Análisis

Puesta de sol desde las aguas del mar Egeo

  

Aquí, en la Casa de la Literatura de Paros, donde varios escritores y traductores nos encontramos trabajando en el silencio y reposo del pueblo montañés de Lefkes, la vida, como en el resto de Grecia, también se ha alterado. El televisor del salón, que hasta hoy permanecía casi siempre apagado, se oye ahora a todas horas. Todos preguntan qué pasa, cuáles son las últimas noticias. Un gesto de intranquilidad, de nerviosismo, se dibuja en los rostros de todos. ¡Han anunciado un referéndum para el próximo domingo! ¿Pero qué es lo que quieren consultar exactamente? ¿La salida del euro? ¿Nuestro abandono de la Unión Europea? Por todas partes impera la confusión.

No estaba muy claro el domingo qué es lo que el Gobierno pretendía con este referéndum. El desconcierto inicial ha sido sustituido por incontables programas de discusión donde políticos de diverso signo gritan y se quitan la palabra. Las tertulias se convierten en jaulas de grillos y a menudo los espectadores no consiguen entender qué es lo que se está hablando.

En la calle la gente habla espontáneamente sin ser preguntada. Es como si las personas tuvieran necesidad de comunicar sus miedos, de sacarlos fuera. Los griegos están asustados. “¿Qué va a ser de nosotros? Nunca había ocurrido algo así. ¡Que se cierren los bancos! ¿Qué vamos a hacer con los turistas? Se acabó, la temporada turística se va al traste”.

En la prensa se pueden leer todo tipo de opiniones. Las hay que abogan por mantener la dignidad, ¡Ah, el orgullo de este pueblo!, por no dejarse manejar por los grupos de presión europeos a quienes consideran culpables de la desastrosa situación a la que han llegado el país por su falta de flexibilidad. Defienden que peor no pueden llegar a ser las cosas, de modo que será mejor romper con todo y empezar de cero, reiniciar el camino desde el principio basándose en sus propias fuerzas.

Confusión y desesperanza

Pero opiniones hay también que defienden la obediencia a los dictados de la troika como única salida a la crisis. Confusión. En la mayoría de la gente se palpa la desesperanza. Muchos son los que piensan que el Gobierno de Tsipras les está conduciendo a un callejón sin salida. Ocurre, sin embargo, que pocos creen ahora en el discurso de la oposición, la retórica salvadora de unos partidos que hasta ahora han ejercido el poder y han llevado al país a la bancarrota. Un profundo disgusto recorre los sentimientos de muchos cuando les oyen ahora arrogarse el derecho a presentarse como “salvadores” de la nación.

Se generaliza la sospecha de que si le aprietan tanto las tuercas es para forzar al país a abandonar voluntariamente la Unión

Incontables, igualmente, los que se sienten decepcionados con Europa. Gente que considera que la extrema dureza de la UE, su inflexibilidad, no sólo no está ayudando a Grecia, sino que la está conduciendo deliberadamente al matadero. Se generaliza la sospecha de que si le aprietan tanto las tuercas es para forzar al país a abandonar voluntariamente la Unión. Momentos de terrible desconcierto para la mayoría. Sensación de país atrapado en una ratonera, prisionero entre la espada y la pared. Nadie sabe en el fondo hacia dónde tirar. Nadie sabe realmente qué votar.

Uno de los habitantes de la Casa de Literatura de Paros ha escrito un poema que refleja los sentimientos de muchos griegos en estos días. Lo ha titulado Un puente bizantino (Tasos Galatis):

Bajando de Lefkes en dirección a Parikiá
me salgo de la carretera
para atravesar el puente bizantino,
tan humilde, a pesar de su ilustre nombre.
Sus arcos achatados
no cubren ningún afamado río;
un arroyo diminuto, seco en verano,
conecta las orillas.
Anónimo y desconocido,
tal vez su nombre aparezca en un folleto olvidado.
Nunca se ha detenido en él princesa alguna,
ni las enérgicas pisadas de mercenarios bárbaros,
con sus terribles espadas, lo han hecho trepidar.
Y, sin embargo, según avanzo soñador sobre él,
siento que de un momento a otro llegaré a Constantinopla,
oigo incluso el batido rítmico de los instrumentos
que dan la bienvenida,
y las interminables salmodias que se elevan hasta el cielo.

      Salva a tu pueblo, Señor,
      Salva a tu pueblo...

Unos forasteros con sus charlas y sus risas me devuelven a la realidad
pero yo, cual celoso guardián, me empeño en defenderlo.
No van a ultrajar unos vándalos mi puente bizantino

      Salva a tu pueblo, Señor,
      Salva a tu pueblo...

Continúo susurrante las desesperadas súplicas,
el eterno ruego de los griegos

      Salva a tu pueblo, Señor,
      Salva a tu pueblo...

en estos aciagos tiempos
a nueve de junio del año 2015 de la era cristiana.

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