Dicen los amigos de Marta Ortega que “aparece en las revistas a su pesar”. Aun así, la hija menor de Amancio Ortega protagoniza a sus 30 años el número de enero de la edición española de Vanity Fair. En las páginas del reportaje se hace un repaso completo a su vida, desde los primeros años en el colegio coruñés Santa María del Mar hasta su boda con Sergio Álvarez o su experiencia como madre, reconstruyendo el personaje personaje a través del relato de sus allegados.
El trabajo de Marta Ortega en Inditex está más relacionado con la moda que con las finanzas de la compañía.
En las páginas de Vanity Fair descubrimos a una Marta Ortega asentada en el negocio familiar, aunque sin dejar de ser una más en las oficinas centrales de Inditex: “Es amable, pero muy seria con lo que hace. Su capacidad de aprendizaje es increíble”, asegura una persona que perteneció a su equipo. En un afán de normalidad, Marta no hace uso de un vehículo con conductor y mantiene rutinas similares a las del resto de trabajadores de las dependencias coruñesas de la compañía.
Su trabajo está más relacionado con la moda que con las finanzas de la compañía: coordina a diseñadores con compradores, cool hunters y comerciales de casi 50 países diferentes, aunque como ya se ha contado en otras ocasiones, comenzó doblando ropa y colocándola (‘perfilando’, en el lenguaje de la compañía) en una de las tiendas de Zara en Londres. “La tienda es la experiencia real dentro de Inditex. Me consta que a Marta le encantó esa experiencia”, explican a la revista de Condé Nast desde el equipo que trabaja en la actualidad con la heredera.
Paul Auster, sushi y yates en Turquía
El perfil que retrata el reportaje sobre Marta podría pasar por ser el de otras muchas personas de su edad, al menos en cuanto a aficiones y gustos. “Le encantan la fotografía y la moda tanto a nivel personal como profesional. Sigue muy al detalle todas las tendencias y está siempre muy cerca del diseño del producto. Marta es muy buena amiga”, asegura una de sus mejores amigas. Está al día con los grandes nombres de la literatura actual (Auster, Murakami) y sigue sin poder decir que no a una cena entre amigos en algún japonés de su ciudad.
Gracias a la hípica encontró la amistad de Athina Onassis y el amor de Sergio Álvarez.
Pero si hay algo por lo que es conocida Marta Ortega es por su afición por los caballos. En la hípica ha encontrado su gran pasión, pero también el amor: fue así como conoció a su actual marido, el jockey Sergio Álvarez Molina, o como acabó trabando amistad con la heredera de otra de las grandes fortunas europeas, Athina Onassis.
Algunas de sus aficiones también demuestran que además de ser una chica normal, Marta es una heredera… mejor dicho, que es la heredera. En las páginas de Vanity Fair se detalla cómo cada año, al llegar el verano, invita a los amigos de siempre a navegar en el Valoria, un yate de 30 metros de eslora propiedad de su padre. El pasado año, por ejemplo, fondearon en aguas turcas.
Colegio con ‘forfait’ en Suiza
Señales de esa fortuna también se encuentran al repasar su formación. Primero estudió en el colegio coruñés Santa María del Mar, un centro católico concertado en el que Marta debía llevar uniforme y asistir a misa. De ella sus compañeros cuentan que “no era nada tímida, aunque tampoco era una líder”. Sin embargo, acabaría sus días escolares en un internado suizo, el Aiglon College, donde sus padres pagaban una matrícula anual de entre 52.000 y 80.000 euros, precio que incluía el equipo de esquiar y forfait para toda la temporada.
En su vida –y en el reportaje– es constante la dualidad entre la good life de la heredera que estudiaba en un colegio con forfait en Suiza y el apego por la sencillez del entorno rural gallego, aquel que aún ve pasar la vida en pequeñas parroquias de concellos como el de Melide. Es en este municipio coruñes de buen queso, a medio camino entre Santiago de Compostela y Lugo, donde Marta regresa de cuando en cuando para poner los pies en la tierra: “Con los siete hermanos de su madre y sus abuelos pasa algunos domingos y muchos veranos en la aldea. Aún se reúnen allí, bien en casa de algún familiar o en un restaurante. Es una tradición que mantienen”, explica un amigo a la revista.