La llegada de Grace Kelly a Mónaco convirtió a los Grimaldi en la familia más glamurosa del mundo. Una gran estrella de Hollywood abandonaba su exitosa carrera por amor y se instalaba en un recóndito país europeo, dispuesta a cambiar las fiestas de Los Ángeles por las recepciones oficiales con Jefes de Estado. El problema es que la actriz dejó el listón demasiado alto. No es que Grace Kelly fuese esa rubia virginal y casi etérea que se nos quiso vender, primero desde las productoras y luego desde la Familia Real monegasca -sus biografías evidencian un carácter y una libertad sexual muy alejada de lo que pensábamos-, pero consiguió situar a Mónaco en el mapa internacional y que el mundo entero se rindiera ante los fastos del principado. Y con ese estigma han tenido que sobrevivir.
Ni rastro de las polémicas del pasado
Los descendientes de la actriz convertida en princesa han hecho de la polémica su principal virtud. Lejos de mantener el glamour y el saber estar -tan solo hay que echar un vistazo a las últimas ediciones del mítico Baile de la rosa para darse cuenta que la elegancia hace ya mucho que se les escapó-, se han dedicado a vivir la vida, confiando en que los asesores del Principado taparan sus errores y ofrecieran la mejor de sus cara a la prensa y a los entregados ciudadanos. Y parcialmente lo han conseguido. Si nos fijamos en la imagen actual de la Familia Real veremos a una Carolina entregada al papel de abuela, a Alberto como responsable padre de familia y firme Jefe de Estado y a Estefanía recluida en un segundo plano, resignada a la vida que le ha tocado vivir. Ni rastro de las polémicas del pasado, de Ernesto de Hannover y sus salidas de tono, de los romances con guardaespaldas y de los hijos secretos. Un lavado de imagen digno de premio.
Los que mejor han sabido rentabilizar este cambio de rumbo monegasco han sido los hijos de Carolina. Mientras Carlota ejerce de it-girl de alta alcurnia, Pierre y Andrea se han convertido en esos jóvenes sensatos, responsables y con los pies en la tierra que tan solo quieren casarse por la iglesia, tener hijos y dedicarse a los negocios. En la memoria de todos, claro, quedan las imágenes de sus fiestas eternas en Ibiza, sus desnudos integrales a bordo de los mejores yates, sus constantes amoríos y sus maneras muy poco dignas de los mejores colegios. Los hermanos Casiraghi no eran más que una versión high cost de las hordas de ingleses que frecuentan cada año las playas de Salou dispuestos a hacer en España lo que no hacen en sus países de origen. Y piensen que si nosotros, los simples mortales, conseguimos enterarnos de ciertos pasajes, ¿qué no harían cuando nadie les estaba viendo?
Redirigiendo a sus royals
Desde Mónaco se han preocupado mucho de redirigir a sus royals, viendo el éxito que han tenido en otras monarquías también repletas de polémicas como la británica. Lo que no consiguieron con la boda del príncipe Alberto con Charlene Wittstock y su consiguiente paternidad -pensaban que así iban a cambiar las cosas y embaucaron a nadie-, lo han tratado de logar con los estupendos hijos de Carolina. ¿No creen que las mentes pensantes del Principado desearían hacer desaparecer a los actuales regentes para colocar a Andrea Casiraghi y a su esposa Tatiana Santo Domingo en su lugar? Todas las monarquías presumen de herederos y titulares guapos, jóvenes, modernos, cercanos y sobradamente preparados, mientras en Mónaco continúan estancados con el caduco Alberto. Si al menos se hubiese casado con Ana Obregón...
De todas formas, que no canten victoria tan pronto. Los lavados de imagen nunca funcionan. No lo hicieron con Rodrigo Rato y sus obras de caridad, no lo hicieron con Belén Esteban y sus edulcorados vídeos en GH VIP y tampoco lo conseguirán con los hermanos Casiraghi. Tarde o temprano volverán al redil y entonces tratarán de apartarles, como hacen con Estefanía. Y eso que ellos, por el momento, no tienen un Urdangarín...