Algunos no lo han logrado gracias a que estos grandes empresarios supieron dar un puñetazo en la mesa justo a tiempo. Otros, sin embargo, se hicieron con el control e incluso entregaron el negocio familiar a otras manos. La mayoría, eso sí, a día de hoy sigue manteniendo largos litigios.
Cría cuervos… o cocodrilos
Es el caso de la marca del cocodrilo. Lacoste ha vivido recientemente en sus carnes una insubordinación que ha acabado con el imperio familiar. El presidente de la firma de ropa, Michel Lacoste, recientemente ha sido testigo de cómo su hija, la famosa actriz Sophie Lacoste, que nunca antes había pisado la empresa, le destituía e, inmediatamente después, le reemplazaba. Una decisión que dejó patidifuso a su padre, ya que éste pretendía que fuera su sobrina, Marie Béryl Lacoste, la que tomara el control de la empresa. No contenta con apartar y suplir a su progenitor, Sophie Lacoste fue más allá: vendió las acciones de su padre a la familia suiza Maus Frèresse.
Falcon Crest a la española
Otra rebelión, en este caso la de los Álvarez, recuerda, y mucho, a la conocida serie Falcon Crest, viñedos incluidos. Como en aquel soap opera estadounidense de los años 80, el control de las sociedades Eulen y El Enebro –propietaria de las bodegas Vega Sicilia- ha llegado a enfrentar a varios miembros de la familia.
Los hijos de David Álvarez modificaron estatutos para evitar que su padre vendiera participaciones de la empresa.
Cinco de los siete hijos del patriarca David Álvarez tenían un objetivo muy claro: hacerse con el control de los consejo de administración de las empresas familiares. Llegaron incluso a modificar los estatutos para evitar que su padre pudiera vender participaciones de la empresa libremente. Pero David Álvarez no iba a ponérselo nada fácil. Recurrió incluso a la Justicia para recuperar su lugar en sendos grupos. Destituyó a algunos de sus hijos como consejeros y decidió que sería su hija María José –una de las que le apoyaron– la que se encargara de controlar la sociedad matriz una vez que él falte.
Una junta extraordinaria en un coche
En cuanto a la matriarca de la mayor empresa galletera de Europa, Gullón, no lo pasó mucho mejor. Gran parte de su familia trató de arrebatarle el control del negocio. Tres de sus cuatro hijos y sus dos hermanos llegaron al punto de impedirle la entrada a la empresa. María Teresa Rodríguez, viuda de José Manuel Gullón, tomó entonces una decisión drástica para recuperar su lugar. Convocó judicialmente una junta general extraordinaria de accionistas. La acabó celebrando en un lugar insólito: en el interior de un coche a las puertas de la galletera.
Despedido por su hija con un burofax
Por su parte, el conocido peluquero Lluís Llongueras tuvo que ver cómo su hija y administradora de la empresa, Esther Llongueras, le despedía mediante burofax. Eso sí, reconocía la improcedencia del mismo y le compensaba con una indemnización de más de 6.000 euros.
Llongueras mantiene un simbólico 10% del negocio, aunque oficialmente ha perdido todo su poder.
A Llongueras se le fue de las manos ya que, años antes, había tratado de ser justo distribuyendo las acciones entre su exmujer y sus hijos sin darse cuenta de que si las juntaban podían hacerse con el control de la empresa. El peluquero mantiene ahora un simbólico 10% del negocio, aunque oficialmente ha perdido todo su poder.
No son ni mucho menos las únicas guerras abiertas en el seno de familias empresarias por hacerse con el control del negocio, aunque la mayoría de estos padres logró recuperar, al menos en parte, lo que les pertenecía.