Dijo el jueves Rosa María Mateo que dimitirá de su puesto "cuando haya un nuevo Gobierno". O, lo que es lo mismo, que tiene pensado quedarse en RTVE hasta que finalice el recuento de los votos de esta intensa primavera electoral. Hay ciertas costumbres que se asumen con una sorprendente normalidad en este país, en el que la clase política se inventó hace mucho tiempo un derecho que le faculta para designar a amigos y simpatizantes para puestos que requerirían especialistas, y desde los que se gestionan cientos de millones de euros anuales. Como esta desfachatez se produce de forma tan frecuente, se da por supuesta siempre que hay un cambio de Gobierno, con el consiguiente deterioro de los servicios públicos y el pertinente reparto de premios y cates entre ‘los elegidos’ por la ejemplar parroquia política. Rosa María Mateo estaba hace nueve meses tan tranquila, en su jardín, con sus nietos, y en Moncloa le llamaron para cumplir una misión. Que no era, precisamente, dirigir RTVE y convertirla en el más fiel espejo de la realidad, pues nadie tira piedras sobre su propio tejado.
Sorprendió entonces que algunas de las plumas que se tienen por más brillantes en este país, que tan fácilmente se deslumbra con los espejitos de colores, dedicaran alabanzas a Mateo, a quien definieron como el rostro y la voz periodística de la Transición; y, por tanto, como una persona idónea para el puesto. No es necesario poner en duda todo eso porque actualmente no viene a cuento. Tampoco hay que negar que Mateo ha dedicado una enorme cantidad de energía a su tarea durante los últimos meses, como ha dicho, Pero sí que conviene cuestionar los resultados de su gestión, que han sido muy malos. También la total hipocresía de quienes la propusieron para el cargo -dicen- para hacer RTVE más plural e independiente.
Monólogo de Sánchez
Hace diez días, el Canal 24 Horas emitía los 48 minutos del acto de presentación del libro de Pedro Sánchez de un tirón. Ese lavado de cara en el que confluyeron dos de las melenas más rubias de la televisión, la de Mercedes Milá y la de Jesús Calleja, que se prestaron a ejercer de maestros de ceremonias del 'literato'. El telediario de las 21.00 horas concedió 2 minutos y 30 segundos para informar de tan magna obra. El tema lo situó por delante en la escaleta de otros asuntos de menor envergadura, como el juicio del procés. Y lo hizo sin ningún rubor.
A Rosa María Mateo le preguntaron sobre este asunto en su más reciente comparecencia parlamentaria y respondió con un ataque: "No es la primera vez que el Canal 24 Horas retransmite actos de un jefe del Ejecutivo". En concreto, citó la emisión en directo de los fastos que tuvieron lugar durante la visita de Mariano Rajoy a un pueblo de Lugo, en agosto de 2017. Vamos, que Mateo intentó justificar su pecado con una referencia al que habían cometido sus antecesores, que, por cierto, fueron nefastos y especialmente amables con el poder, como detalla Alberto Lardiés en su nuevo libro, La democracia Borbónica. En cualquier caso, el razonamiento de Mateo es lamentable. El de perpetuar el mal porque los otros también lo practicaban.
Más allá del politiqueo –y aquí hay que decir que la oposición ha sido, a veces, absurda en las críticas a Mateo, por su abundancia y su tono-, lo cierto es que la administradora única provisional de RTVE y su equipo han acelerado de una forma preocupante la decadencia de la televisión pública en España, que gasta anualmente 1.000 millones de euros en este servicio para lograr unos resultados de audiencia cada vez más pobres. El pasado febrero, los canales de la corporación (La 1, La 2, TDP, Clan y 24 Horas) marcaron el peor mes de su historia, con el 15,3% de share, que fue prácticamente igual al de Telecinco (14,6%).
La audiencia de La 1 fue de 9,6 puntos, es decir, 1,5 menor que el año anterior, pese a haber emitido la gala de los Goya y las semifinales de la Copa del Rey, que han incluido dos encuentros entre el Real Madrid y el FC Barcelona. En abril, con la política como protagonista informativa, a las puertas de unas elecciones generales, La Sexta (7,4 puntos) podría pisar los talones a La 1, que en 2016 le costó a los españoles 408,63 millones de euros, según el Tribunal de Cuentas. Ojo, sólo ese canal.
Fracaso en informativos
Sobre los telediarios, se puede decir que La 1 no ha logrado persuadir a los espectadores que, por la izquierda, ven La Sexta, y, por la derecha, se marcharon tras la llegada de Mateo a su cargo y Sánchez a Moncloa. El resultado que han conseguido durante todos los meses, desde la llegada de la administradora única provisional, ha sido peor que el del mismo período de un año atrás. Las voces internas que clamaban por el fin de la manipulación informativa durante la anterior etapa, comandada por José Antonio Álvarez Gundín, están sospechosamente calladas ante estas evidencias. Algunas, ocupan jugosos puestos directivos. Nadie les escuchó criticar la cobertura informativa que recibió el libro de Pedro Sánchez. Todo esto es de una obscenidad insoportable.
Incluso Podemos, a través de su portavoz para RTVE en el Congreso, Noelia Vera, criticó el jueves la escasa atención informativa que recibe la formación morada en los telediarios. Por estas cosas, Torrespaña se levantaba en armas hace un tiempo, pero ahora, calla. Sobra decir que la estrategia política del PSOE, que es la de recuperar el voto que se fugó a Podemos, se ve respaldada por la televisión pública. La que ahora, dicen, es independiente.
En realidad, nada de esto resulta especialmente importante ni vergonzante, dado que los partidos han demostrado que prefieren dejar morir determinados servicios públicos, ineficientes, sobrealimentados e incapaces de cumplir la función encomendada, antes de dejarlos en manos de especialistas ajenos al partido. Las televisiones públicas son un ejemplo de manual, en este sentido. No piensen sólo en TVE. También en las cadenas de propaganda engordadas por los barones autonómicos. Desde TV3 hasta Canal Sur.
Moncloa sacó a Rosa María Mateo de su retiro dorado, le prometió 10.000 euros al mes y le puso a dirigir RTVE, donde tuvo relevancia hace mucho tiempo. Antes de que se produjera la digitalización y la expansión de los gigantes audiovisuales internacionales; y antes incluso de que las cadenas privadas tuvieran la capacidad para competir con la televisión pública en España. Es decir, cuando este sector se parecía bien poco a lo que es actualmente. Se podría pensar que esto es fortuito, pero no es así. Sabían y saben muy bien lo que hacían y hacen.