De la intervención de Felipe VI en la apertura de la XII legislatura convendría retener tres ideas: su aviso a las autoridades catalanas de que deben respetar la ley, el recordatorio a Podemos de que le preceden más de cuarenta años de trabajo en democracia y un emplazamiento a todas las fuerzas políticas, sin excepción, para que prestigien las instituciones combatiendo con firmeza la corrupción.
El autogobierno debe preservar la igualdad entre todas las comunidades autónomas, ha advertido el monarca
Los problemas actuales, le ha dicho el Rey a los diputados antisistema que pueblan ahora el hemiciclo, no pueden hacer olvidar la libertad, la convivencia y el progreso alcanzado por el pueblo español desde el inicio de la Transición. A las formaciones políticas que tienen responsabilidad en los distintos niveles de gobierno, el monarca les ha advertido de que la regeneración moral de la vida pública es una cuestión de principios, de voluntad y de decisión, algo imprescindible para recuperar la confianza de los ciudadanos. Hasta aquí, todo de manual.
Quizás lo más sorprendente del discurso de Felipe VI hayan sido los claros límites que les ha puesto a los soberanistas catalanes. Primer aviso: el respeto a la ley y a las decisiones de los tribunales es una garantía esencial de la democracia porque en un Estado de Derecho la primacía de la ley elimina la arbitrariedad de los poderes públicos. Segundo aviso: el autogobierno que alcancen las comunidades autónomas debe preservar siempre las exigencias de igualdad entre todos los ciudadanos y la solidaridad entre todos los pueblos de España. “España no puede negarse a sí misma, no puede renunciar a su propio ser”. Y un último apercibimiento: el diálogo es consustancial a la democracia, debe ser sincero y leal.
Para contextualizar mejor las palabras del Rey conviene recordar que hace un mes aprovechó la ronda de consultas con los partidos previa a la investidura de Mariano Rajoy, al que hoy ha felicitado públicamente, para saber si hay agua en la piscina para coger por los cuernos el problema catalán. Y encontró que el más reacio a partir este melón a través de una reforma constitucional era el candidato del PP teniendo en cuenta que, aparte de sus 137 diputados, solo encontraría un frágil acompañamiento en esta aventura por parte del PSOE, en un momento en el que su filial en Cataluña se plantea el divorcio y la organización que pilota provisionalmente la gestora presidida por Javier Fernández está literalmente rota.
El desafío es de una enorme envergadura porque el hemiciclo en el que esta mañana ha intervenido el Rey está poblado por solo tres partidos –PP, PSOE y Ciudadanos– comprometidos sin matices con la Constitución de 1978 y más de un centenar de diputados, entre Podemos, el PNV, los restos del PSC, Esquerra Republicana, la antigua Convergencia y Bildu, identificados desde diferentes tonalidades con el proyecto soberanista que hoy gestiona Carles Puigdemont.
Recordatorio del Rey a los antisistema: les han precedido cuarenta años de democracia
Después de varias tentativas frustradas de influir en el conflicto, el Rey emérito solo dejó en herencia a su hijo un emplazamiento ciertamente gratuito a la unidad de todas las fuerzas políticas –“Hay que actualizar los acuerdos de convivencia”, recomendó Juan Carlos en su última Navidad–después de que Zarzuela llegara a presentarle como el principal artífice de la solución. Con mejores consejeros, su heredero en la Corona ha preferido trabajar con mayor discreción y desde que se estrenó en su responsabilidad como jefe del Estado hace casi dos años y medio, se ha limitado a escuchar, enfriando su tentación inicial de implicarse a fondo en el problema. Su discurso de proclamación –“Deseo una España en la que no se rompan nunca los puentes de entendimiento” – fue procesado al detalle por los principales partidos como un deseo de participar de manera activa en el desbloqueo del choque institucional, pero solo valió para que Rajoy y Artur Mas recuperaran un diálogo efímero cuyos resultados son bien visibles y no han aportado ventaja alguna a la tarea que ahora el presidente ha encomendado a Soraya Sáenz de Santamaría para salir del atasco. Visto el panorama, Felipe VI hoy solo se ha atrevido a mojarse en lo evidente, esquivando cualquier alusión a una reforma constitucional. Eso sí, ha conseguido mucho más aplausos que su padre en cualquier otra ceremonia de esta naturaleza.