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De 'El Yoyas' a la violación grabada: veinte años de infamias en 'Gran Hermano'

El formato de Telecinco convierte la vigilancia totalitaria de un Estado dictatorial que denunciaba Orwell en la vigilancia totalitaria de la audiencia

Gran Hermano nació en 1999 como un programa de televisión travestido de "experimento sociológico". España entera, desde los más jóvenes hasta los más mayores, quedaba obnubilada ante el televisor donde Mercedes Milá explicaba los pormenores del concurso. El país se dividió para siempre en dos bandos: los defensores y los detractores de este primer formato de la "telerrealidad" que lleva ya veinte años emitiéndose en Telecinco. Para unos, era la vida en directo. Para otros, simplemente telebasura.

Apuesto medio euro a que ni uno solo de los concursantes de estos 20 años, ni en el Gran Hermano de desconocidos ni en el VIP ni en alguno de los otros formatos hermanos, ha leído 1984, la novela de Orwell donde se hablaba del personaje que da nombre al propio programa. Pero ahí están ellos, en televisión a todas horas, anegando por completo la programación de Telecinco con sus peleas, celos y delirios, haciendo bolos por discotecas de toda España cuando salen de "la casa" y coleccionando seguidores en Instagram. Ya son famosos.

El formato de Telecinco convierte la vigilancia totalitaria de un Estado dictatorial que denunciaba Orwell en la vigilancia totalitaria de la audiencia. Los espectadores lo ven todo, lo juzgan todo y lo deciden todo (supuestamente). Recuerdo el libro no para presumir de lecturas o para humillar a los concursantes, sino porque creo que ni ellos mismos son conscientes de las devastadoras consecuencias que van a padecer, pobres diablos, por aparecer en ese programa que en efecto les otorga fama durante un tiempo para sepultarlos después como meros juguetes rotos, en muchos casos, o como personas normales que vuelven a su cotidianidad y son recordados por los vecinos porque un día estuvieron en la tele, en otros casos que serán excepcionales.

Los debates sobre 'El Yoyas'

Una de las primeras grandes polémicas del programa sobrevino en 2000, durante la segunda edición. Carlos Navarro, más conocido como El Yoyas, fue expulsado por su comportamiento violento hacia Fayna Bethencourt, su pareja en el programa. La actitud vulgar del personaje, para algunos una reminiscencia del Pijoaparte de Últimas tardes con Teresa y para otros simplemente un macarra indeseable, abrió un amplio debate sobre si era o no un maltratador y sobre si ella consentía o no el maltrato. "¿Era verdugo o víctima? ¿Había maltrato o era amor mal canalizado?", se preguntaban en los programas alimentados por Gran Hermano.

En la televisión todo es efímero y ya nadie recuerda con qué ligereza y con qué frivolidad se hablaba en las tertulias de un tema tan serio. La sociedad, veinte años atrás, no estaba tan concienciada sobre el maltrato a las mujeres. Y aquel debate sobre El Yoyas fue un ejemplo de banalización y amarillismo que sonroja solo con pensarlo. Nadie aguantaría ahora las imágenes de aquellos encendidos y morbosos debates, al igual que nadie aguanta el documental de Netflix sobre cómo se cubrió el crimen de Alcàsser. El caso es que hace unos días supimos que este personaje ha sido procesado por presuntos malos tratos a Fayna, con la que tiene dos hijos.

Desde el caso de El Yoyas en estas dos décadas de Gran Hermano ha habido literalmente de todo. Este opio del pueblo de saldo que cambió la historia de la televisión en España ha emitido las peores actitudes que uno pueda imaginar. La presión de ser vigilados por cámaras y los perfiles psicológicos de los concursantes -me pregunto si alguien ha explicado alguna vez por qué se elige a unos candidatos y se deshecha a otros- se alían para crear un cóctel explosivamente perfecto. Estallarán los conflictos, muchos de ellos de pareja. Y los espectadores, identificados con alguno de los personajes, disfrutarán con lo que vean. Pero, sobre todo, cuanto más conflicto se desate, habrá más audiencia

La violación grabada

Uno pensaba que en Gran Hermano se habían consentido numerosas infamias pero, pese a todo el peso de tanta basura, habría límites. Pero parece que no los hay. En 2017 una de las concursantes fue presuntamente violada por uno de los compañeros de "experimento sociológico". Estos días El Confidencial, que lleva semanas informando sobre este tema entre el estruendoso silencio del resto de medios que no querían entrar en terrenos tan procelosos, desvelaba unas imágenes que han soliviantado al personal. No es la grabación del suceso, por supuesto, sino una ínfima parte de la reacción de la víctima cuando ve y entiende lo que ha sufrido.

El debate sobre si este periódico digital debiera haber publicado o no esas imágenes -algo que, por cierto, la propia víctima consintió- es muy entretenido, pero me parece accesorio o secundario. No tanto porque intente matar una vez más al mensajero, sino porque desvía el foco sobre lo verdaderamente relevante: los responsables de un programa de televisión graban una presunta violación pero no llaman de inmediato a la Policía, que es lo único sensato que podía hacerse, sino que, pertinaces en el error, deciden grabar después a la víctima en el famoso "confesionario" mientras le muestran lo que ha padecido a manos de otro concursante.

La víctima, arrasada al conocer la verdad, empieza a llorar con desconsuelo. La cámara, ese ojo que todo lo ve, sigue grabando los nervios y la angustia de la joven, aturdida y confusa. Y, para colmo, los responsables del espacio recomiendan que "este tema, por el bien de ambos, no debe salir de aquí". Pasan 11 minutos hasta que alguien entra por fin a consolarla. Ese vídeo denigrante se grabó, se editó y, por supuesto, se escondió a los espectadores para evitar el escándalo.

¿Por qué se grabó el vídeo de todo ese suceso luctuoso si no iba a "salir de aquí"? No es una locura preguntarse, llegados a este punto, si, en el caso de que los implicados lo hubieran deseado o al programa le hubiera convenido, esas imágenes se habrían podido publicar para lograr más share. La realidad, elucubraciones aparte, es que se intentó silenciar el caso, pero no ha sido posible gracias a los medios. Y todo ha trascendido gracias a un vídeo. El grabador grabado.

Gran Hermano está por una vez ante su espejo. Con el caso de El Yoyas casi veinte años atrás y con tantos otros casos posteriores, convertidos en cotidianos, no hubo consecuencias de ningún tipo. Esperemos que ahora sí las haya. Pero en este noviembre de 2019 ya sabemos que aquellas predicciones de Blade Runner sobre el mundo que viviríamos eran tan exageradas como cortos se han quedado los perturbadores vaticinios de Black Mirror.

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