Opinión

Agenda 2030: no tener nada, ni siquiera patria

La asociación entre felicidad y nación es una de esas operaciones de manipulación social a gran escala que comenzó en el siglo XIX. Un siglo que hubo de gestionar el fracaso de la Ilustración con recetas aún peores como el idealismo a

  • Protestas de agricultores andaluces cortando la A4 en Córdoba -

La asociación entre felicidad y nación es una de esas operaciones de manipulación social a gran escala que comenzó en el siglo XIX. Un siglo que hubo de gestionar el fracaso de la Ilustración con recetas aún peores como el idealismo anglosajón y la explosiva mezcla de romanticismo, irracionalismo, naturalismo, nihilismo y vanguardismos felices de autodestruirse. Decimonónica es la idea del estado-nación, cuya racionalidad aconsejaría el sometimiento uniforme de todos los componentes de una nación, eso sí, con un proyecto de conjunto para beneficio del común. Son precisamente los estrafalarios separatismos españoles como el catalán, el vasco y ahora el gallego, los que, tal vez sin querer, ponen de manifiesto el siguiente delirio: como quieren construir un estado nación que no existe apelan a una supuesta nación previa que tendría derecho a tener su propio estado. Los cabecillas de estas operaciones aprovechan los recursos del Estado español para proclamar sus demandas, pero, en la práctica, lo que hacen es corromper y parasitar el Estado de derecho para obtener pingües beneficios. Se saben protegidos por el Estado español. A la plebe de los territorios bajo su cacicazgo no paran de prometerle felicidad nacionalista que es una vía cómoda para que la gente acepte el totalitarismo. Por supuesto, esa vía hacia la felicidad se concibe y se promociona como progreso.

El término progreso deriva del sustantivo “progressio” en latín y también de “progressus”, participio pasado del verbo intransitivo “progredior” o “progradior”, avanzar. En latín se trata de palabras compuestas por la partícula “pro”, delante, y “gradior” que es andar, caminar.

Y se puede avanzar o progresar hacia un abismo, hacia la muerte -inherente a todo ser vivo-, o se puede avanzar hacia la libertad, hacia la verdad. Las connotaciones felicísimas del término progreso me temo que derivan de la ideologización, o mejor, de la simplificación de las ideas de la Ilustración. Implícitamente se da por supuesto que todo lo nuevo es mejor que lo anterior. Por supuesto, el siglo XX debería bastar para comprender que eso no es así en demasiadas ocasiones. El leninismo era nuevo, el nazismo era nuevo y esas novedades nos hicieron progresar hacia matanzas masivas de seres humanos.

El éxito de las movilizaciones de agricultores, ganaderos y transportistas se debe, en buena medida, a que no han caído todavía en las garras de organizaciones para administrarlas como colectivo

El siglo XXI no ha terminado con las peores tendencias totalitarias y criminales del XX, sino que las extiende globalmente. De forma instintiva, la gente, al activar mecanismos de defensa, trata de hacer pie en la patria, la tierra donde se nace o con la que se tienen unos vínculos culturales e históricos que dan sentido a la convulsa experiencia de la vida. Un efecto saludable de ese hacer pie en la patria es desembarazarse de los ponzoñosos efectos de la felicidad postmoderna. Para poder defenderse, es preciso dejar de creer en el derecho a la felicidad pues ese es el mecanismo que la cultura transmedia utiliza para el control a distancia de individuos colectivizados. También es preciso huir de los etiquetados colectivizadores. Hasta el momento, el éxito de las movilizaciones de agricultores, ganaderos y transportistas se debe, en buena medida, a que no han caído todavía en las garras de organizaciones para administrarlas como colectivo. Pero el poder está en ello: crear alguna organización para desactivar las protestas al modo en que el PP desactiva las movilizaciones por la amnistía.

Lo propio del yugo 2030, aparte del sometimiento totalitario de las masas, es convertir a las personas en apátridas en su propia tierra. De facto, a los agricultores y ganaderos se les arrebata la gestión de su propiedad por métodos comunistas para beneficio del más feroz monopolio capitalista. De ahí que las categorías ideológicas tradicionales no sean operativas en el análisis de la realidad de esta tercera década del XXI. Por eso, en todo el mundo se desactiva, por ejemplo, el estudio de la historia. Sólo el conocimiento detallado de lo que ha sucedido y de lo que sucede puede ofrecer resistencia intelectual al totalitarismo global. Enfrentarse a estas embestidas requiere una formación superior muy exigente que la Universidad ya no ofrece y los medios de masas tampoco. Proliferan discursos de buenas intenciones, sobre todo, en la derecha radical pero aún deben limpiarse esos discursos de cierta ingenuidad a la hora de detectar los marcos mentales que la cultura transmedia ha ido inyectando. Cuidado. No vaya a ser que, creyendo que se combate un problema acuciante como la invasión migratoria descontrolada, por ejemplo, se esté abriendo la puerta a la generalización de controles digitales sobre toda la población.

Los totalitarios confían en que la juventud, mutilada intelectualmente por la deliberada ruina de la enseñanza, aceptará de forma pasiva las promesas de felicidad que ha de traer el no tener nada, ni siquiera patria

Creo que el mayor escollo que está encontrando el proyecto totalitario 2030 es el de que los europeos con dos dedos de frente no tragan el amargo mejunje de una felicidad apátrida. Se está forzando un proceso de desarraigo en dos frentes, la destrucción del sector primario y la inmigración masiva, ilegal e incentivada. Efectos: la violencia ya es un hecho en toda Europa. Parece que los totalitarios confían en que la juventud, mutilada intelectualmente por la deliberada ruina de la enseñanza, aceptará de forma pasiva las promesas de felicidad que ha de traer el no tener nada, ni siquiera patria. En cuanto a los viejos, que son hoy los que más se resisten a estas embestidas, con un par de pandemias, con dejar de aportar medicación para el cáncer y otras enfermedades cronificadas, como ya se está haciendo con los afectados por ELA, en una década dejarán de ser problema.

Me llega algo que ilustra estos problemas: Libro Azul de la Innovación Docente en la Universidad de Zaragoza. En su página 91 se lee “la innovación disruptiva […] solo puede provenir del nuevo conocimiento y la tecnología. Un caso ilustrativo y paradigmático […] sería la fabricación […] de nuevas vacunas eficientes contra la Covid-19 basadas en un conocimiento científico profundo valorizado a través de empresas modernas y dinámicas.” Confunde el despiadado filibusterismo empresarial con la innovación benéfica. Algo más vamos sabiendo sobre esos inyectables, en concreto sobre los efectos adversos de las nanopartículas. A la postre, la innovación docente adorna con felicidad la constante caída del nivel de conocimientos.

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