Antes de iniciarlo, voy a pedirles disculpas por algunas de las expresiones que utilizaré en este artículo. Son manifestaciones que, normalmente, ni se escuchan ni se leen en los medios de comunicación, y que, de hacerlo, no les oculto, me repelen, pero que, por el contrario, y por ser muy gráficas, son habituales en la calle, y en el lenguaje coloquial de todos nosotros.
Es evidente que el problema del terrorismo es global y que en la Unión Europea, en lo últimos tiempos, no sólo no se ha atenuado, sino, más bien al contrario, se ha acrecentado. Hoy, transcurridos los días necesarios para no dejarme llevar por la ira incontenible, sigo pensando en que el terrorista, cualquier terrorista, es un “hijo de puta”. Ningún Dios, ni ninguna Patria, justifica que alguien ponga una bomba y mate a cualquier inocente que tenga la desgracia de encontrarse en el sitio inoportuno, en el momento inoportuno; o que secuestren al primero que se les ocurra. Es más, desde un punto de vista estrictamente teológico, o ideológico, ningún Dios puede ser Dios, ni ninguna Patria puede ser Patria, si para ser Dios, o para ser Patria, su fundamento es el fanatismo irredento y el dolor por el dolor. Las víctimas indiscriminadas. El terrorista es una suerte, mejor expresado, una desgracia, de personaje descerebrado, sin duda alguna, con un sistema de valores tan descompuesto que es insensible al daño. Es, simplemente… un “perturbado”.
Sea del signo que sea, y fuere lo que fuere lo que persiga, y por lo que "lucha", el hecho es que el terrorismo, junto con las guerras que llamamos “localizadas”, son, casi siempre, origen de muy variados modos de terrorismo. Esos dos problemas, digo, se han convertido en las dos cuestiones mas graves que tiene planteadas la sociedad actual. Están afectando ya, sensiblemente, a nuestra vida cotidiana. A pesar de nuestro aparente bienestar, estamos, queramos o no, pendientes, atemorizados, porque alguien, en algún momento y en algún lugar, pueda ponernos una bomba, nos sorprenda a tiros o nos atropelle, y lo único que podemos hacer es rezar para que no nos toque.
Viajar, que siempre ha sido un placer, se ha convertido en un tormento por la ingente cantidad de trámites, inspecciones, comprobaciones, y revisiones que tenemos que pasar, y soportar, antes de subir a un avión o de cruzar una frontera. Nuestro sistema de libertades, del que tan orgullosos estamos y que tanto nos ha costado conseguir, está en peligro en el mundo occidental por las restricciones que impone la seguridad. Hasta tal punto es así que, consciente, o inconscientemente, cuidamos lo que decimos, pensamos lo que hacemos o vamos a hacer, e, incluso, vigilamos nuestra apariencia, no sea que nos vayan a confundir. Si sacáramos la media de las muertes violentas de las que nos informan los medios de comunicación obtendríamos una cifra superior a las cien diarias, y eso que tales medios, los más próximos, sólo recogen aquellas, que, por cualquier causa, nos resultan mas cercanas.
La semana pasada fueron los ciudadanos de Barcelona y de Cambrils los que sufrieron las barbaridades del terrorismo islamista y con ellos todos los españoles y el resto del mundo. Pero por desgracia estos asesinatos también demuestran la vileza del ser humano y sobre todo de algunos políticos que han aprovechado la ocasión para tratar de utilizar tamaña tragedia en su bastardo favor uniéndolo a otras cuestiones que pudiendo ser enfermizamente importantes para ellos, no es el momento de, siquiera, traerlas a colación, pues ahora toca ocuparnos del dolor de las víctimas y de sus familiares. Dejen de hablar del maldito "procès", y de si fueron unos u otros los que no tomaron las medidas de seguridad pertinentes, de quien debe ir o no a las manifestaciones en contra del terrorismo, y en que lugar hay que buscarles ubicación. Es el tiempo de la unidad frente a la barbarie y la sinrazón. Sin distinción alguna de origen, nacionalidad, religión o patria.
Aunque pasado un tiempo algunos volverán a pensar ¿para qué vamos a preocuparnos?... Con tal de que no nos “toque”…, ahora estamos en tiempo de vacaciones, de relajarnos de los meses de trabajo y problemas personales que llevamos acumulados y lo que hemos de hacer es aprovechar bien ese privilegio de la distancia insolidaria. Que sean otros los que sufran. Qué la miseria de la conciencia de una sociedad acomodaticia, e interesadamente adormecida, nos permita cerrar los ojos y tapar los oídos ante la tragedia que anticipa el final, más pronto que tarde, de la sociedad de valores. De la sociedad del progreso. Del futuro de una humanidad en paz.
En tanto en cuanto la timoratez de nuestras hipócritas formas de vida y de relación entre pueblos y culturas nos tenga atenazados en la crítica y la lucha por erradicar, sin ambage alguno, la imposición, por medio del terror más miserable, de un modelo de sociedad de progreso y bienestar, que nada tiene que ver con nuestras aspiraciones, difícilmente conseguiremos liberarnos de la adrenalina que canibaliza nuestras mejores energías.