Opinión

¡Liberen a Barrabás!

La foto de la semana corresponde a esa turba que día, tras día, tras día, convierte los asuntos públicos en un estercolero. Ser víctima para acabar actuando como un opresor... 

  • ¡Liberen a Barrabás!

¿A quién toca despedazar hoy? ¿A la serie sin estrenar y a la novela aún sin leer? ¿Cuál meme de gato arrancará lágrimas a la turba? La misma que irá luego a buscar qué película censurar porque cosifica, ofende o indigna a alguien. ¿Es mejor linchar por convicción o de oídas? Entrar a Twitter es como escuchar en estéreo a la muchedumbre que pide la liberación de Barrabás o al Frente Popular de Judea preguntando qué nos han dado los romanos… aunque quién sabe si hoy se podría rodar y estrenar La vida de Brian.

Como si un coletazo de la historia nos hubiese devuelto a las huertas del señor feudal, desde que se desató el coronavirus, una peste crece aún más virulenta de lo que ya era y encuentra en Twitter su altavoz natural. El asunto no es nuevo, sin embargo sus dimensiones se amplifican. Lo que parece un activismo de la identidad  acaba en la trampa de combatir el racismo con más racismo o lo que es peor: distribuir el mundo en grupos de agraviados e incomprendidos.  

El síndrome del linchamiento, el sentimentalismo, victimismo y la auto indulgencia han servido para desahuciar y apear de la vida civil a un escritor, un actor o  un cantante por su vida privada o sus opiniones pasadas. Jalonado por el movimiento MeToo, Hollywood condenó a Wody Allen y acabó con la carrera de Kevin Spacey. Los dos, por cierto, fueron considerados inocentes por un juez, pero el tribunal popular ya había emitido su veredicto y bajó el pulgar.  Se censura en nombre de los débiles, pero se acaba actuando como un opresor, un asunto al que que Edu Galán dedica su ensayo El síndrome de Woody Allen (Debate), que se publicará el próximo 10 de septiembre. 

Se censura en nombre de los débiles, pero se acaba actuando como un opresor

Proliferan las víctimas del heteropatriarcado, del capitalismo, del racismo... El hacinamiento de agraviados reduce el espacio para la discusión racional, por no decir que la fumiga. En el debate sobre un determinado asunto las personas renuncian a la complejidad, se dan de baja en el sentido común de forma voluntaria porque eso los exime de la contradicción que supone admitir que dos cosas puedan ser verdad al mismo tiempo. Los argumentos son sustituidos por consignas y la reivindicación acaba en gesto fugaz e insustancial. Para muestra, la rodilla en tierra del movimiento Black lives matter.

Ser víctima no es ya una aspiración, sino un mecanismo represivo.  Pero con la misma velocidad que se conquistaron algunas libertades, pueden perderse otras: la pluralidad, el disenso y la diferencia. El derecho de un escritor, un artista, un músico,¡vamos, un ciudadano!, a no autocensurarse porque está mal vista ésta o aquella cosa. Reescribir Carmen, proscribir Lo que viento se llevó, boicotear a Plácido Domingo o sacar del Metropolitan todos los cuadros de Balthus no corregirá nada, sólo es el comienzo ya no de la vuelta a la inquisición, sino de la creación de una nueva. Se juzga y se sentencia con presunciones. O, insisto, de oídas. 

La foto de la semana corresponde a esa turba que día, tras día, tras día, convierte los asuntos públicos en un estercolero

La foto de la semana corresponde a esa turba que día, tras día, tras día, convierte los asuntos públicos en un estercolero, personas que  actúan empujadas por algo parecido a la ira y la enajenación, como si el mundo estuviese habitado sólo por quienes aún creen que la tierra es plana o quieren fundar una iglesia en la Miguel Bosé sea el profeta del negacionismo. Las personas no son tontas, pero les compensa hacerse pasar por tales. Se lincha mejor en grupo. Habitar una infancia perpetua es mucho más cómodo, y eso lo saben muy bien los populistas. Siglos después, el mundo moderno sigue comportándose como la multitud que pide la liberación de Barrabás, esos divertimentos que separan una ejecución de la siguiente.

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