Imagine una cena romántica con su pareja en la que ambos se miran a los ojos. Sin retirar la mirada, usted es capaz de alcanzar la copa de vino que tiene delante y levantarla para beber. Sabe en qué posición está y la agarra con precisión sin necesidad de mirar directamente. En este proceso han actuado sobre todo los bastones, las células receptoras mayoritarias en nuestra retina y que nos permiten distinguir los tonos grises. A pesar de más numerosos y de ser responsables de la visión periférica, a estos receptores se les ha dado menos protagonismo que a los escasos conos, responsables de la visión de los colores. Pero su papel puede tener implicaciones en las que hasta ahora no habíamos reparado.
Pudo ser más ventajoso ver lo que teníamos en las manos o en el suelo
Intrigados por este asunto, los investigadores Gael Gordon y Gunter Loffler, de la Universidad de Glasgow, se plantearon si nuestra visión periférica tenía una capacidad similar en todos los ángulos o si resultaba ser un poco más precisa en la parte inferior del campo visual, donde tenemos las manos. En un trabajo recién publicado en la revista Journal of Vision los científicos detallan una serie de experimentos con seis voluntarios a los que presentaron distintas formas ante una pantalla de ordenador asegurándose de que los miraran de forma indirecta y en distintas posiciones del campo visual, tanto arriba como abajo y en los laterales. Los sujetos eran expuestos a dos tipos de círculos, uno perfecto y otro ligeramente distorsionado, y debían decir cuál era el distorsionado. Pues bien, cuando el círculo aparecía en la parte inferior, los participantes acertaron hasta más de un 50% más de veces que cuando el círculo se presentaba arriba o en los laterales.
Con estos datos, Gordon y Loffler abren la posibilidad de que el campo visual inferior haya sido privilegiado evolutivamente, pues suponía una ventaja distinguir mejor las formas en la zona en la que tenemos las manos y manejamos los objetos y por la que nos pueden venir los peligros cuando caminamos (es menos frecuente que nos vengan de la parte superior, por ejemplo, y comparable con los laterales). Pero, ¿se trata de una mayor precisión para detectar formas o también para distinguir otras propiedades de la imagen? Para ponerlo a prueba, los autores del trabajo hicieron un experimento similar en la que utilizaron caras.
Los sujetos no distinguían mejor las caras en el campo visual inferior
Los seres humanos somos especialmente buenos detectando rostros y leyendo las intenciones de otros primates, hasta el punto de que tenemos áreas especializadas en el cerebro en esa tarea. Cuando miramos la cara de una persona lo hacemos empleando nuestra zona de mayor nitidez (la fóvea, donde se concentran también los conos) pero quizá es también importante apreciar esta información a través de la visión periférica. En las pruebas realizadas por Gordon y Loffler descubrieron que los sujetos no eran capaces de distinguir mejor las caras en la zona inferior del campo visual, como sí sucedía con las formas, lo que les lleva a pensar que quizá no supuso una ventaja evolutiva tener esta información, dado que las relaciones sociales suelen ser cara a cara.
Como experimento de control, los científicos repitieron la prueba pero esta vez pusieron las caras sin los rasgos interiores (como ojos, boca y nariz) y solo con las formas. Tal y como habían anticipado, esta vez los sujetos volvían a ser más precisos en la parte inferior del campo visual, como había ocurrido con las formas. Con todos estos elementos, como explican en un artículo divulgativo en The Conversation, los científicos concluyen que distinguir con mayor precisión la forma de los objetos en la parte inferior del campo visual pudo ser una ventaja evolutiva que ha llegado hasta nosotros, aunque no comentan cómo han descartado que las pruebas no estén condicionadas por el aprendizaje. Aun así, consideran que ver lo que estábamos manejando o pisando mientras teníamos nuestros ojos puestos en la presa o en el potencial depredador nos pudo ayudar a sobrevivir. Y que distinguir periféricamente más detalles como las caras tuvo demasiado coste y escasas ventajas como para incorporarse a nuestra biología.
Referencia: Distinct lower visual field preference for object shape (Journal of Vision) DOI: 10.1167/15.5.18 | Más información por los propios autores: Our peripheral vision is far more sophisticated than we thought (The Conversation)