Ciencia

¿Se puede oler la enfermedad de Parkinson?

Quizás se pregunte, ¿por qué cambia el olor de una persona cuando está enferma?

Por curioso que parezca, ciertas enfermedades se pueden relacionar con distintos olores característicos. Por ejemplo, la diabetes puede hacer que el aliento huela a manzanas podridas; la insuficiencia renal, que lo haga a amoníaco u orina; mientras que la enfermedad hepática grave se ha relacionado con el olor del aliento a moho, ajo y huevos podridos. Las personas con esquizofrenia pueden tener un aroma corporal característico que recuerda al del moho.

Quizás se pregunte, ¿por qué cambia el olor de una persona cuando está enferma? Resulta que nuestros cuerpos expulsan constantemente sustancias volátiles al aire que respiramos, mediante el aliento, sudoración, excreciones, etc. El aroma de estas sustancias puede variar dependiendo de la edad, el estilo de vida y la dieta, pero también si una enfermedad produce alteraciones en nuestro organismo.

La mujer que puede oler el párkinson

La escocesa Joy Milne acudió con su marido Les, diagnosticado con párkinson, a una conferencia sobre esta patología. Unos años antes de que Les fuese diagnosticado, Joy notó que el olor de su esposo había cambiado: se había vuelto más almizclado, parecido al de la madera. Pero la sorpresa llegó cuando Joy reconoció ese mismo olor en la conferencia, donde la sala estaba llena de personas afectadas por párkinson.

En una posterior conferencia, realizada en Escocia en 2012, Joy, nerviosa ante la mirada de los espectadores, se lo comentó al ponente de la conferencia, el investigador de la Universidad de Edimburgo Tilo Kunath. Este contactó con la química analítica de la Universidad de Mánchester, Perdita Barran, para conocer su opinión al respecto.

Aunque Kunath estaba esperanzado, Barran se encontraba algo escéptica. Finalmente hicieron una prueba a ciegas, donde le dieron a oler seis camisetas usadas por personas con párkinson y otras seis de controles sanos. Joy consiguió identificar las prendas de las personas enfermas y, además, marcó la prenda de uno de los controles sanos como si tuviese la dolencia. Un buen porcentaje de acierto que intrigó aún más a los investigadores cuando la persona supuestamente sana fue diagnosticada con párkinson nueve meses después.

¿Sirve el olfato para hacer diagnósticos precoces?

Tras este trabajo piloto, se siguió investigando, y en 2019 se publicó un estudio, dirigido por Barran y financiado por Parkinson’s UK y la Michael J. Fox Foundation, donde participaron 64 personas, 21 controles y 43 pacientes. En él pasaban una gasa por la parte trasera del cuello y la parte superior de la espalda para analizar los componentes presentes en el sebo, un biofluido ceroso que contiene compuestos volátiles olorosos y es rico en lípidos.

El sebo es excretado por las glándulas sebáceas de la piel y su sobreproducción, conocida como seborrea, es un síntoma de la enfermedad de Parkinson. Un momento, pero ¿por qué obtenían la muestra de sebo de esas zonas y no de alguna otra parte corporal? Pues porque Joy decía que ahí era donde más olor a párkinson encontraba en las camisetas.

Sigamos con el estudio. Se llevaron a cabo dos pruebas con sendas técnicas: la espectrometría de masas, un método analítico para identificar compuestos en una muestra, y el agudo sentido del olfato de Joy (conocido como hiperosmia). En este trabajo observaron diferencias entre los compuestos volátiles presentes en el sebo de los controles y de los pacientes, encontrando el aldehído perílico disminuido y el icosano aumentado en personas con párkinson.

Siguieron investigando y se centraron en estudiar los lípidos presentes en el sebo. Ya en un estudio publicado en 2021 encontraron diferencias entre las personas afectadas por la enfermedad neurodegenerativa y los controles. En otro trabajo publicado posteriormente, en 2022, desarrollaron una nueva técnica no invasiva para analizar muestras de sebo de forma mucho más rápida (2-3 minutos) y accesible.

David Krestin y las observaciones olvidadas

No obstante, estos estudios sobre el sebo no son nuevos. En 1927, el cardiólogo David Krestin se percató de que las personas con párkinson presentaban seborrea en la cara y que esto se podría utilizar para diagnosticar la enfermedad. Sin embargo, al ser Krestin cardiólogo, la comunidad científica no tuvo en cuenta sus observaciones y el sebo se quedó en el olvido hasta que Joy hizo prender la mecha.

Estas antiguas observaciones y los recientes estudios liderados por Barran confirman el potencial del sebo en el diagnóstico precoz de la enfermedad de Parkinson. Se puede obtener mediante técnicas no invasivas y puede ser adecuado para la búsqueda de biomarcadores de las enfermedades.

La importancia de encontrar nuevos biomarcadores

Un biomarcador es una sustancia cuya alteración podría indicar la presencia de alguna enfermedad. La búsqueda de biomarcadores cobra mayor importancia en patologías difíciles de diagnosticar como el párkinson.

Esta enfermedad neurodegenerativa es diagnosticada cuando aparecen los síntomas motores característicos que todos relacionamos con el párkinson: temblores, movimientos lentos, rigidez muscular, etc. El problema es que para cuando llega el diagnóstico, ya se han perdido el 60% de las neuronas que producen dopamina en la sustancia negra, área afectada en esta enfermedad.

Encontrar biomarcadores podría abrir las puertas al diagnóstico temprano de la dolencia. Al igual que un test de embarazo dice si una mujer está embarazada o no, o con un alcoholímetro podemos saber si alguien ha bebido, el análisis de biomarcadores en distintas muestras como el sebo podría convertirse en un gran indicador de presencia de párkinson.

Por lo tanto, es de suma importancia que se siga financiando este tipo de estudios para hallar señales tempranas de esta enfermedad, de la que se espera que afecte a más de 12 millones de personas para el 2040.

Este artículo resultó ganador de la III edición del certamen de divulgación joven organizado por la Fundación Lilly y The Conversation España.

Maider Zubelzu Irazusta. Estudiante de doctorado en Farmacología, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

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