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La venganza de Blanca Cuesta

Blanca Cuesta debe de ser la mujer más feliz de España. Vive de rentas que no son suyas, el dinero llama a su puerta sin tener ni que moverse, pasa los veranos en Ibiza y los inviernos en una mansión y ha conseguido lo que muchos desearían: darle en toda la cara a su suegra. Hoy, la venganza de Blanca, un plato que se sirve bien frío.

  • Blanca Cuesta y Borja Thyssen muestran uno de los cuadros de ella (Gtresonline).

Carmen Cervera todavía debe de estar lamentándose del día que su hijo Borja apareció con una chica de melena larga, rizada y encrespada, llamada Blanca, y se la presentó como su novia. Aquellos eran tiempos felices para todos. Tita había conseguido que el barón Heinrich Thyssen reconociese a Borja como hijo legítimo y entrara a formar parte de la gestión del patrimonio pictórico y de la millonaria herencia, claro. Borja, pese a los intentos de su madre de que tuviera una buena formación y un futuro brillante como coleccionista de arte, había decidido entregarse en cuerpo y alma a vivir la vida y a pasar por el gimnasio de vez en cuando -con unos resultados bastante desastrosos-. Y Blanca había encontrado al hombre de su vida que, casualmente, tenía dinero, propiedades y un futuro más que asegurado. Una maravilla.

Tita no pensaba permitir que otra siguiera su mismo camino, y menos aprovechándose de su propio hijo.

Pero los buenos tiempos duraron poco. Tita, que ya sabía de qué iba la vida, vio en Blanca un fiel reflejo de su propia juventud y, desde luego, no pensaba claudicar. Tras haber conseguido borrar de la opinión pública un pasado como actriz del destape y un matrimonio con un playboy de la talla de Espartaco Santoni, no pensaba permitir que otra siguiera su mismo camino. Y menos aprovechándose de su propio hijo, al que tanto esfuerzo le había costado dar un buen apellido. Tita confío en que Borja entrara en razón cuando descubriera las verdaderas intenciones de Blanca, pero se equivocó. El anuncio de boda y embarazo de la pareja pudo con su paciencia y recurrió a los servicios de la empresa Método 3 para que investigaran el pasado de Blanca, a ver si podía quitársela de encima.

Prueba de paternidad

Con los informes en la mano, que desvelaban compras de inmuebles a nombre de Blanca y tarjetas de crédito con un límite de 30.000 euros mensuales, Tita se plantó delante de su hijo y le dio un ultimátum. O Blanca, o ella. Evidentemente, salió perdiendo. Los encantos de Blanca estaban muy por encima de las presiones de su madre. Aun así, Tita, convencida de la poca seriedad de su nuera, exigió que se sometiera al hijo de la pareja a diversas pruebas de parternidad. Y Borja, incomprensiblemente, accedió. ¿Qué lleva a un padre a agachar la cabeza antes situaciones como esa? ¿Sentía él también una duda interna que quería aclarar? ¿Podía más el recelo por las consecuencias económicas que la humillación pública? ¿Y Blanca? ¿Por qué pasar por un trance así? ¿Había algo detrás que los demás no sabemos? ¿Estaba dispuesta a todo con tal de no perder su estatus?

Borja y Blanca se plantaron en el Museo Thyssen dispuestos a llevarse un par de cuadros al grito de “¡Esto es mío!”.

La pareja veía como su lujoso tren de vida, los problemas económicos y las malas inversiones inmobiliarias iban haciendo mella en la parte de la herencia del barón que les correspondía, así que empezaron a presionar a su madre para que fuera soltando el resto del dinero. Ni cortos ni perezosos, se plantaron en el Museo Thyssen dispuestos a llevarse un par de cuadros, uno de ellos de Goya, al grito de “¡Esto es mío!”, y asaltaron la residencia de Tita en La Morajela para llevarse documentos y unos ordenadores con la ayuda de sus guardaespaldas -sí, esta gente tiene guardaespaldas, como si fueran personalidades importantes-. Lástima que las cámaras de seguridad lo grabaron todo y Tita les demandó por revelación de secretos.

De poligoneros a hipsters

Pero si pensaba la baronesa que, al final, se saldría con la suya, estaba muy equivocada. Borja abandonó el look de poligonero, se dejó barba y se decantó por un aspecto más moderno, más hipster. Blanca dejó a los hijos al cuidado de una niñera y decidió convertirse en pintora. Abstracta, para más datos. Y no contenta con ello, montó una exposición, recaudó más de 25.000 euros y dejó titulares para la posteridad como “Al Barón le gustarían mis pinturas” o “Me encantaría exponer en el Museo Thyssen”. Blanca sabía que nada le podía sentar peor a Tita que su faceta como pintora. Ahora ya no era esa chica inculta, esa cazafortunas, esa cabeza loca que no sabe nada, no; ahora es una reputada pintora, una promesa del arte español, alguien que puede asumir la dirección de la Fundación Thyssen en el futuro. Ahora Blanca es Tita.

Tita sabe que el enemigo ha ganado y que más vale tenerlo cerca.

Y, desde luego, la baronesa tomó buena nota. Hace unos días, estando ella en una cafetería, vio pasar a Borja y Blanca por la calle y le faltó el tiempo para salir a saludarles. Una hora estuvieron hablando, limando asperezas, diciéndoles que les necesita para llevar el museo y que le gustaría ver los cuadros de Blanca. Tita sabe que el enemigo ha ganado y que más vale tenerlo cerca. Y Blanca respira tranquila, disfrutando del enorme placer que otorga la venganza. A ver hasta dónde llega esta supuesta reconciliación...

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