"Cuando le digo a la gente que mi trabajo consiste en evitar que se contaminen los planetas me miran con los ojos muy abiertos, como a un bicho raro". Diana Margheritis es la responsable de protección planetaria del programa ExoMars de la ESA que tratará de encontrar vida en Marte en dos etapas diferentes, una en 2016 y otra en 2018. En la primera fase se colocará una nave orbitando el planeta y una plataforma analítica inmóvil en su superficie, y en la segunda se depositará un rover que taladrará el suelo marciano hasta una profundidad de dos metros en busca de vida, algo inédito hasta ahora.
El objetivo es evitar que cualquier organismo vivo se cuele de polizón en la nave.
"Mi trabajo consiste en mandar todo esto de manera que no contamine Marte", explica la investigadora a Next desde Turín. Margheritis, que trabaja en Thales Alenia Space, ha entrenado a un equipo de más de 150 personas y ha supervisado la construcción de salas blancas y laboratorios específicos para la misión. "Hemos integrado todo en Turín", relata. "Hemos construido esta cámara para ensamblar las piezas y un laboratorio de microbiología para hacer todas las medidas de las esporas". Todo está biológicamente controlado y el material debe ser escrupulosamente esterilizado con un solo objetivo: evitar que cualquier bacteria capaz de formar esporas resistentes se cuele de polizón en la nave y desbarate la misión de buscar vida al llegar a Marte.
Un trabajador en una sala blana de la ESA (ESA-Guus Schoonewille)
Las salas blancas en las que la ESA y la NASA ensamblan y supervisan sus equipos antes del lanzamiento están entre los lugares más limpios del planeta, mucho más que cualquier quirófano y casi al mismo nivel que las instalaciones donde se guardan los virus más letales. Pero trabajar en uno de los sitios más limpios de la Tierra no es tan apetecible como parece. A los que están detrás del cristal se les conoce en el mundillo como "los de dentro" (insiders) y están sometidos a todo tipo de restricciones para impedir que contaminen los equipos. Cuando están en contacto con las sondas que se enviarán a algún lugar del Sistema Solar que pueda albergar vida, se les ve con sus trajes blancos y la cara cubierta como si estuvieran en un entorno peligroso. Y todo para que las naves que saldrán de nuestra atmósfera no contengan ninguna forma de vida.
Un simple estornudo puede tirar por tierra el trabajo de muchos meses.
"Los de dentro trabajan bajo una presión tremenda", explica Carlos Briones, científico titular del CSIC en el Centro de Astrobiología (CAB) que ha supervisado algunas de estas operaciones. "Hay unas normas muy estrictas para entrar y salir, para manejar las herramientas... Y un gesto tan simple como estornudar o coger algo del suelo puede desbaratar el trabajo de muchas personas durante muchos meses". "Por suerte", bromea Margheritis, "en nuestro caso las personas que trabajan fueron siempre muy atentas y obedientes y ninguno estornudó delante del módulo". Las normas para trabajar en el interior de estas salas blancas les impiden a ellos tener barba y a ellas llevar maquillaje, y además han de estar continuamente sometidos o a una intensa vigilancia. Como curiosidad, nos cuenta la responsable del programa, los operarios tienen prohibido hablar con la cara hacia la sonda, y deben mirar para otro lado cuando dicen algo, como si le estuvieran ocultando un secreto terrible a la nave.
La historia de la protección planetaria se remonta a los primeros momentos de la carrera espacial. En el año 1967 la ONU aprobó una declaración en la que lo que más preocupaba era la posibilidad de traer "bichitos" en lugar de exportarlos. Los estados firmantes, decía el tratado, buscarían la forma de evitar "la contaminación peligrosa y los cambios adversos en el medio ambiente de la Tierra como resultado de la introducción de materia extraterrestre". Pero tras las misiones Apolo y el envío de las primeras sondas a otros planetas, como Marte y Venus, los científicos comprendieron que la prioridad debía ser otra. "Se dieron cuenta de que el principal problema no era tanto traernos vida de fuera, sino llevar nosotros vida terrestre allí", observa Briones. Por un lado estaba la posibilidad de que nuestras naves dejaran colonias de bacterias que resistieran en forma de esporas y que transformaran. Y por otro, preocupaba que los instrumentos diseñados para detectar vida - como los presentes en las sondas Viking- detectaran en realidad a los polizones que habían viajado con ellas.
"Hay que esterilizar más o menos según a qué parte de Marte vayas".
