He seguido, a cierta distancia, todo el teatro político de las últimas semanas, sin querer adentrarme mucho en los detalles porque a veces es bueno dar un paso atrás y coger cierta perspectiva. He pastoreado también por medios internacionales y lo que he visto al volver la vista a nuestra maltratada “piel de toro” (expresión que, en nuestro delirio, alguien seguro que considerara inapropiada o incluso ofensiva), es una España ensimismada, encerrada en sí misma, absorta en imaginarios problemas identitarios y con un creciente sectarismo ideológico. Una política agresiva, en modo guerracivilista, más de espaldas a los problemas reales de los ciudadanos que nunca.
Según parece el “cambio” en nuestro país es un movimiento circular, en espiral, destinado a sacar a pasear de nuevo a todos nuestros fantasmas
Uno pensaba que el tan manido “cambio” político en nuestro país debería pasar por mirar al futuro, por abrirse al mundo, por mejorar la educación, por coger el tren de la innovación y estas cosillas. Pero no. Según parece el “cambio” en nuestro país es un movimiento circular, en espiral, destinado a sacar a pasear de nuevo a todos nuestros fantasmas, en irradiar odio por los cuatro puntos cardinales: los españoles de aquí contra los de allá, los de arriba contra los abajo (lo que sea que signifiquen esos términos), los rojos contra los azules. La eterna España sectaria, obsesionada con su ombligo y su odio cainita autodestructivo. Una España supuestamente nueva pero que huele a sudor viejo.
Cuando surgió el 15M yo también me ilusioné. Fue un movimiento espontáneo, libre, moderno. Con su toque utópico, naif, fue víctima de su propia ingenuidad asamblearia. Pero lo que tengo muy claro es que no tuvo nada que ver con el sectarismo de Podemos, con su agitación del miedo como forma de hacer política, con sus referencias a Franco, la dictadura, los GAL y la memoria historia como arma arrojadiza. Y con su defensa, más o menos velada, del rancio comunismo, de los gudaris terroristas, de los privilegios “históricos”. Eso por no hablar de los otros, de los mimados del IBEX, para los que la nueva política parece que consiste en “pedir cabezas” (hoy la de Rajoy, ayer la de Chaves y Griñan) como si eso fuera algún tipo de solución mágica, en decir un día una cosa y otro la contraria o en una campaña de telemarketing.
Mientras vivimos ensimismados en nuestro microcosmos particular en Europa arrecia el populismo antieuropeista (en unos sitios de derechas en otros de izquierda, poco importa). La Unión Europea, incapaz de hacer frente a los nuevos retos, como el de los refugiados o el terrorismo yihadista, se resquebraja a ojos vista: el Reino Unido amenaza con dar la espantada y Suiza acaba de dar el portazo definitivo a la ya vieja propuesta de ingresar en el selecto club europeo. En Estados Unidos progresa un tipo como Donald Trump ante la impotencia de los propios republicanos y China presenta indicios de un preocupante resfriado económico que puede acabar con nuestra endeble recuperación económica.
En España seguimos con un paro galopante, con 17 sistemas educativos y 17 sistemas sanitarios cada vez más desiguales, con unos nacionalistas envalentonados que, como el matón de la clase, cada día plantean nuevos retos al Estado de Derecho, con una justicia desbordada por la corrupción sin límite.
Siendo realista, ni siquiera pido ya que lleguen a un acuerdo. Me conformo con que no nos traten como idiotas
¿Y qué va a pasar? Pues, sinceramente, no tengo ni la más remota idea. Como dijo el gran Pio Baroja “dejemos las conclusiones para los imbéciles” (o para los politólogos, esa nueva especie de vidente moderno que todo lo sabe y todo lo acierta una vez que ya ha sucedido). Creo que ni nuestros líderes nacionales saben dónde quieren ir, como para poder barruntar nosotros, los simples mortales, cómo va a acabar todo esto. No tiene buena pinta en cualquier caso. Yo, siendo realista, ni siquiera pido ya que lleguen a un acuerdo. Incluso empiezo a ver los beneficios de carecer de un Gobierno y de un legislativo elaborando compulsivamente nuevas normas, casi todas incumplidas. Me conformo con que no nos traten como idiotas, con que dejen en paz a nuestros muertos, descansen un poco de tanta payasada, de tanta exaltación sentimental e identitaria y se centren, de vez en cuando, en nuestros problemas en un mundo globalizado. Que dejen de hablar de quienes somos y empiecen a hablar de hacia dónde vamos ¿Es mucho pedir?