquio. A fin de cuentas, la televisión es el medio más influyente entre los ciudadanos y el que proporciona más visibilidad, un concepto fundamental en un momento histórico en el que los soportes tradicionales están en proceso de desaparición y en el que los medios digitales tratan de sacar la cabeza en la inmensidad de internet.

Las televisiones han auspiciado el resurgir de este género porque es muy barato y, ciertamente, no está el horno para bollos. La despensa de los Lara y los Berlusconi difícilmente volverá a llenarse como antes de que arreciara la crisis económica, cuando recaudaban el 38,5% más de los anunciantes que actualmente –datos de la consultora i2p, 2007-2017- y en el mercado no operaban los potentes competidores que amenazan a varios pilares de su negocio, como son los Netflix, HBO y Amazon.

La proliferación de los debates no deja de ser un síntoma de la debilidad de las televisiones privadas frente a estas compañías, que tienen una mayor capacidad para producir ficción de calidad. Pero también es cierto que, hoy por hoy, son una solución económica, que atrae audiencia y que permite rellenar con horas de directo aquellas franjas de la parrilla que hasta hace no mucho estaban dedicadas al marujeo, a los programas de crímenes norteamericanos y a esas teletiendas especializadas en proponer soluciones mediocres para escapar de la mediocridad.

La proliferación de los debates no deja de ser un síntoma de la debilidad de las televisiones privadas frente a 'los Netflix', que tienen un alcance global y una mayor capacidad para producir ficción de calidad.

El problema es que el modelo de debate que se ha impuesto antepone los titulares al análisis; y la intervención rápida y rimbombante al razonamiento pausado. En este ecosistema de debate global, de opiniones en 140 caracteres, de pantalla múltiple y estilo de vida low cost, la fast food argumental ha arrinconado al debate sosegado y eso encuentra un reflejo en la televisión, donde se deduce que la audiencia no quiere escuchar intervenciones largas. Eso ha provocado que abunden las mesas de debate, pero que no se profundice en nada, pese a que se da vueltas, todo el rato, alrededor de los mismos temas. Si tienen la capacidad de levantar pasiones o enfurecer a los espectadores, mejor que mejor.

Los tertulianos profesionales

También se han multiplicado los personajes planos, más propios de película de bajo presupuesto y guión insoportable que de mesa de análisis. La televisión busca habitualmente lo cuantitativo y la audiencia ejerce un poder dictatorial sobre sus contenidos y sus protagonistas. El fenómeno no es nuevo. Recuerden a aquel ‘Padre Apeles’, esa especie de villano esperpéntico que tanta popularidad adquirió en un programa de debate de Telecinco, y que ha encontrado su sucesora en Sor Lucía, la monja revolucionaria y deslenguada.

Estos personajes tienen una considerable capacidad para generar bronca y los programadores saben que la bronca vende –basta consultar Twitter-, por eso conceden tanto protagonismo a estos personajes. Desde los de izquierdas hasta los de derechas. Desde los Marhuendas hasta las Elisas Beni. Desde los Monederos hasta los Juan Manuel de Prada. Se recurre a la hipérbole por sistema y se contribuye a mantener a la opinión pública en un peligroso estado de ansiedad. Cierto es que en todas las mesas existen voces juiciosas, pero normalmente son arrinconadas por estos periodistas y políticos, reconvertidos en personajes televisivos.

Contaba un conocido presentador de espacios deportivos, muy influyente hace unos años, que hace un tiempo se encontró por la calle a un antiguo compañero de profesión, otrora periodista respetado, pero reconvertido a forofo de tertulia futbolística. En un momento de la conversación, le preguntó el motivo de su degeneración profesional y, con cara de compungido, le respondió: "tengo que dar de comer a mis hijos".

Tertulias a cada rato

Esta temporada, se pueden ver más tertulias políticas que nunca en la televisión generalista, como Los desayunos de TVE y Más desayunos en La 1; Espejo Público en Antena 3; El Programa de Ana Rosa y Ya es mediodía en Telecinco; y Al Rojo Vivo y Más Vale Tarde, en La Sexta. Eso, sin contar las del Canal 24 Horas y las cadenas autonómicas; o las del corazón, de 'humor' o de fútbol, que también han derivado en jaulas de grillos en las que los conflictos entre sus personajes adquieren más importancia que el propio tema a tratar en muchos momentos; y en las que se da habitualmente rienda suelta a las más bajas pasiones.

Quien acude a estos coloquios sabe que son una plataforma idónea para adquirir popularidad, ese arma de doble filo para los periodistas que proporciona acceso a las altas instancias (hay ministros que envían mensajes en directo a los contertulios), pero que también compromete esa discreción que resulta fundamental para establecer una relación de confianza con las fuentes que no quieren abandonar el anonimato. Ahora bien, el dinero manda y, en un momento en el que el negocio de la información ha perdido rentabilidad y los sueldos de quienes lo ejercen han menguado considerablemente, es complicado rechazar, por sistema, los 180-200 euros que reciben los tertulianos rasos de La 1 por cada asistencia al programa, los 150 de Telemadrid, los 250 de Al Rojo Vivo; o los 250-300 de El Programa de Ana Rosa.

Tampoco es necesario encarnar ese cuestionable papel de héroe, villano, señor de derechas o revolucionario de pantalón de pana. Aunque eso, evidentemente, vende menos, atrae a menos audiencia y genera menos réditos.

Radio televisada

La fiebre de las tertulias ha provocado que hoy, más que nunca, se pueda ver la televisión sin necesidad de mirar la pantalla, pues una parte de los programas son una especie de radio televisada. La apuesta por este género permite también a los canales de la TDT retener audiencia en un momento en el que cada vez se ve más televisión en diferido; y en el que los abonados de los Netflix y los Movistar han aumentado progresivamente durante los últimos años. 

La fiebre de las tertulias ha provocado que hoy, más que nunca, se pueda ver la televisión sin necesidad de mirar la pantalla, pues una parte de los programas son una especie de radio televisada.

A la prensa escrita y a la digital también les viene bien esta abundancia de mesas de debate en televisión, pues les permite dar visibilidad a sus periodistas-estrella en un momento especialmente delicado, en el que una gran parte de estos medios sopesan empezar a cobrar por sus contenidos. El modelo que parece que se impondrá será el freemium, es decir, el de cerrar una parte de sus artículos, entre ellos, los que escriben sus firmas de referencia. Por eso, la estrategia de sentarlos unas cuantas horas al mes en estos coloquios podría ayudar a aumentar sus ingresos. O, al menos, así lo intuyen algunos de ellos.

Lo que parece claro es que no son buenos tiempos para los que prefieren la reflexión pausada a la estridencia, y eso se nota en una gran parte de los espacios públicos. También dentro de la pequeña pantalla, que no deja de ser una reproducción a escala de lo que su audiencia es o desea ser. Lo peor es que ese 'monstruo' ha adquirido una dimensión considerable y necesita alimentarse constantemente de información. Y, a veces, no la hay. Entonces, es muy fácil caer en el alarmismo, lo burdo, lo policíaco o lo sensacionalista. Recuerden lo que ocurrió tras el asesinato del niño Gabriel

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