Mémesis

Historia de una maleta

  • 40 años después una maleta llena de recuerdos, cartas de amor y fotos personales vuelve a su dueño gracias a la Red y al trabajo de una artista española
  • La artista convirtió esa maleta anónima en una obsesión personal para encontrarse a sí misma

  • La maleta original, tal cual la encontró Ana en Oslo. Noruega. 1996

Ana Azcona (Madrid. 1974) vive con una obsesión en la cabeza. Las ausencias. Viene a nuestra redacción cargada con una pesada maleta verde musgo de esas que se aburren en las tiendas de antigüedades. La trae llenas de historias, de recuerdos, de vacíos. No es la maleta protagonista de nuestra historia. Es su némesis. El ataúd de una obsesión. 20 años de trabajo para reconstruir, mirándose a sí misma, una ausencia; la del dueño de otra maleta que encontró en Oslo cuando estaba terminando sus estudios de Bellas Artes. Una maleta que ha vuelto a su propietario en un final de historia con regusto amargo.

Contenedor donde apareció la maleta

El contenedor donde apareció la maleta.1996

Corría el año 1996. Época de Erasmus, intercambios, borracheras y éxtasis hormonal. La primavera de la vida te suele pillar estudiando mientras vives y bebes. Empiezas mil proyectos interesantes, acabas uno: el más loco. Por el camino dejas mil obsesiones: un amor, una canción, un recuerdo. Ana viajó a la capital Noruega de Erasmus para allí alojarse en una antigua residencia con una larga tradición en acoger estudiantes de todos los rincones del mundo. Su Babilonia nórdica. Seis meses que no olvidará jamás.

Allí encontró entre una pila de muebles y enseres tirados por la residencia una maleta llena de recuerdos, fotos y cartas de amor fechadas a finales de los años 60. No era la típica maleta que alguien tira a la calle para deshacerse de ella. Todo en aquel pequeño baúl parecía importante para alguien. Un monumento a la intimidad.

Cuadernos y manuscritos encontrados

Dentro había manuscritos en noruego, alemán e inglés. Textos filosóficos mecanografiados, facturas, varios cuadernos con apuntes, dibujos y más de 50 cartas personales en noruego, algunas con manchas de carmín. Había también fotos de una bella mujer. Todo era estéticamente impecable. La caligrafía, los dibujos, las fotos. Parecía el atrezzo de una película romántica de los años 40.

Se trataba de los recuerdos personales de algún estudiante noruego de filosofía de finales de los 60 que pasaría por esa misma residencia. Durante 25 años fue olvidada en algún rincón. La única dirección que aparecía en los papeles coincidía con la del centro. Su nombre era Alf, de apellidos noruegos.

Si su pintura era la nostalgia, aquella vieja maleta era una paleta de mil colores.

La artista había encontrado a su mejor modelo. Acostumbrada a jugar en sus obras con los desechos que da la calle, con la “memoria de los objetos”, allí había una mina de oro. Una inspiración brutal para una artista conceptual que suele expresar sus emociones con recuerdos. Como las instalaciones de Annette Messager, las vísceras de Louise bourgeois o las cartas de Sophie Calle. Mujeres que desnudan su vida en su obra. Si su pintura era la nostalgia, aquella vieja maleta era una paleta de mil colores.

La mujer de rojo. 1969

A partir de ese día construyó una obsesión. Todas las obras que salían de sus manos estaban inspiradas por aquella maleta. Compró cuadernos similares a los encontrados. Empezó a buscarse a sí misma reconstruyendo la huella que había dejado aquel desconocido. Imitando su letra, sus escritos, sus dibujos. Imaginándose la historia de amor o desamor con aquella mujer de rojo. Idolatrando su ausencia para tratar de reconstruir las suyas. Ana estaba saliendo también de una relación traumática, estaba sola en Noruega y necesitaba fabricarse una compasión en la experiencia ajena.

Los objetos encontrados refieren a una persona y son el reflejo, el rastro de una ausencia. Yo he ido buscando estas ausencias, copiando sus métodos de trabajo para encontrar y entender las mías propias. Una terapia

Caligrafia de amanuense

Al regresar a España tuvo que seleccionar lo que traía y lo que dejaba. La maleta contenedor y el libro de facturas de Alf se quedaron allí, en el mismo sitio donde empezaron a olvidarse, el resto viajó con ella.

