Una tomadura de pelo. No se me ocurre otra forma de calificar la rueda de prensa con la que ayer Mariano Rajoy despachó la reunión del comité ejecutivo del PP llamado, en teoría, a analizar las condiciones impuestas por Ciudadanos para apoyar su investidura y obrar en consecuencia, es decir, aceptarlas o rechazarlas. Con Franco y después de Franco, quienes ya peinamos canas hemos asistido a toda clase de espectáculos, a cual más abracadabrante, en la política española como para rasgarnos las vestiduras por uno más de tales episodios. Lo de ayer, sin embargo, supera lo visto hasta ahora. Contemplar al líder del primer partido español, presidente del Gobierno con mayoría absoluta hasta hace menos de un año, presidente en funciones desde el pasado diciembre, pasándose por el arco de sus caprichos la, por él y los suyos, tan cacareada como manida “urgencia” para formar un Gobierno estable “dada la gravedad de los problemas del país”, es sencillamente incomprensible, además de inaceptable, por no decir intolerable. Esto huele que apesta a terceras elecciones generales.
“Le he explicado al señor Rivera que debo someter el documento [las condiciones de Ciudadanos] a la aprobación del Comité Ejecutivo de mi partido. Como ustedes comprenderán, no puedo ni debo tomar esta decisión en solitario”. Es exactamente lo que dijo Mariano la semana pasada, antes de irse a protagonizar una nueva caminata por las riberas del Umia con el marido de Ana Pastor en plan carabina. La verdad es que a quienes conocen el paño que guarda el arca del PP les pareció una deliciosa boutade el que Mariano Rajoy necesitara consultar con el comité ejecutivo de Mariano Rajoy para aprobar o rechazar cualquier cosa que le apetezca a Mariano Rajoy, porque el PP es Mariano Rajoy y punto. No hay más voluntad que la suya. Y como temían los más pesimistas, resulta que, según Mariano Rajoy, ni Ciudadanos ha impuesto condiciones (“Podemos aceptar muchas cosas, o no”), ni él tiene por qué fijar fecha de investidura, que era la exigencia previa impuesta por Ciudadanos para sentarse a negociar. Una tomadura de pelo. Una falta de respeto a los casi 8 millones de votantes del PP y a los millones de ciudadanos que, sin haber votado PP, se sienten concernidos por la dimensión de la crisis política española.
¿Está pensando el PP en esas terceras generales capaces de darle de nuevo, solo o en compañía de otro, esa cómoda mayoría que necesita para gobernar?
Por si las querellas personales entre líderes, que siguen manteniendo encallado el barco de la formación de Gobierno, no fueran suficientes para hacernos temer la eventualidad de esa tercera consulta, la manifestación de consumado tancredismo protagonizada ayer por Mariano no hace sino confirmar las peores sospechas. ¿Está pensando el PP en esas terceras generales capaces de darle de nuevo, solo o en compañía de otro, esa cómoda mayoría que necesita para gobernar, para lo cual solo necesita marear la perdiz y confundir al personal, es decir, administrar a conveniencia el encargo regio taponando cualquier otra iniciativa que pudiera adoptar el Rey? Porque si sus protestas sobre la urgencia de contar con un Gobierno estable fueran sinceras, a Mariano –y al inane Partido Popular- tendría que haberle faltado tiempo para aceptar, no ayer sino hace más de una semana, las más que asumibles condiciones impuestas por Rivera para tragarse el sapo del donde dije digo digo Diego y del brazo de Mariano nunca jamás.
La comparecencia ayer tarde de José Manuel Villegas, en representación de Ciudadanos, para lidiar el toro que el líder del PP había plantado en la arena apenas tres horas antes resultó, por lo dicho, ciertamente patética. Porque la única respuesta aceptable de Ciudadanos al insólito desplante popular hubiera sido anunciar ayer mismo la retirada de las condiciones de marras y la ruptura de cualquier conato de negociación con Rajoy y su banda, hasta que el PP no se comporte como se espera de una derecha responsable, consciente de su responsabilidad en la encrucijada española actual. Albert Rivera prefirió hacer mutis por el foro, degradando así la respuesta de Ciudadanos, en un ejercicio que, no sin cierta dosis de caridad cristiana, cabría calificar de responsable, al evitar responder a la provocación del PP en caliente.
