Dentro de un par de semanas se cumplirán cuatro años del célebre “relaxing cup of café con leche” con el que la sin par Ana Botella, alcaldesa de Madrid por la gracia de su marido entre diciembre de 2011 y junio de 2015, sorprendió al planeta con su dominio de la lengua de Shakespeare y su casticismo de chulapa dispuesta a conquistar ella sola para la capital de España la organización de los Juegos Olímpicos de 2020, en la reunión que el COI celebró en Buenos Aires el 7 de septiembre de 2013. Ni el “relaxing cup of café con leche en la plaza Mayor”, ni “la cena romántica en el Madrid de los Austrias” lograron convencer a unos miembros del COI acostumbrados a dejarse corromper por sumas millonarias, no por fruslerías de esta clase. Ganó Tokio. La Botella se quemó con su café con leche, como cuatro años antes, 2 de octubre de 2009, se había quemado en Copenhague su maestro Alberto Ruiz-Gallardón, empeñado, después de haber arruinado Madrid con las faraónicas obras de la M-30, en traer las Olimpiadas de 2016 a la capital de España para mejor provecho de sus amigos constructores, con Florentino Pérez a la cabeza.
En Copenhague fue Río de Janeiro la que desbancó, los Dioses sean loados, a un Madrid que muy bien podría estar hoy acogiendo los Juegos que estos días están teniendo lugar en la urbe carioca, ello con un país sin Gobierno desde hace más de 9 meses, con millones de parados, una deuda pública que supera el 100% del PIB y unas instituciones devastadas por la corrupción. El intento reiterado de hacer de Madrid sede de unas Olimpiadas, con España sumida desde 2007 en la crisis política y económica más grave de su historia reciente, es una de las operaciones más desvergonzadas emprendidas por una elite política corrupta, gregaria del capital económico-financiero, la misma que ahora sigue empeñada en la batalla de sus intereses personales por encima de los generales del país, y es ejemplo claro del grado de postración moral de un sistema que reclama su regeneración con urgencia. Un episodio que explica casi todo, todo lo malo, de lo ocurrido en España desde mediados de los noventa a esta parte.
El intento reiterado de hacer de Madrid sede de unas Olimpiadas es una de las operaciones más desvergonzadas emprendidas por una elite política corrupta
Aquel 2 de octubre de 2009, la alegre tropa española encabezada por José Luis Rodríguez Zapatero, con Ruiz-Gallardón como maestro de ceremonias, se había reunido en el Hotel D’Angleterre de Copenhague para celebrar a lo grande lo que consideraban segura elección de Madrid como ciudad organizadora de los Juegos de 2016. Justo un día antes, el FMI se había encargado de recordar a quienes trasegaban champán en los lujosos salones del 34 de Kongens Nytorv que España iba a ser el último país desarrollado en salir de la crisis, y que la tasa de paro llegaría en 2010 hasta el 20,2%, ignorante aún el FMI de que la riada alcanzaría un estratosférico 26%. Si la situación de España era mala, la de Madrid no era mejor. El Ayuntamiento había cerrado 2008 con un déficit de 1.200 millones, cifra a sumar a una deuda global que a final de 2009 rebasaría los 8.000 millones (12 veces superior a la de Barcelona). Para intentar tapar agujeros, el regidor madrileño se había lanzado ese año a una desaforada subida de tasas e impuestos varios (IBI, Recogida de Residuos Sólidos, etc.) que supuso para cada madrileño un arreón de más de 90 euros para un piso de menos de cien metros.
Habían pasado 23 años desde que otro mes de octubre, pero del año 1986, el COI eligiera en Lausana a Barcelona como ciudad organizadora de la XXV Olimpiada por delante de París. Durante esas dos décadas largas, España había cambiado mucho y lo había hecho a peor desde el punto de vista de la calidad de su sistema democrático, sometido ya de hoz y coz al tironeo de unas elites captadoras de renta que, con total falta de transparencia en el manejo de lo público, no perdían ocasión de demostrar la primacía de sus intereses personales sobre los generales del país. Desde la Royal Suite del Angleterre, con chimenea y comedor privado, el Rey Juan Carlos I, cabeza de la España oficial desplazada a Copenhague a gastos pagos, se afanaba en convencer a unos señores dignos de toda sospecha de que votaran a Madrid, vendiéndoles la mercancía falsa del apoyo unánime de la población madrileña, y aun de la española, al proyecto, trapacería para la que nuestra clase política contó con el apoyo casi unánime de los medios de comunicación, en particular de las televisiones.
Panem et circenses financiado con dinero prestado
Entre el humo y los cascotes causados por el derrumbamiento de la burbuja inmobiliaria española, hasta el más lego sabía aquel octubre de 2009 que España se hallaba atrapada en una crisis económica muy dura, con un déficit público que llegaría al 11,2% en 2009, unas cifras de paro escandalosas, y nulas perspectivas de empezar a crear empleo estable hasta 2015. Con semejante panorama, la pretensión de organizar unos Juegos no podía ser considerada más que como el acto de locura colectiva de un Gobierno que había perdido el norte de sus prioridades o como una muestra de la desvergüenza de una clase política decidida a darle hilo a la cometa manteniendo al pueblo embebido en el panem et circenses financiado, además, con unos fondos públicos de los que carecía el Estado. Parece que la derrota de Madrid a manos de Río fue conocida por Ruiz-Gallardón bastante antes de ser anunciada, pero el pájaro siguió adelante con su cohetería, porque el proyecto olímpico era para él una coartada, el trampolín de prestigio que debía franquearle definitivamente el paso al liderazgo del PP y la presidencia del Gobierno, permitiéndole, al tiempo, enmascarar su herencia en el Ayuntamiento de Madrid con las consiguientes ayudas públicas. Ambiciones privadas soportadas con miserias públicas.