Su trabajo continuó en Madrid construyendo otra maleta de obras paralelas. Leyendo y traduciendo los textos filosóficos de Alf y autores alemanes que hablaban sobre el orden y los vacíos, nada más sugerente. Esta maleta empezó a crecer con cuadernos y obras gráficas imposibles de entender sin un contexto. Agujas atravesando fetos, fotos envejecidas con celofán, recuerdos orgánicos de Noruega, la cara de Alf y su novia siempre presentes, interpretaciones del “tractatus philosophicus” de Wittgenstein, etc... Incluso una carta que Ana escribió a Alf reprochando su ausencia y despidiéndose. El proyecto fue presentado en 1998 en la Facultad de Bellas Artes de Madrid como trabajo fin de curso. Matrícula de honor.

La segunda maleta, la de Ana, llena con sus trabajos. 1998

Pero para cerrar una obsesión hay que ir cerrando puertas. Ana fue sintiendo cada vez más la necesidad imperiosa de devolver los recuerdos. Aquella intimidad descolocada acabó incómoda dentro de la suya. Cuando salió de Noruega era imposible localizar a Alf en Internet. Una red demasiado joven para trazar huellas. Su única salida era acudir a la embajada. Pero en aquel momento, quizás egoístamente, decidió vivir con la hermosura de esa ausencia, dejarse ahogar durante un tiempo con una vida que no era suya, con toda esa nostalgia encerrada entre cinchas de cuero.

El proyecto durmió unos años. Tiempo suficiente para que Internet fabricase las pistas que faltaban. En 2013 Ana abrió de nuevo los recuerdos, la maleta. Su maleta.

“Era el momento de convertir aquella ausencia presente durante 20 años en una presencia ausente, pero viva, o por lo menos existente, colocado por primera vez en mi imaginario, vivo, sabiendo finalmente, que era, que estaba, que existía.“

Algunos de los trabajos inspirados en la maleta noruega

Una simple búsqueda en Google de los apellidos de Alf conducía a una dirección postal. No había emails, ni cuentas en redes sociales. Solo una dirección postal y lo que parecía un hombre especializado en la cultura sami aborigen. El contacto sólo podía hacerse por carta. Y así fue:

“Dear Sir :

I am contacting you because I have in my possession some things that belongs to you and I wish I could return them. I'm sure this letter will surprise you a lot and everything I tell there, but I hope you like and can appreciate the intensity of all that I state below. [...]”

La misiva continúa con una larga reflexión donde Ana resume y explica todo lo que había supuesto encontrar aquella maleta. La respuesta tardó unas semanas en llegar y Ana decidió entonces enviar el material escaneado para ver si lo identificaba:

“A very short reply. I can identify the notebook cover as mine, the photo also is well know. If you want to return notes, please only those that can be positively identified by signature or writing style.

With gratitude. Alf”

Era él. El hombre que había añorado sin conocer estaba ya identificado. Ana envió todo el contenido de la maleta a su dirección y esperó una reacción emocional equivalente a 20 años de obsesión artística.

Dear Ana:

The parcel you sent has arrived. Strange to see those old notes and letters now more than forty years old.

All i can say is: Thank You.

Best Greetings. Alf

Ana y su maleta hoy.

La maleta se fue pero casi todas las dudas quedaron. ¿Quién era aquella mujer de rojo? ¿Qué significaban todos aquellos dibujos, poesías y textos? ¿Por qué nunca echó de menos esos recuerdos? Ana nunca tuvo fuerza para traducir unas cartas de amor que no le pertenecían. La misma fuerza que le faltó para intentar preguntar más sobre su historia, ahora que le conocía. Pero sí confirmó que tras 20 años de trabajo el objetivo no fue encontrar al noruego impasible, sino encontrarse a sí misma. Y que lo importante no es llegar, sino todo lo que se disfruta por el camino.

Exposición en la galería Ekléctica.2014

La película no acabó con las alharacas de Hollywood sino con el regusto del cine independiente europeo. Un final abierto, con mil salidas y con otra ausencia, la de un reencuentro imposible. Como dice Ana "Siempre es mucho más sugerente la nostalgia de la ausencia que el canto a la alegría de un reencuentro"

A Ana le queda la segunda maleta y una historia preciosa que contar. La oficina de Turismo de Noruega y la Galería Eklectica organizaron una exposición de éxito con todos los trabajos de esta crónica de ausencias. Allí estuvimos todos, o casi todos, tan solo faltó el que nunca estuvo...

...el misterioso Alf

     

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