“El exilio es como una neumonía, se necesitan antibióticos para tratarla. En este caso, el antibiótico es la solución política, aunque yo no pueda ofrecerla. Tan sólo tengo aspirinas para aliviar el dolor”. Son palabras del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, Antonio Guterres, en relación a la situación del pueblo saharaui y a los treinta y ocho años que lleva subsistiendo en los campamentos argelinos de Tinduf. Pastillas para mitigar un calvario en el que la conspiración mundial hace del problema saharaui, una cuestión marginal.
La suya es una neumonía que se mueve al ritmo de sus dromedarios y cabras, un virus para el que no hay doctor. Tampoco sirven de nada las recetas en forma de resolución de la ONU, tan periódicas como ineficaces. Y eso que el diagnóstico llegó hace casi cuatro décadas. El paso del tiempo sólo ha contribuido a su enquistamiento. La historia ya apenas interesa a nadie, simplemente es algo marginal.
Desde que en noviembre de 1975, el régimen moribundo de Franco cediera la administración del territorio del Sáhara Occidental a Marruecos y Mauritania, y se comprometiera a organizar un referéndum que respetara el derecho de autodeterminación del pueblo saharaui, ya han pasado 38 años. Y ni ha habido referéndum, ni tampoco se ha respeto el derecho del pueblo saharaui a elegir su destino. Es más, su situación ha empeorado sobre todo a nivel de Derechos Humanos. Una materia en la que sorprendentemente Rabat se permite el lujo de “no aceptar lecciones”, tal y como afirmó Mohamed VI la semana pasada.
El Sáhara es un territorio especialmente relevante para las relaciones internacionales de la UE por enclavarse en una zona de indudable valor estratégico en el Mediterráneo
Además, y con ocasión del 38 aniversario de la Marcha Verde, pronunció por primera vez una especie de advertencia con la que destapó definitivamente su plan: no hacer nada para que todo continúe como hasta ahora. “No tenemos intención de hipotecar el futuro de nuestras provincias del sur ni de subordinar el desarrollo del Sáhara a Naciones Unidas”.
Rabat sabe que por el momento sus aliados occidentales no le van a forzar a cumplir los compromisos que ha contraído. “Detrás de esta estrategia de ganar tiempo se esconde el temor de los dirigentes marroquíes a perder cualquier referéndum de autodeterminación, incluso aquel con el censo teóricamente más favorable a sus intereses previsto en el Plan Baker II”, tal y como argumenta Haizam Amirah Fernández, analista del Real Instituto Elcano.
El del Sáhara Occidental es además uno de los pocos procesos pendientes de descolonización y, constituye por ello, un ejemplo de pizarra de lo que es, o mejor dicho, debería ser, el ejercicio del derecho a la libre determinación, como apunta Juan Soroeta Liceras, académico experto en este conflicto. Entre las causas que han propiciado el fracaso del proceso descolonizador, nos encontramos nuevamente con una encrucijada, que se desenmaraña a continuación:
En términos militares, el Polisario poco puede hacer frente a Marruecos, es decir, la guerra como tal la ganó el reino alauí. Hoy por hoy, la postura de ambas partes es inamovible, Marruecos no puede ceder ahora y el Polisario tampoco. El régimen de Mohamed VI incumple de manera reiterada todos los acuerdos ya que sólo se plantea la autonomía de la región y no está dispuesto a convocar un referéndum. Para Marruecos, este proceso no ha sido un fin, sino un medio para posponer indefinidamente la celebración de un referéndum, ya que es consciente de que una consulta popular sólo podría tener una respuesta: la independencia.
Después de casi 40 años entre bloqueos y fracasos, el conflicto del Sáhara Occidental parece situarse en un callejón sin salida
Por otra parte, el papel de Argelia hace aún más difícil una salida a la solución, porque el conflicto no es sólo entre marroquíes y saharauis, sino también y en términos hegemónicos, entre Marruecos y Argelia. Pero en condiciones normales ambos no desean ir a la guerra por esta cuestión. No hay que olvidar que se trata de un contexto marcado por las complejidades de la política interna marroquí, enfrascada en un pulso entre el Rey y el gobierno liderado por los islamistas del Partido de la Justicia y el Desarrollo, tras los cambios previos al “despertar árabe” por un lado, y por las elecciones celebradas en Argelia en mayo de 2012 y los recientes problemas de salud de su presidente Abdelaziz Buteflika. Ambos aspectos hacen que dos Estados magrebíes directamente involucrados no estén para propiciar cambios.
Falta de voluntad en la ONU y en la UE
Dado que el conflicto es, en términos globales, marginal, ello implica que ningún actor relevante de la comunidad internacional lo considera esencial y es esto mismo lo que detrae la voluntad política en organizaciones internacionales como Naciones Unidas o la Unión Europea. En el primer caso, la ONU renueva anualmente la misión de la MINURSO, asumiendo, de facto, su incapacidad para superar un conflicto antiguo y aparentemente irresoluble. Opta por lo más fácil, como apunta el experto en terrorismo yihadista Carlos Echeverría. Simplemente renueva su mandato retrasando en el tiempo aquello que no es capaz de resolver.
