Hubo un tiempo en el que el Bernabéu no tenía ojos para otro que no fuese Iker Casillas. Hoy suena falso, porque la memoria sentimental es la de un pez en el océano, pero pocos han conectado tanto con el público como el portero. El mejor que ha tenido nunca el club, uno de los poquísimos jugadores en la historia que ha decidido títulos sin necesidad de marcar un solo gol.
Sería bonito pensar que estos últimos años quedarán como una nota a pie de página en una lustrosa biografía, que solo se recordarán los buenos momentos. No es cierto, no será así, habrá muchos que guarden un injustificado rencor al mejor portero que vieron nunca defendiendo a su equipo. El tema está ampliamente explicado, pero nunca está de más recordar cómo se llegó a ese sinsentido.
Jose Mourinho decidió tener a Casillas como chivo expiatorio y este no supo responder. La frase es más simple que la realidad, pero no por ello deja de ser cierta. El técnico pensó que el Madrid era como los otros clubes en los que había estado, pero se equivocó. Llevó a cabo su libreto habitual, ese que pretende crear antagonismos y encontrar enemigos en todas partes, y decidió cargar contra su portero, que tampoco nunca fue un ejemplo de estajanovismo. Ahí creó una división en el vestuario, otra en la grada y, sin ánimo de ser exhaustivos, una guerra civil en un club que siempre vive en la esquizofrenia.
Florentino Pérez siempre le despreció, aseguró que no era portero para el Madrid, demostrando así su poco tino en lo deportivo
Hay dos factores más, relativamente externos, que también contribuyeron a la astracanada final. Por un lado está el presidente, que en el acto de homenaje, cuando quiera que se haga, pondrá una sonrisa cínica agradeciendo a Casillas lo que hizo por el club. Miente, porque en realidad nunca quiso tenerle cerca. Cuentan cronistas antiguos que ya la primera vez que entró en la presidencia pretendió cambiarlo por otro. Dijo que no era portero para el Madrid, demostrando así una vez más que en conocimiento futbolístico no está a la altura de tan ilustre institución. Los brotes de Mourinho a Florentino le hacían gracia y nunca intentó nada para detenerlos. Él podría, como hizo otras veces, haber salido a la palestra a recordar que cuando se habla de Casillas en realidad se está narrando una epopeya. Que vejarle a él era manchar el escudo. Prefirió reír las gracias a un apunte en el margen de la historia del Madrid.
Tampoco se debe quitar algo de culpa al entorno del portero. Hay relevantes amigos del arquero que han negado cualquier error que haya podido tener Casillas. Nunca han querido reconocer un declive evidente y se han empeñado en contrariar lo que todos veían. El público, claro, notaba el disenso y solo hacía aumentar su cabreo. El problema, por más que se haya dicho, no ha sido que Iker tenga amigos entre los periodistas. Lleva 15 años conviviendo con muchos de ellos casi a diario, lo preocupante sería que no hubiese entablado ni la más mínima relación personal con ninguno. Pero eso no debería de haber sido problema para constatar en algunos momentos que el portero no era perfecto.
Casillas se va, más que nada, porque ya no da el nivel para el Real Madrid. Un club con 600 millones de euros de presupuesto tiene que aspirar a tener en todas las posiciones a uno de los dos o tres mejores jugadores del mundo. Iker ya no tiene ese perfil. No pasa más que eso, la naturaleza está ahí y no se puede regatear. La conclusión, que a muchos ya le suena a obvia, podría haber llegado con menos trauma.
La carrera
Llegados a este punto este texto comete el mismo error que traza en los dos primeros párrafos: quedarse con el mal final de lo que es una historia de éxito y gloria. Aún se puede solventar.
La leyenda puede empezar en un torneo social, un día en el que un niño de nueve años, que llegaba recomendado, convenció a los técnicos del Madrid de que en él había potencial. El deporte tenía otros tiempos y otros perfiles, la cantera blanca estaba guiada por personas bregadas en el fútbol modesto, que conocían a los jugadores de las categorías inferiores del Moscardó y del Puerta Bonita. Gente como Vicente del Bosque, que no dan el perfil de hombres tecnificados pero tienen el ojo entrenado para ver lo que el resto no sabemos ver.
