En una gloriosa exposición de demagogia, Albert Rivera escribió el pasado miércoles que las 800 víctimas de ETA no iban a tener la ocasión de ver la entrevista a Arnaldo Otegi que organizó la televisión pública. Y unos cuantos le aplaudieron. Cuesta entender la ausencia de crítica de la que goza Ciudadanos entre varios de los grandes medios de centro-derecha de este país, pues su frecuente oportunismo y su tendencia a la impostura merece reproche, entre otras cosas, porque hace difícil de sostener cualquier línea editorial que aspire a ser coherente. Debería ser siempre censurable el hecho de acudir a la arena política como quien pasa por El Corte Inglés en época de rebajas, es decir, más pendiente de los chollos que de encontrar algo que aporte calidad al armario, pero varios portavoces de la formación naranja se han especializado en eso, en el chascarrillo picantón y la frase viral; y eso gusta, y mucho, en una parte de la prensa, que todavía considera a Cs como la alternativa liberal que esperaba España.
Evidentemente, ninguna víctima de los sanguinarios de ETA pudo ver la entrevista a Otegi, emitida en el Canal 24 Horas. Es de entender que los familiares de los más de 800 aniquilados tampoco encendieran la televisión ante la repugnancia que a buen seguro les ocasionará el líder espiritual de la izquierda abertzale, quien tanto dolor ha causado. Ahora bien, en un momento en el que el PSOE ha sido acusado de blanquear a Bildu -y en el que el propio Otegi aspira a convertirse en un Mandela o un Adams-, resultó altamente clarificador apreciar su negativa a condenar los asesinatos de los terroristas y comprobar, por si alguien tenía dudas, que la vida sigue igual pese a las corrientes internas y externas que tratan de hacer ver lo contrario. A fin de cuentas, para esto sirven las entrevistas, para observar la parte del alma de estos personajes que camufla la propaganda política.
Es lógico -y comparto la denuncia- pensar que Rosa María Mateo volvió a ponerse a las órdenes de Moncloa, al igual que ocurrió hace unos meses, cuando, sin ningún pudor, se ofreció a contra-programar el debate electoral que había organizado Atresmedia para favorecer los intereses del PSOE. En esta ocasión, parece que a Moncloa le convenía que Otegi apareciera en la televisión pública en plena negociación para la formación de gobierno.
Lo que no tengo tan claro es si pretendía blanquear su figura -como le acusaron- o ejercer presión sobre Ciudadanos, dado que, como se han encargado de dejar claro los socialistas, la negativa de Rivera a apoyar la investidura de Pedro Sánchez aboca al PSOE a buscar pactos con los independentistas catalanes y vascos. Y el líder de estos últimos habla, con total desfachatez, de que hubo una parte del dolor que generó ETA que fue necesaria. Desde luego, la maniobra está sujeta a interpretaciones. Lo que no lo está es el hecho de que Mateo ponga tan fácil al Ejecutivo el mangoneo de RTVE, pues es algo aberrante.
Discurso anticuado
Dicho esto, llama la atención la virulencia editorial con la que gran parte de la prensa la han emprendido contra RTVE por llevar a Otegi a uno de sus platós, lo que vuelve a dejar claro que el asunto de los cordones sanitarios hace tiempo que se fue de las manos.
Hace unos cuantos años que los medios de comunicación perdieron el monopolio de la información, hasta el punto que, actualmente, 4 de cada 5 euros de la inversión publicitaria global se los llevan gigantes tecnológicos como Google, Facebook y Amazon. Los partidos y las ideologías tienen potentes altavoces en las redes sociales y sus consignas -artificiosas e interesadas- llegan al público sin necesidad de que los medios intermedien, lo cual juega a favor de los radicales. Por esta razón son de recibo entrevistas como las del otro día, dado que permiten tener contacto directo con un personaje -abyecto- y cerciorarse de que, más allá de la propaganda, sigue justificando las carnicerías pasadas.
Hubo un día en el que en este país se consideró una hazaña periodística el que Chaves Nogales entrevistara a Goebbles, por cuyas venas circulaba sangre envenenada con el mal más absoluto. No hace muchos años, en 1988, fueron muchas voces las que ensalzaron la exclusiva conseguida por Pedro J. Ramírez en Diario 16, cuando entrevistó a la cúpula de ETA en Argel. Uno de los periódicos que criticó el otro día la presencia de Otegi en la televisión pública hace cinco años incluyó en sus ediciones impresa y digital una fantástica entrevista a Josu Zabarte, el 'carnicero de Mondragón'. Quizá es mejor escuchar hablar al diablo que recibir relatos distorsionados y subjetivos sobre la forma de sus cuernos y el tamaño de su rabo.
Esto resulta importante en un momento en el que la izquierda abertzale trata de atribuirse el logro de que en el País Vasco -y en el resto de España- se haya dejado de pegar tiros, poner bombas, extorsionar y aniquilar a políticos y civiles. Entre otras cosas, porque si Bildu logra patrimonializar la paz -gigantesca falacia-, bien podría establecer las reglas de la convivencia e imponer una dictadura blanca similar a la que otros movimientos nacionalistas han establecido en otros territorios sin necesidad de utilizar pistolas. Quienes criticaron la entrevista antes siquiera de que se produjera deberían reflexionar sobre el efecto de sus palabras, pues quizá a Otegi lo que le beneficie sea el no tener que dar explicaciones. Aunque, visto el percal, quizá quienes dijeron esas palabras perseguían otros fines bien distintos.
Por cierto, hace falta tener la cara muy dura para defender la citada entrevista pocas semanas después de pedir el veto de RTVE para Santiago Abascal. Eso ha ocurrido dentro de la corporación. Hay personas y colectividades cuya desvergüenza no tiene límite.