Encallados en el juego de los intereses personales
Ciudadanos sigue asumiendo riesgos, el más notorio de los cuales dimana de ese intento de nadar y guardar la ropa o quedarse siempre a medio camino entre Pinto y Valdemoro. Apoyar la investidura de Rajoy no tiene sentido si al tiempo no se garantiza una legislatura larga susceptible de hacer posible las reformas que necesita el país en todos los órdenes, incluido, por supuesto, el inaplazable problema catalán que sigue creciendo sin pausa. Y para eso Ciudadanos no tiene más remedio, o así me lo parece, que entrar en un Gobierno de coalición desde el cual vigilar el estricto cumplimiento de los compromisos contraídos por el regente Rajoy, impidiendo el gato por liebre de Rajoy, bajo amenaza de ruptura de la coalición y automática moción de censura. Jugar a todas las barajas (la infumable carta en El País del pasado domingo) no parece de recibo. Apostar de verdad por la estabilidad, desde el punto de partida de esos 169 diputados, supone hacerlo con todas las consecuencias. Asegurar el crecimiento económico y la creación de empleo exige una legislatura de consenso, de pacto, de luz y taquígrafos, no de trampas en el solitario.
Los líderes de los llamados partidos constitucionales, con particular mención para PP y PSOE, siguen aferrados al juego ruin de sus cálculos privados
Pero no van por ahí los tiros. Perdamos toda esperanza. Los líderes de los llamados partidos constitucionales, con particular mención para PP y PSOE, siguen aferrados al juego ruin de sus cálculos privados, sus intereses personales, sus odios bíblicos, su innata mezquindad, su escasa altura de miras… Toda la estrategia de Mariano Rajoy parece orientada a cargar en el debe de Pedro Sánchez la responsabilidad de esas terceras generales, mientras que todas las esperanzas de Sánchez parecen puestas en llevarse por delante a Mariano Rajoy aunque sea lo último que haga en su vida política, sin que se sepa qué propuesta formularía a los españoles después de tan histórico logro. Salvando las distancias y el componente trágico de la comparación, la situación actual guarda notables analogías con el grado de hipocresía moral, juego sucio y rebuscados cálculos personales que condujeron al mundo a aquella carnicería que fue la primera Guerra Mundial.
Lo relató como nadie Bárbara Tuchman en “Los Cañones de Agosto”. El cinismo calculado de los líderes, las rencillas personales entre los generales, los odios de índole nacionalista, los deseos de históricas revanchas, empujaron al mundo a una aventura que “iba a durar unas semanas” y terminó en una masacre que nadie supo parar. Todos perdieron, nadie ganó. La Europa que se adentró en el verano de 1914 inmersa en la engañosa placidez de la belle époque, tras décadas de fructífera paz, salió de él convertida en un montón de ruinas, con millones de víctimas. Tuchman termina su obra afirmando que “Los países se vieron acorralados en una trampa, una trampa de la que no hubo y no ha habido salida”. La trampa de Sánchez consiste en creer que en unas terceras generales podría irse hasta los 95 diputados, convirtiéndose en salvador del PSOE; la de Rajoy, en que podría ponerse a tiro de la mayoría absoluta bailando sobre el cadáver humeante de Ciudadanos. De los cañones que este agosto de 2016 tienen a los españoles perplejos ante tanta inaudita estulticia, tanta general mediocridad, tanta extendida cobardía, solo puede derivarse la ruina de España. Lo decía este lunes Fernando García de Cortázar en ABC: “Nos estamos jugando el que España empiece a cansarse de su propia existencia en común, que comience a notar una fatiga que la conduzca a un vertedero de ilusiones perdidas y confianza desmantelada. Estamos en un verdadero estado de excepción”.