También se puede contar aquel día en el que el Madrid de los Ferraris se marchaba a Noruega y no tenía un portero reserva para completar la convocatoria. Sacaron a Casillas de su clase y esa noche contó su peripecia en todas las radios. Los futbolistas hablaban con normalidad y no pasaba nada, nadie se escandalizaba. No jugó, no le correspondía, pero muchos escucharon por primera vez aquel nombre que, con el tiempo, sería uno más de la familia.
Quizá el inicio real está en una tarde en Bilbao, una no una muy exitosa, recordada hoy solo porque el portero que debutaba se convirtió en Iker Casillas. Toshack lo cuenta con gracia aún hoy, él miraba a la portería y veía un imberbe al que le faltaba un palmo de altura para dar el perfil de portero perfecto. Lo que no tenía en centímetros lo tuvo en ángel.
Hay en el inicio de su carrera momentos turbulentos, nunca correctamente explicados y, hoy se sabe, bien manejados por un sabio como Del Bosque. En aquel año de banquillo el portero maduró, lo suficiente para entrar en la final de la Copa de Europa en Glasgow, frío y obcecado, y hacer sus dos paradas más recordadas con el Madrid. Casillas fue siempre un gran portero, pero en las noches de campanillas encontraba un nivel más. Algo así, en un club como el blanco, es una cualidad muy apreciable.
Aquella Copa de Europa le entregó para siempre la portería del Madrid. Sus críticos le acusan de no haber sabido jugar con los pies y de no saber salir –si se ven los vídeos, se nota que algo sí mejoró- pero no recuerdan que a nadie vieron parar cosas como las que llegó a parar Casillas. Hay temporadas en los que el Madrid fue un caos que solo encontraba paz en su portería y su delantera, y con eso llegaba para ganar ligas. Ronaldo, el genuino, rematando; Casillas, sobrado, parando. El mérito de ser el mejor cada domingo.
Hubo años en los que el Madrid naufragaba todo menos la portería y la delantera; a pesar de todo ganaban ligas
Iker Casillas, que también es leyenda de la selección (pero eso es otra historia, una que aún no parece haber terminado), puede no dar el perfil de capitán que grita y da moralinas. En algún momento el presidente, ese que siempre le despreció, le azuzó para que mandase más. La idea era menoscabar a Raúl, él sí, capitán por carácter. No le salió, porque Casillas siempre fue más de predicar con el ejemplo, de decirles al resto que para jugar en el Madrid había que ser el mejor. A fe que lo fue. En estos quince años ha ganado todos los premios posibles, será recordado como uno de los mejores guardametas de todos los tiempos y se va del Madrid con un palmarés envidiado por todos. Nunca fue un secundario, los títulos blancos siempre tuvieron su sello.
Iker Casillas es un icono, uno de una especie en vías de extinción. Es el canterano y el capitán. La estrella y la leyenda. El madridismo en estado puro aunque algún necio haya querido poner en duda también eso, alegando que el fútbol le dio amigos en el bando contrario. Ha dado todo su talento en ese equipo, ha sido emblema e insignia, admirado por los futbolistas, compañeros y rivales, que saben lo duro que resulta ser tan bueno tanto tiempo y en un ecosistema tan difícil. Ser portero es una cosa, ser portero del Madrid una muy distinta, una posición diferente que une la presión descomunal, la tendencia del equipo a atacar sin pensar en la retaguardia y la mirada siempre dura de un público sibarita. Entre esas mareas labró su historia un chico de Móstoles que hoy se va, un nombre por el que preguntarán los nietos como los niños de hoy preguntan a sus abuelos si Di Stéfano era realmente tan bueno. La respuesta, en el caso de Iker, solo puede ser sí. Sí, era tan bueno.