El referéndum organizado ayer por Alexis Tsipras y el gobierno que preside, nucleado en torno a la formación política Izquierda Radical (Syriza), ha sido un despropósito desde todos los puntos de vista. Jurídicamente, está viciado por la apresurada reforma de la legislación plebiscitaria una vez convocada la consulta, así como por un proceso de campaña 'exprés' que, como ha denunciado el Consejo de Europa, no alcanza a satisfacer los más elementales estándares internacionales. Tal vez por ello no se haya habilitado la presencia organizada de observadores internacionales. Políticamente, la compleja, extensa y difícilmente comprensible pregunta planteada a los griegos por el poder ejecutivo hacía referencia a la aceptación o rechazo de una propuesta europea ya expirada, pues había desaparecido el martes a las doce de la noche al confirmarse el impago de Atenas.
Lo que hubo ayer en Grecia no fue un referéndum sobre el rescate y sus consecuencias. Fue, sobre todo, un plebiscito sobre Tsipras, Varoufakis y Syriza a los seis meses de su elección. Y con el apoyo de tan dispares y preocupantes aliados como los comunistas, la extrema derecha nazi y los ultranacionalistas conservadores, el órdago de Syriza ha cosechado un gran éxito demostrando que, en realidad, no hay izquierda ni derecha. Lo que hay es una casta estatista convencional (Pasok y Nea Demokratia en Grecia, el PPSOE en España) y una nueva casta más estatista todavía, la de Syriza y sus aliados nacionales e internacionales desde el Frente Nacional francés o el ultra español Saénz de Ynestrillas hasta los restos de la izquierda convencional tipo IU que, a regañadientes, se van subiendo a la grupa de este nuevo caballo ganador, encarnada aquí por Podemos.
Ahora Europa sólo tiene un camino: actuar por fin con la firmeza ante el único gobierno neoestalinista de Europa. No sirve reproducir los errores de Neville Chamberlain frente a Hitler
Ahora, Europa sólo tiene un camino sensato, y es actuar por fin con la firmeza que le ha faltado desde que Alexis Tsipras jurara su cargo el pasado 26 de enero. Ante el único gobierno neoestalinista de Europa no sirve reproducir los errores de Neville Chamberlain frente a Hitler. La política de apaciguamiento fue un error ante la Alemania nazi, lo está siendo ante la Rusia de Putin y no puede durar un día más ante el chantaje de Syriza a los contribuyentes del resto de Europa. Se suele oponer a este punto de vista el necesario respeto a la decisión democrática de los griegos, pero es que ambas cuestiones son perfectamente compatibles. Los griegos están en su derecho de suicidarse en las urnas, pero no de extorsionar al resto de los europeos. Grecia, que entró con embustes en el euro, debe abandonar ya la eurozona y arrostrar las consecuencias económicas y políticas de sus decisiones, que pueden ser legítimas y democráticas, y a la vez profundamente desacertadas. Los griegos, pese a lo discutible del referéndum, han escogido a sabiendas de lo que podría ocurrir si abofeteaban a sus socios mordiendo la mano que, durante demasiado tiempo, les ha dado de comer a costa de los impuestos de todo un continente.
El resto de Europa debe aislar al paciente cero y contener la infección con un cordón sanitario en torno a Grecia, o mañana tendremos una epidemia. Eso en lo político. Pero, al mismo tiempo, en lo económico, es necesaria una reflexión profunda sobre el papel desastroso del sistema de organismos financieros multilaterales y banca central. Estos entes de planificación centralizada y politizada de la economía, impropios de una sociedad y un mercado realmente libres, estrangulan la actividad manipulando a su conveniencia el valor del dinero, la masa monetaria, el alcance del crédito y el endeudamiento público y privado. El problema no es euro o dracma, euro o peseta, el problema es la calidad y el respaldo de la moneda. El dinero es demasiado importante para dejarlo en manos de políticos y burócratas. Nos hemos acostumbrado a la nefasta práctica keynesiana del endeudamiento insostenible. Pero frente a ello no se puede simplemente impagar y pretender que los mismos sigan financiando eternamente al moroso. El camino sensato ante el exceso de endeudamiento es reducir el gasto estatal para amortizar deuda existente sin incurrir en deuda nueva, y eso, evidentemente, requiere políticas de austeridad que no gustan a los yonquis del dinero ajeno.
Como Tsipras se salga con la suya y haga temblar a los pusilánimes de Bruselas, el efecto dominó puede ser devastador para buena parte del continente
Hay que pasar página respecto a Grecia. A medio plazo, su salida del euro y su imposibilidad de financiarse en el exterior tendrán las consecuencias que tengan que tener, incluyendo una posible salida de la Unión Europea y, tal vez, su alianza geopolítica con Rusia. Un escenario así puede gustar más o menos, pero el opuesto es mucho peor. Como Tsipras se salga con la suya y el referéndum de cartón piedra haga temblar a los pusilánimes de Bruselas, el efecto dominó puede ser devastador para buena parte del continente. Por el bien de toda Europa, hay que desterrar de una vez por todas la estrategias Chamberlain, porque ha vuelto a fracasar. Esta vez, en Grecia.