El reciente huracán Irma, el más poderoso desarrollado en el Atlántico oriental, nos ha dejado una colección de fotografías que congelan escenas devastadores. Paisajes, calles y edificios completamente arrasados por los vientos de casi 250 kilómetros por hora. Pero en la mayoría de ellas hay un denominador común, algo que sigue en pie, intacto y como si la destrucción no fuera con ello. Son las palmeras.
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Las palmeras, de la familia de las arecáceas, son uno de los árboles más antiguos que existen. Tenemos restos fósiles de hojas y troncos del Cretácico. 100 millones de años es un tiempo maravilloso para aprender a adaptarse mejor que otras especies a las condiciones más duras. Ahí está la primera ventaja. Sobrevivieron a los dinosaurios y a los huracanes a costa de saber adaptarse al medio.
No se trata de buscar una mayor rigidez —como en otras especies— para contrarrestar los temblores o fuertes vientos sino de absorber la energía mediante la elasticidad
La estructura de las palmeras funciona de forma similar a los edificios diseñados contra los terremotos. No se trata de buscar una mayor rigidez —como en otras especies— para contrarrestar los temblores o fuertes vientos sino de absorber la energía mediante la elasticidad (cimientos de goma y estructura móvil rotular en el caso de edificios anti terremotos).
El modelo de estructura cilíndrica de árboles como el roble ayuda a soportar mejor el peso en las ramas pero peor el empuje lateral. Y viceversa, aguantar viento exige disminuir peso en copa, por eso la palmera tiene tan pocas hojas en relación a su altura.
Las palmeras son muy flexibles y se dejan empujar y zarandear en vez de ofrecer resistencia a los vientos huracanados como hacen otros árboles. Esa es la clave. Pero para hacer esto necesitas un material mejor que la madera. Ninguna madera es tan elástica como el tronco de la palmera. De hecho no es una madera, está compuesta por fibras esponjosas y, algunas de ellas, elásticas.
Mientras el corte transversal de un árbol normal muestra anillos concéntricos de madera añadidos en cada estación, la estructura de las fibras de la palmera es longitudinal y el crecimiento estacional se da más a lo alto que a lo ancho, favoreciendo esa elasticidad. Es la misma disposición de un cable de fibras telefónicas, o el trenzado del cable de acero, casi imposible de romper a tracción y extremadamente flexible.
La densidad de estos 'cables' es variable según la sección y ayuda a resistir mejor las fuerzas del empuje lateral. Al interior y en la copa —donde estiran las hojas con el viento— crecen las fibras más densas y rígidas y al exterior se amortiguan con las más elásticas.
La disposición de las hojas también ayuda a mejorar su resistencia. Las palmeras no tienen ramas que rigidicen el dosel arbóreo o canopeo. Las hojas son muy flexibles y se orientan con el viento como veletas para minimizar el 'efecto vela' y su empuje que sí tienen otras especies.
Por debajo de la tierra también han evolucionado para agarrarse mejor. Las palmeras tienen una gran número de raíces estrechas y pequeñas —en vez de largas y anchas para otros árboles de su porte— que dibujan un bulbo de fuerzas que se mimetiza como un cimiento con el suelo y que, al pesar mucho más, funciona como un gran contrapeso.
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Con todo ello las palmeras tienen un punto débil: la humedad. Si se moja el terreno donde están asentadas el bulbo de presiones que configuran sus raíces y la tierra se va deshaciendo y, al no ser demasiado profundo, pierde antes su estabilidad. Por eso la mayoría de las palmeras que caen durante estos desastres lo hacen desde su base tras algún tipo de erosión, no tronchando su tronco.