A estas alturas de reclusión domiciliaria sabemos de dónde venimos. También tenemos ya una idea aproximada del lugar en el que estamos. O por lo menos mantenemos el espíritu crítico, aunque no es obligatorio, gracias a que la verdad es materia solida. Ya no cuelan los bulos con tanta facilidad, y se encuentran las fuentes en cuanto se distingue al periodismo del resto de la marabunta. Lo que no tenemos ni la menor idea es sobre el lugar al que vamos. Hace dos meses nos metieron en casa. Nos obligaron a quedarnos quietos con el miedo en el cuerpo. Como a los niños, nos asustaron con la llegada de un malo, desconocido y amorfo.
Ya se sabe que para el terror nocturno el remedio mas socorrido siempre ha sido tirar de las sábanas y taparse la cabeza. Cuando la canciller alemana, Angela Merkel, le dijo a los ciudadanos de su país que el contagio afectaría al 75 por ciento de la población, causó sorpresa. Pero en España, no en Alemania. Por aquí, se ha echado de menos un discurso adulto pero da la impresión, y algo más, que la neo-lengua creada para recitar en voz alta una colección de obviedades forma parte de la serie de productos -a eso se reduce ahora la política española- creados para el uso y sostenimiento del poder.
Sánchez se dispone a rematar el estado de excepción, camuflado como alarma, con un mes de ordeno a Illa y mando, hasta finales de junio
Desde el principio hay un plan -tan no contado como el nombre de los expertos que deciden cómo se sale a la calle- que incluye tenernos a tientas y con la llave echada por fuera. Ahora somos una “comunidad”, especie de ente uniforme que da palmas a una hora y después nada, como un rebaño inmunizado. Ahora resulta que lo más importante que tenemos por delante es que haya más fútbol de élite televisado y en abierto, es decir gratis, para levantar el ánimo de una “comunidad” a la que además de tenerla entretenida se le enseña como es “la vuelta a la nueva normalidad”, que dice la ministra portavoz del Gobierno. Si volvemos a algo nuevo que es no sabemos de dónde venimos. Si es nuevo, nunca será lo mismo que antes. Aunque la ley no obliga, salvo la primera vez, a pasar por el Congreso cada quince días, el deber de un Gobierno en un sistema basado en la libertad y el parlamentarismo, es convertir la costumbre en una norma no escrita.
Cuando tras jactarse de hacer el favor de ir cada dos semanas a rendir cuentas, Sánchez se dispone a rematar el estado de excepción, camuflado como alarma, con un mes de ordeno y mando a Illa, hasta finales de junio. Y además si te he visto no me acuerdo porque en julio y en agosto el local de los leones está cerrado. El caos organizado, especialidad de la casa, con las fases es un campo de pruebas que más bien parece de minas. Los autores de este invento son desconocidos a los ojos de la opinión pública algo que en otras democracias sería motivo de un escándalo de notables proporciones.
¿Alguien sabe dónde vamos? La realidad va a ser muy tozuda y, en pocas semanas, al corazón de una crisis económica tan desconocida como larga. Los datos están contados, y las previsiones de todos los servicios de estudios coinciden en que se está formando un socavón de un tamaño inabarcable. España se ha puesto en fila. Primero en las urgencias de los hospitales, después en los supermercados y ahora en las listas del paro y del reparto de alimentos. El Gobierno cree que la actividad económica volverá como por arte de magia a donde estaba. Es como si el plan consistiera en llevar a la sociedad a un pozo sin fondo para que la Unión Europea no tenga más remedio que dar dinero para evitar lo peor.
En otros países, desde Francia a Dinamarca pasando por Alemania, se ha ayudado a las personas también manteniendo con vida a sus empresas, dándoles el dinero necesario para pagar sus nóminas. El método español es el de poner en la nómina del Estado, vía ERTES, a millones de personas que se han quedado en la tierra de nadie entre su empleador y la pérdida de su trabajo. A la tragedia de miles de españoles muertos hay que sumar el drama social que asoma con fuerza en nuestras calles.
La pelea política empieza a ser insoportable. Cuando peor parece que le va a Pedro Sánchez más previsible es su respuesta. La maquinaria se ha puesto en marcha para disolver la posibilidad de una alternativa que, a la vista de la cantidad y calidad de los ataques recibidos, pasa otra vez por el PP. Lo de Madrid y el Gobierno de Díaz Ayuso como culpable del mal en España solo acaba de empezar. La dimisión de la directora general de Salud ha sido utilizada para hacer temblar su Gobierno, bastante agrietado ya, mientras que la dimisión de la consejera socialista de Salud en Aragón, por mofarse del personal médico, ha pasado inadvertida en términos políticos. Hay quien sí sabe a dónde va y cómo hacerlo para seguir en el mismo sitio.