Por su parte, la UE tiende a resguardarse en el remedio de la ayuda humanitaria, permitiendo la supervivencia de los refugiados saharauis y apaciguando su conciencia pero marginándolo entre las prioridades de la agenda internacional. La posición de la UE la define a la perfección el experto Juan Soroeta Liceras: es tan falsa como miope. “Falsa porque, pese a pretender ser exquisitamente respetuosa con el Derecho Internacional, lo viola y contribuye a que su violación por el Estado ocupante se perpetúe en el tiempo, sacando además buen provecho de la situación. Y miope porque es evidente que en poco o en nada contribuye a solventar uno de los problemas más graves que sacuden el mundo en este lugar de desencuentro entre Europa y África, entre el mundo occidental y musulmán".
38 años después de los célebres Acuerdos de Madrid, la situación de los saharauis no ha variado significativamente
El mejor ejemplo de cómo la UE ignora al pueblo saharaui es el de la pesca. “Desde el punto de vista del Derecho Internacional está fuera de toda duda que los acuerdos de pesca constituyen una flagrante violación del derecho del pueblo saharaui a la soberanía permanente sobre sus recursos naturales”. Pese a su teórica vocación de garante del cumplimiento del Derecho Internacional, la UE prefiere mirar hacia otro lado cuando hay intereses económicos de por medio. Un elemento más, en el Sáhara, territorio especialmente relevante para las relaciones internacionales de la UE por enclavarse en una zona de indudable valor estratégico en el Mediterráneo, además de pesca, hay fosfatos, arena y posiblemente petróleo.
La obligación jurídica de España
Especialmente preocupante es la postura de España, que tiene una considerable responsabilidad en la tragedia de los saharauis. Nuestro país tiene la obligación jurídica de promover el ejercicio del derecho a la libre determinación del pueblo saharaui, pues es, de iure, la potencia administradora del territorio. Como ya señalara la Asamblea General de Naciones Unidas, un Estado no pierde la condición de potencia administradora, ni queda liberado del cumplimiento de las obligaciones que se derivan de ella, por el simple hecho de afirmarlo. “Un argumento ya clásico es que Madrid mantiene una posición de ‘neutralidad activa’ ante el conflicto. Pero la neutralidad en Derecho no existe: quien no apoya su cumplimiento, está apoyando su violación”, atina Soroeta Liceras en su obra "El estatuto jurídico del Sáhara Occidental y la explotación de sus recursos naturales".
España opta de forma indiscutible por utilizar la cuestión del Sáhara Occidental para hacer oposición e intentar desgastar al Gobierno de turno
Si hasta ahora no hubiera suficientes factores, se añade el apoyo de Francia, Reino Unido y Estados Unidos a Rabat y la combinación en España de dos elementos vitales: la priorización en su agenda de la gestión de la crisis económica con lo delicado de su agenda bilateral con Marruecos. De aquí se puede deducir que mientras haya cualquier cuestión, por pequeña que sea, siempre irá por delante del conflicto saharaui en la agenda española. Ayer fue la espantada, hoy es la crisis, mañana…
¿Perspectivas de solución?
Cuando se cumplen 38 años de los célebres Acuerdos de Madrid, en los que España cedía la administración del Sáhara del Occidental pero no la soberanía, la situación de los saharauis no ha variado significativamente. Si bien el proceso de paz iniciado en 1988 estableció un alto el fuego permanente que se ha mantenido sin graves alteraciones desde entonces, la realidad de una ocupación ilegal se ha ido consolidando a lo largo del tiempo.
Hoy las perspectivas de solución siguen siendo mínimas. La única luz al final del túnel es que España asuma sus responsabilidades como potencia administradora del Sáhara Occidental y sólo así el conflicto se solucionará. Sin embargo, el actual contexto económico con el país sumido en una crisis sin parangón, hace que una vez más no sea el momento adecuado para desviar la atención hacia otros asuntos y mucho menos hacia algo olvidado y enquistado como es este conflicto. Las perspectivas de llegar a una salida son prácticamente nulas.
Una resolución del conflicto que no pase por el sufragio universal de los saharauis, y sólo de éstos, no será nunca una solución definitiva, sino un mal remiendo
En lugar de cumplir con sus responsabilidades como potencia administradora, España opta de forma indiscutible por utilizar la cuestión del Sáhara Occidental, de alta carga política en nuestro país, para hacer oposición e intentar desgastar al Gobierno de turno. La defensa del derecho de autodeterminación del pueblo saharaui "es un caso de política de principios, popular ante la opinión pública y un elemento clave para hacer campaña, pero complicada de llevar a cabo en la práctica diplomática del día a día", según el analista del CIDOB Jordi Vaquer.
“La descolonización del Sáhara Occidental culminará cuando la opinión de la población saharaui se haya expresado válidamente”. Estas fueron las palabras que Jaime de Piniés, embajador de España ante Naciones Unidas, pronunció el 26 de febrero de 1976 coincidiendo con la retirada española. Hoy esas palabras siguen siendo legítimas y es que una resolución del conflicto que no pase por el sufragio universal de los saharauis, y sólo de éstos, no será nunca una solución definitiva, sino un mal remiendo. El callejón sin salida del Sáhara Occidental es cada segundo que pasa más callejón y tiene menos salida.