Desde entonces las agencias espaciales han elaborado sofisticados protocolos de protección planetaria que incluyen una escala en la intensidad de las medidas de esterilización en función de si se considera que el planeta es más o menos hostil para la vida. La sonda Messenger se acaba de estrellar contra Mercurio, por ejemplo, sin grandes miramientos por las condiciones de su superficie. "Depende del tipo de misión y del planeta", indica Margheritis. "En ExoMars las medidas son ligeramente diferentes para el orbitador y para el módulo que aterriza y más estrictas todavía para el rover que busca vida". En la propia superficie de Marte hay zonas con mayor o menor potencialidad teórica para que haya vida en ellas, explica Briones. "Por tanto, hay que esterilizar más o menos según a qué parte de Marte vayas", relata. "Lo cual no tiene mucho sentido", insiste, "porque, por ejemplo, sabemos que la Tierra está absolutamente colonizada por la vida tanto en las zonas teóricamente más habitables como en las que aparentemente no lo son".
Imagen: JPL (NASA)
El elevado coste de estos procesos de protección planetaria (puede suponer el 25% de la misión) ha despertado duras críticas entre los propios investigadores. Su argumento es que la probabilidad de que los microbios sobrevivan al viaje es muy pequeña y que es posible que esa contaminación se haya producido ya muchas veces sin consecuencias. "No estoy de acuerdo", nos dice Margheritis, "aunque en Marte haya mucha radiación, si una espora permanece protegida y encuentra un ambiente idóneo, donde haya agua hay una posibilidad de que germine". ¿Y cuáles serían las consecuencias de un escenario así? "Alterar la posible vida en el planeta e impedir a misiones futuras encontrar estas formas de vida en su estado original".
La principal fuente de contaminación planetaria somos los humanos.
"No es lícito científicamente contaminar un planeta con vida terrestre y borrar esas huellas que te hablan de la propia génesis de la vida en ese planeta", coincide Briones. Para impedir este escenario los equipos de protección planetaria aplican varios sistemas de limpieza y descontaminación. "Para esterilizar, el sistema más utilizado es el denominado calor seco, utilizando durante varias horas un horno a 125ºC en el que el aire prácticamente no contiene nada de vapor de agua. Cada vez que aplicas el proceso a un material o a un instrumento ya ensamblado reduces unas 10.000 veces la cantidad de microorganismos presentes", explica Briones. "Por cada parte que limpiamos", añade la responsable de ExoMars, "medimos las esporas, lo esterilizamos y ya sabemos más o menos cuántas esporas finales tiene esa parte del módulo". Una de las cuestiones más difíciles de la misión es coordinar a todos los equipos de ingenieros y concienciarles de la importancia de esterilizar cada parte, incluidos los circuitos de los ordenadores. Después, hay que mantener esa esterilización sin interrupción. Hace unos meses, relata la investigadora, “hubo un puente y la persona encargada no vino a limpiar durante tres días, con lo que el nivel de esporas subió un poco, aunque estaba controlado”.
Montaje de uno de los módulos de la misión ExoMars (ESA)
En su laboratorio del CAB, Carlos Briones nos muestra cómo se realizan estas mediciones. Se pasa repetidamente un bastoncillo húmedo por la superficie del equipo que se está analizando- como si se tratara de una especie de CSI espacial -, se calienta esa torunda (para que sólo sobrevivan las bacterias capaces de formar esporas), se hace un cultivo, y se ve al cabo de tres días cuántas esporas han germinado hasta bacterias viables y han formado colonias. Eso indica el nivel de limpieza que se había alcanzado. "La principal fuente de contaminación somos los humanos, porque vamos dejando vida a nuestro alrededor: cada centímetro cuadrado de nuestra piel contiene aproximadamente un millón de bacterias, y cada centímetro cúbico de saliva mil millones… por lo que si tocamos un instrumento o estornudamos sobre él, la contaminación está servida".
Por fortuna, la mayoría de esos microorganismos son mesófilos, es decir, viven en unas condiciones parecidas a las que soportamos nosotros y no tendrían muchas opciones en el entorno espacial. El peor escenario es que algún organismo extremófilo supere todos estos filtros y llegue por accidente a un planeta. "Si llevamos un microorganismo que resista grandes dosis de radiación, o que crezca en medios ácidos o con mucha sal", concluye Briones, "podría sobrevivir al viaje y entonces empezarían los problemas".
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