Yo acuso y acuso porque tiene que empezar a hacerse. Acuso porque estamos hartos de votar para nada. Acuso por el último juego de la silla, por la eterna lucha de bloques y el reparto de ciudades como cromos de Romario. Acuso porque no soy un ingenuo, por ese vaciamiento de la democracia liberal que no importa a nadie, porque la montaña de basura que antes olía, ahora alcanza nuestros ojos.
Acuso a la derecha y su patrimonialismo del poder. Acuso a la derecha de su falta de visión a largo plazo y su falta de escrúpulos. De su arrogancia y su corrupción adherida. De confundir sus símbolos con los de todos y de ignorar su papel en el mundo, de su falta de empatía. Acuso a esta derecha de Borjas y camisas de El Ganso demasiado abiertas de no rechazar a sus nostálgicos del franquismo. De meterse en la cama de los demás. De actuar como si no hubiese clases sociales, como si no hubiese ricos ni pobres sino gente que se esfuerza mucho o poco. Les acuso de cejar a las presiones, de mostrar tan poco respeto a sus votantes y a sus promesas. De su falta de altura en la oposición y de hacer suyo el cuanto peor para todos, mejor para mí.
Acuso a la izquierda de rendirse al nacionalismo. Acuso a la izquierda de su paternalismo, de fomentar la subvención como forma de vida y no como respuesta a un problema. De rendirse a las quimeras del identitarismo. Acuso a la izquierda de su falsa superioridad moral, de estirar la realidad hasta confirmar sus absurdas ideas. De su rechazo a la historia de su país y el abandono de sus símbolos. De esa absurda búsqueda de una pureza virginal en sus filas y sus limpiezas étnicas internas. Acuso a esta izquierda de parques para perros y semáforos unisex de negar el holocausto comunista. De su aversión a la pluralidad política y el señalamiento del diferente. De negar toda meritocracia y forzar la igualdad de resultados, no de oportunidades. De querer arreglarlo todo, cuando todo no se puede arreglar.
En la era del marketing político nadie es tan ingenuo para pensar que esta vorágine de baja política es rectificable
Los acuso a ambos, a todos, por su falta de idea de país. De su incapacidad para pactar lo urgente, de su nula voluntad de acuerdo con el diferente, de querer vendernos unas insalvables diferencias cuando éstas no son tales. Los acuso de crear el perfecto caldo de cultivo para oportunistas y vendeburras. Los acuso de ser tan parecidos a sus ciudadanos, tan alejados del sentido común y las soluciones intermedias, de representar tantas veces lo peor del hombre y tan pocas lo mejor. Los acuso a ambos, a todos, de tratar a los votantes como a niños, de pretender estirar su inocencia hasta el final, de querer colarnos mensajes infumables y vacíos día tras día. Les acuso a ambos de su cobardía para afrontar los problemas reales. De confundir equidistancia con ecuanimidad, de su ánimo censor. De querer justificar la a menudo inevitable incoherencia que la política conlleva. De haber embebido a una prensa sin rumbo propio. Los acuso a ambos, a todos, de enquistarse para siempre en una vil lucha de poder.
Yo acuso y acuso porque tiene que empezar a hacerse. Pero no espero nada. Porque a estas alturas nadie es tan ingenuo para pensar que esta vorágine de baja política es rectificable. Porque la era del marketing político no ha hecho sino comenzar. Y porque esta colla de políticos barateros que sufrimos desde que la historia se escribe no tiene viso ninguno de desaparecer. Y lo que nos queda.