Por eso resulta aún más escandaloso que en septiembre de 2013, en pleno valle de la crisis, nuestra clase política siguiera empeñada sin excepción en la aventura de convertir Madrid en ciudad olímpica, para regocijo de Florentinos y provecho de las tramas de corrupción (Gürtel y Púnica) que, no obstante estar abriendo todos los días los telediarios, seguían operando con desenvoltura allí donde aún no habían sido descubiertas. El Estado seguía gastando –y pidiendo prestado- 70.000 millones más de lo que ingresaba por ejercicio; la deuda pública, que a finales de 2008 equivalía al 40% del PIB, se había situado ya en el 92,2% (942.758 millones); el rey Juan Carlos estaba ingresado de nuevo en una clínica madrileña, con su prestigio más averiado aún que su chasis, y el problema catalán se había convertido en un volcán tras otra Diada de infarto. Nada parecía preocupar a políticos ni a financieros. La noticia saltó a mediados de mes: “Emilio Botín ficha a Rodrigo Rato como asesor del Santander”. Bomba demoledora para la moral pública, pero bomba sorda, casi inaudible, porque el asunto, que durante horas llenó de aspavientos al Madrid financiero, pasó de puntillas por los medios. Alguno ni siquiera se atrevió a recordar que el asturiano estaba imputado en el caso Bankia. Rato Figaredo, pata negra de la derecha conservadora española, se había convertido ya en émulo del famoso José María Hinojosa, alias El Tempranillo.
Ana Botella tenía intereses personales que defender en la reunión del COI que en septiembre de 2013 y en Buenos Aires otorgó la organización de los Juegos 2020 a Tokio
También Ana Botella tenía intereses personales que defender en la reunión del COI que en septiembre de 2013 y en Buenos Aires otorgó la organización de los Juegos 2020 a Tokio. Nunca tuvo la dama futuro político, pero la jerarquía de su marido en la estructura del PP y sus amistades entre la oligarquía madrileña -constructores y eléctricos-, consiguieron empotrarla en el Ayuntamiento más importante de España, ante la indiferencia de la mayoría de los habitantes de la capital. Para que mediara esta ascensión, tuvo que ocurrir el cambalache político de la inclusión de Ruiz-Gallardón en las listas del PP como número 2 tras Mariano Rajoy a las generales de Noviembre de 2011 y su posterior nominación como ministro de Justicia. Encantada de haberse conocido como alcaldesa, la Botella nunca negó la relevancia que para su carrera política tenía lo que ocurriera en Buenos Aires, muy consciente de que si Madrid, con el apoyo de la España oficial y de la práctica totalidad de los medios –excepción hecha, entre otros, de Vozpopuli-, se adjudicaba finalmente los Juegos de 2020, las pretensiones de quienes aspiraban a apearla de la alcaldía madrileña dentro de las filas del propio PP (Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes) sufrirían un auténtico revés.
A Botella se le indigestó el relaxing cup
La Señora jugó y perdió. Se le indigestó el relaxing cup of café con leche. Fue una de las grandes derrotadas –con el propio Rajoy y su Gobierno-, de lo ocurrido en Buenos Aires. La suficiencia con la que la delegación española vendió la piel del oso antes de cazado recibió un palo inmisericorde en la capital argentina. Rajoy, sin embargo, tenía algún secreto motivo para la complacencia: la carrera olímpica le ha quitado de en medio un problema interno tan serio como el que suponían las aspiraciones políticas de la señora de Aznar, es decir, de José María Aznar. Un cadáver más en la cuneta de Mariano, como poder sin contrapeso alguno en la estructura del PP. Nunca supimos a ciencia cierta lo que costó la aventura de Copenhague en 2009 (tampoco los pormenores de las idas y venidas de Gallardón con su íntima Tania Paessler, responsable de la candidatura Madrid2016, luego novieta de Alonso Aznar y acompañante ocasional de Felipe de Borbón), ni la de Buenos Aires de 2013. Todos siguen con mando en plaza, inamovibles, inasequibles al desaliento. Lo dijo en su día el revolucionario francés Babeuf en su Manifiesto de los Iguales: “La pobre especie humana ha servido de juguete a todas las ambiciones, de pasto a todas las tiranías”.
Alejandro Blanco, presidente del Comité Olímpico Español (COE) y de la candidatura Madrid2020, viajó a Buenos Aires con 15 días de antelación (el 23 de agosto de 2013), dispuesto a birlar a la Botella -y apuntárselo en exclusiva- el previsible “éxito” de la nominación de Madrid, asunto que la delegación española daba por seguro. Blanco, un hombre que, además de militante del PP cuenta con el respaldo de Rajoy y sobre todo del Rey emérito, que tuvo mucho que ver en su nombramiento, es el gran talibán de la ensoñación olímpica madrileña, con olímpico desprecio a las leyes de la transparencia. Enfrentado a Miguel Cardenal, secretario de Estado para el Deporte, desde hace semanas deambula por Río de Janeiro a cuerpo de rey, al frente de la octava delegación más numerosa de las 206 federaciones presentes en los Juegos de Rio, aunque, a 24 horas de la clausura, ocupe el vigésimo puesto en lo que al medallero se refiere (13 en total, frente a las 18 de Pekín y las 17 de Londres). Con cargo al presupuesto, Blanco no tiene empacho en enviar a Río a atletas incapaces de superar la primera serie de calificación. Es dinero público, y ¿quién da explicaciones en España sobre el uso del dinero público?