El último fichaje galáctico de Podemos, el exjefe del Estado Mayor de la Defensa (2008-2011) José Julio Rodríguez (Ourense, 1948), ha generado en la sociedad civil española y en los mandos militares la sorpresa que cabe imaginar. De insólito, como poco, se puede calificar el triple salto mortal protagonizado por un alto mando del Ejército que decide formar parte de la candidatura de un partido situado en los nebulosos márgenes de la lealtad institucional, o que planta al Rey en la recepción oficial el Día de la Fiesta Nacional, aquella en la que tantas veces la nueva estrella de Pablo Iglesias lució, se supone que con orgullo, sus galones. Un partido, en concreto, que quiere acabar con el “régimen” de la Transición.
El general Rodríguez está muy lejos de esa "neutralidad política" de la que hacen gala los militares
Tales cuestiones parecen no haber importado demasiado al que fuera Jemad de la segunda legislatura del Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, un general del Aire retirado, experto en nuevas tecnologías, logística e inteligencia militar, con una preparación de muy alto nivel. Cuestión bien distinta es lo que atañe a una ideología, “su” ideología, ahora lo hemos sabido, que se da directamente de bruces con esa “neutralidad política” de la que hacen gala los militares y que distingue a los Ejércitos de las democracias que en el mundo son. Resulta que no, resulta que José Julio Rodríguez, uno de los hombres que ha dispuesto de más poder en las Fuerzas Armadas en los últimos años, no estaba ahí: tenía su corazoncito muy escorado a la izquierda, muy lejos de ese “centro” donde le gusta situase a la mayoría de la población española.
¿Estaba preparado el Jemad para mantener no solo esa “neutralidad política” –que, cierto, no se pide a quienes se retiran-, sino el grado de independencia de criterio que reclama la dirección de unos Ejércitos que han hecho de la defensa de la convivencia y la concordia entre españoles uno de sus más preciados estandartes? El general Rodríguez, que ha tenido acceso a secretos de Estado sometidos por ley a la máxima confidencialidad, que ha mantenido una estrecha relación de amistad con el rey emérito Juan Carlos I y con el actual director general del CNI, Félix Sanz Roldán, al que sucedió como Jemad, pasará ahora -¿ya lo venía haciendo?- a asesorar a Podemos, poniendo toda esa experiencia, agenda y conocimiento al servicio de los herederos de la izquierda anticapitalista. Porque resulta que Podemos se define, se definía al menos antes del viaje táctico hacia la socialdemocracia emprendido por Iglesias, como anticapitalista. Es decir, comunista.
Para Podemos, la Operación Jemad es un éxito mediático incuestionable que da aire a un partido que ha ido perdiendo fuelle conforme se fueron conociendo sus escándalos “venezolanos” y la sociedad española soltó el lastre del odio acumulado durante estos años de durísima crisis. Odio contra una clase política cuya calidad se ha ido deteriorando a ojos vistas con el paso del tiempo, deterioro que, ahora se ve claro, no afecta solo a los políticos. En efecto, la aparición estelar del Jemad al lado de Iglesias no hace sino poner de manifiesto la pobre selección de las élites que se realiza en este país. Nos enteramos que quien fue máximo responsable de nuestras Fuerzas Armadas se postule ahora como ministro de Defensa de un partido contrario a la OTAN, cuyas funciones pretende “reformular” porque “la OTAN forma parte del pasado”. ¿A dónde le gustaría llevarnos el general Rodríguez en caso de un Gobierno Iglesias para España? ¿A algún tipo de nuevo Pacto de Varsovia, por ventura, más acorde con los postulados ideológicos originarios de Podemos? Un completo dislate.
Difícil saber si lo de José Julio Rodríguez es romanticismo o resentimiento. Dejó, sí, una pista de lo que escondía en su “almario” cuando prometió, que no juró, su cargo en la ceremonia de toma de posesión, el 21 de julio de 2008. Ni un detalle más. Antes al contrario, en la recta final de su mandato el personaje llegó a estar mal visto por una parte de la cúpula militar, a cuenta de su empeño en mantener un férreo sentido de la disciplina que, por ejemplo, incluía el máximo respeto a la cadena de mando, cadena que arrancaba en la entonces ministra Carme Chacón (PSOE), su gran valedora.
En la recta final de su mandato el personaje llegó a estar mal visto por una parte de la cúpula militar, a cuenta de su empeño de mantener un férreo sentido de la disciplina
El griego de Alexis Tsipras, primer ministro heleno, debe haber sentido un puntito de envidia al enterarse del golpe mediático protagonizado por su amigo Iglesias. Su actual ministro de Defensa es el nacionalista Panos Kamenos, como antes lo fue Costas Isychos, uno de los fundadores de la izquierda radical Syriza. Ninguno con el pedigrí, ninguno llegó tan lejos en la carrera militar como el ciudadano Rodríguez, general del Aire Rodríguez. Un hombre que representa como pocos la mutación de las esencias que han caracterizado a las Fuerzas Armadas españolas en la democracia y, en general, la radical alteración de valores sufrida por una sociedad perdida en el laberinto zapaterista, el estúpido buenismo de quien todo lo espera del Gran Padre Estado y nada de la libertad individual. El general Rodríguez es, por eso, zapaterismo puro y duro.