Las primeras hornadas son las únicas que se recuerdan. Pasó con los primeros habitantes de la casa de Guadalix de la Sierra, con los primeros que se atrevieron a entonar melodías en Operación triunfo -Rosa López sigue viviendo de eso, de hecho- y con los primeros presentadores de las cadenas privadas. El primer español que ganó un Oscar, la primera actriz que dio el salto a Hollywood o la primera famosa que se desnudó para Interviú -o Playboy, si queremos darle un toque de internacionalidad-, ser pionero siempre tiene su recompensa. Massiel sigue en la memoria colectiva gracias a esa primera victoria en Eurovisión -y al baile del mantón verde, pero eso es otro asunto- y Bárbara Rey siempre podrá decir que fue la primera en dejarlo todo para irse a un circo. Primeras veces que sirven para casi todo, incluso para algo tan mundano actualmente como abrirse un blog.
Junto a Gala González o Miranda Makaroff, fue uno de los primeros blogueros de moda de España.
Antes de la aparición de todos esos espacios auspiciados por revistas donde las famosas -y algún famoso, pero los menos- se dedican a contarnos su vida entre anuncios de marcas de muy diverso pelaje, ya hubo una hornada de jovencitos que quisieron abrirse camino gracias a algo tan sencillo como compartir sus estilismos diarios en internet acompañados de un texto más o menos personal, más o menos profundo. Allí se juntaron Gala González, Miranda Makaroff, Brianda Fitz-James -que llegó un pelín más tarde- y, como no, Pelayo Díaz. Eran tiempos nuevos. Los veteranos todavía recordarán a la perfección cuando el hoy estilista de Cámbiame se fotografiaba con muy poca ropa -apenas tapado con las manos- dejando claro que lo de la moda no estaba mal, pero que a cuerpo no le ganaba nadie. Ellos fueron el germen de los blogs de moda en España, los culpables de que cualquier hijo de vecino pensara que compartiendo sus atuendos made in Inditex iba a poder colarse en el front row de todas las semanas de la moda. Lo que viene siendo vivir el sueño bloguero. Una engañifa.
El anticipo de la ‘burbuja bloguera’
A través de su blog Kate loves me, nos enteramos de sus peripecias en Londres, de sus primeros diseños de camisetas, esas que acabaron en los cuerpos de, por ejemplo, Rihanna, y de sus infinitas invitaciones para eventos, fiestas y desfiles. Pelayo se generó una legión de haters mientras parecía vivir ajeno a todo -aunque enterarse, se enteraba, como debe ser, por otra parte-. Sin darnos mucha cuenta, tal vez eclipsados por el delirio de sus cada vez más extravagantes estilismos -artificio creado para la fotografía-, Pelayo acabó asistiendo a más desfiles que casi cualquier directora de revista de moda española, algo que evidenció tanto el cambio de los responsables de comunicación de las firmas -llegaba la burbuja bloguera, donde era más interesante copar las gradas de blogueros con iPhones que de potenciales clientes- como la poca influencia en la industria de las cabezas pensantes de la moda española. Un toque de atención del que parece que han aprendido. Poco, eso sí.
Pero, ay, el salto estaba a punto de llegar. ¿Qué habría sido de Pelayo sin la aparición de David Delfín? Pues, posiblemente, hubiese acabado llegando al mismo sitio -ambición no le falta-, pero el camino seguro que hubiese sido más largo. Gracias a su romance con el diseñador, el bloguero pasó a diseñador consorte, participando en la creación de los complementos de algunas de las mejores colecciones de Delfin -y nos da que en algo más- y llegando al mainstream gracias a la inclusión en la troupe de Alaska y Mario -le vimos en diversas ocasiones en el reality de MTV-. Los haters afilaron los colmillos y obligaron a la misteriosa desaparición de la sección de comentarios de sus colaboraciones en la web de la revista Smoda. Pelayo estaba on fire. ¿El precio de la fama? Si es el que hay que pagar para viajar en jet privado y vivir en un apartamento con vistas a la Torre Eiffel, aquí tienen nuestra cartera.
Romance secreto
De Delfin saltó a Ghesquière, mente creadora de Vuitton, en un romance secreto que colapsó todas las redacciones sin que nadie se atreviera a publicar nada por miedo a meter la pata. El bombazo finalmente ocurrió y España se quedó sin respiración. Bueno, igual España entera no, que estaba más ocupada dilucidando sobre la vida amorosa de Belén Esteban, pero sí una gran parte. El bloguero por excelencia y uno de los grandes nombres de la moda internacional, juntos y revueltos. Pelayo se dejó ver con asiduidad por París -de ahí las vistas a la Torre Eiffel- y mantuvo su relación en un plano muy secundario, dejando caer pequeñas pistas en sus actualizaciones de Instagram pero sin que se notara demasiado. Tener un amor y no compartirlo con el mundo. ¡Malditos haters! Los iluminados vaticinamos en aquel momento la cumbre del bloguero, el punto más álgido de su carrera, del que no podría sino comenzar a descender. Nos equivocamos. Todavía le quedaba la televisión.
Pelayo es un animal televisivo. Se nota que no está dispuesto a dejar pasar la oportunidad de meter cabeza.
El anuncio del fichaje de Pelayo como estilista de Cámbiame hizo que los haters -muchos ya con solera- se pusieran a salivar. Por fin íbamos a ver al bloguero en movimiento, hablando, construyendo frases y enfrentándose a la reacción del público mayoritario, el que viene de Mujeres y hombres y viceversa, que no es poco. ¿Gran cataclismo? Pues sorprendentemente no. Pelayo es un animal televisivo. Se nota que no está dispuesto a dejar pasar la oportunidad de meter cabeza y confía en llegar a tener programa propio -ha declarado que su objetivo es ser presentador-. Se mide con quien haga falta -a las bromas con doble sentido de Jorge Javier Vázquez se subió corriendo-, ha corregido los errores de las primeras emisiones del programa -precederlo todo de un 'súper', por ejemplo- y se ha cortado aquel pelo imposible que nos tenía a todos despistados.
Poco tiene que ver el Pelayo de ahora con aquel que posaba en las calles de Londres. ¿Para triunfar, como para ganar elecciones, hay que centrarse? De las faldas y los aros postizos en la nariz ha pasado al traje entallado y no querer enseñar torso en televisión -pero sí en redes sociales, que son más íntimas-. Asegura que le gustaría escribir un libro con sus reflexiones -Pelayo, échale un vistazo a tus posts antes de publicarlos para pulir la ortografía, como consejo lo decimos- y se ha redimido de tanto odio virtual. Si algo hemos aprendido del 'expediente Pelayo' es que cualquier idea que tengamos preconcebida no va a convertirse en realidad. Puede que le veamos firmando novelas en la próxima Feria del libro. O teniendo un hijo. O convirtiéndose en político. O en consejero de Cultura. O todo a la vez. Si hay un lugar donde es posible es España, para bien y, sobre todo, para mal.