“No abuse. Con que me diga que no, basta, sobran las explicaciones. Ya he entendido todas las partes del no”. Volvió el Mariano Rajoy sarcástico y burlón, irónico y displicente que algunos echaron de menos en la primera jornada de la sesión de investidura. Consciente de su anunciada derrota, hizo frente, con supina maestría y sin grandes agobios, a la dura acometida de Pedro Sánchez, bromeó con inteligencia ante un Pablo Iglesias primario y deshizo con Albert Rivera el malentendido del día anterior.
Rajoy se presentó blindado de paciencia, para soportar una jornada inclemente. Pedro Sánchez se la tenía guardada. La venganza es un plato que se sirve, no ya frío, sino helado. El líder del PSOE le esperaba desde hace seis meses. Así fue. Descargó contra el candidato del PP toda la artillería prevista y alguna otra fuera del programa. Una enmienda a la totalidad, afilada y minuciosa, con una muy especial parada y fonda en asuntos de corrupción. “Todo el código penal” le recitó Sánchez al presidente en funciones al repasar enorme lista de imputaciones, acusaciones, condenas, sospechas y tropelías de las que stá acusado tanto el PP como miembros de sus filas.
Pedro Sánchez se la tenía guardada. La venganza es un plato que se sirve, no ya frío, sino helado
El fino humor gallego
Estoico e impasible, aunque con los ojos amoratados por la golpiza, Rajoy recurrió, desde su veteranía imbatible, al humor galaico con el que se exhibe en estas lides parlamentarias. “Si yo soy malo, ¿Cuánto de malo es usted? Pésimo”, le enjaretó en una de sus respuestas al dirigente socialista. Fue un cuerpo a cuerpo intenso y vivo, vehemente pero sin descalificaciones personales. Sánchez elaboró, como estaba previsto, su interminable catálogo de reproches y Rajoy contraatacó, certero y letal, con la pregunta precisa. “¿Hasta cuándo pretende permanecer en esta situación? ¿No le parece urgente solucionar este problema? Pasará a la historia por haber forzado las terceras elecciones”.
El punto débil de Pedro Sánchez. Su talón de Aquiles. El dirigente del PSOE vapuleó sin clemencia al representante popular, tal y cómo éste hizo en la anterior investidura. Le acusó de falta de credibilidad, le destrozó su acción de Gobierno, dinamitó sus éxitos económicos y, en ocasiones, pareció reclamar incluso su retiro y jubilación. Envió de paso un mensaje a su mercado interno, muy alborotado: quienes pretendan facilitar un gobierno de Rajoy, saben que se las tendrán que ver conmigo.
Rajoy contraatacó con la pregunta precisa: “¿Hasta cuándo pretende permanecer en esta situación? Pasará a la historia por haber forzado las terceras elecciones"
Rajoy defendió su gestión, insistió en la gravedad del momento y, esta vez sí, como corresponde, enarboló el acuerdo suscrito con Ciudadanos. Legitimó su derecho a gobernar por los motivos ya conocidos. Es la fuerza más votada, salió airoso en los últimos comicios y acude a la investidura con más respaldos de los que tenía Sánchez en su fallido intento. Un Rajoy magullado aguantó la panadera del discurso del secretario general socialista y, a continuación, lo destrozó en las réplicas, esa especialidad que domina. Consiguió la victoria moral que tanto perseguía por una razón muy sencilla. Su rival no ha sido capaz, en estos largos meses, de desgranar un plan B, de ofrecer una alternativa. Quizás la tenga, quizás hasta esté trabajando ella. Nadie lo sabe. Pero, de momento, es tan sólo el ‘rey del no’. Recordó Rajoy, en ese sentido, que ni siquiera se avino a negociar la fecha de la investidura, que acarreó después del debate sobre las elecciones el día de Navidad.
Arrodillarnos ante los nacionalistas
El equipo de Rajoy da por hecho que ganó a los puntos. Que ha logrado convencer a los españoles de quién es el culpable del bloqueo. Ha firmado pactos con otras fuerzas política, se ha avenido a pasar por las exigencias de Ciudadanos, ha redondeado 170 votos. “Más no se puede hacer, salvo arrodillarnos ante Puigdemont”, comentaban estas fuentes.
Con Pablo Iglesias exhibió un cruce de guantes bromista y socarrón. Parece que se llevan bien. El líder de Podemos ha vuelto a los orígenes, al puño en alto y al mitineo, al mensaje incendiario del 15M y a la descalificación. Se enceló con Rivera y lo pasó bien con Rajoy. “Ni siquiera me importa que levante usted el puño, salvo que sea obligatorio”, cerró su amago de combate amigable el dirigente popular.
El equipo de Rajoy da por hecho que ganó a los puntos. Que ha logrado convencer a los españoles de quién es el culpable del bloqueo
El presidente en funciones puso particular atención en calmar las aguas agitadas de Ciudadanos. Desgranó algunos de los puntos más importantes del pacto y hasta le anunció a Rivera que ‘pasaremos a la historia, imagino que para bien’. El líder de la formación naranja, aún escocido, y sin leer un papel, insistió en que no se fía ni de Rajoy ni del PP, pero puso el eje de su discurso en reivindicar sus pactos, a derecha e izquierda, y en alabar la difícil labor del centrismo, ese papel incómodo e incomprendido.
El presidente en funciones revalidó su título de mejor parlamentario de la Cámara. Acudió al Hemiciclo consciente del calvario al que iba a ser sometido. Soportó con estoicismo las implacables arremetidas de Sánchez y, en los compases de la réplica, le lanzó a su contrincante varios brillantes directos a la quijada. Justificó con claridad el porqué de su empeño en aspirar a la presidencia. Con datos, cifras y argumentos. Su rival no fue capaz de ir medio centímetro más allá del ‘no’. Sabido es que el aspirante a la corona de esta categoría no sólo debe alcanzar el rostro del adversario. Tiene que tumbarlo. Y eso no ocurrió.