La discusión se repite cada verano, el Real Madrid gasta una morterada en cualquier jugador, mejor o peor, y el escándalo está servido. Pasa también, aunque con menos ruido, cuando lo hace el Barcelona. La primera reclamación dice que el Madrid revienta el mercado, y es verdad. Al menos si consideramos que todos los clubes se mueven en los mismos parámetros. El problema es que todo ello puede empezar en una incorrección, no se puede analizar igual un fichaje de todos los clubes pues, es obvio, no todos tienen la misma capacidad económica. 80 millones en el Bernabéu suponen, dando por buenos los 515 millones de presupuesto, son aproximadamente un 15,5% de la caja del club blanco.
El tiempo ha ido consolidando cada verano un gasto de este tamaño y las cuentas han seguido saliendo al final de cada temporada. El Madrid gastó el año pasado 166 millones el año pasado, 33 hace dos, 55 en 2011, 93 en 2010 y, en el primer año de Florentino (cuando se prometieron tres años de gasto en un solo verano) 257. Las cifras, tomadas de la web transfermarket, demuestran una provisión anual media aproximada de más de cien millones en cada temporada.
¿Se equivoca Florentino en estas inversiones? Si nos quedamos en la justicia futbolística, sí. Es un error que cada año el Madrid se pueda gastar cuatro, cinco o seis veces más que la mayoría de rivales de su Liga y dos o tres veces más que casi todos sus competidores europeos. Ahora bien, es dudoso que el presidente del Madrid busque la justicia. Es más, es dudoso que su cometido en el fútbol sea buscar la justicia global.
Un presidente actúa, grosso modo, como el CEO de una empresa. Su trabajo tiene dos objetivos. El primero es maximizar los ingresos que pueda tener el club en un año. Si el Madrid es capaz de subir sus ingresos en un 10 o un 15%, sus opciones de triunfar son mayores. Actualmente, su poderío es inigualado (menos por su hermano siamés, el FC Barcelona) en todo el continente. La segunda parte tiene que ver con la gestión de esos ingresos y aquí hay tantas teorías como personas piensen en ello. Quizá, lo más obvio sea decir que un club así busca la mejor plantilla para aumentar las posibilidades de éxito deportivo.
Pagar 80 millones por un chico de 22 años, como ha hecho esta temporada el Madrid, es un movimiento de más riesgo deportivo y de imagen que económico. Mientras las televisiones sigan dando 160 millones por año (cifra tomada del presupuesto), el club blanco podrá permitirse el fallo en operaciones de este calibre. Podríamos volver al principio y hacer notar que el reparto es injusto (tomando la justicia como igualdad, algo que también podría ser debatido), pero quizá el error está en señalar a los patrones de los dos grandes clubes y no a los organizadores de la competición, a los gerifaltes europeos y al resto de equipos que conforman el campeonato. Al menos a los que aceptan sin dar batalla, que los hay. Al fin y al cabo Madrid y Barcelona han conseguido sacarle a ese concepto más que nadie en todo el planeta y, en ese sentido, han hecho un buen trabajo cubriendo sus intereses y maximizando sus ingresos.
El pasado año el Madrid colmó sus expectativas deportivas como no lo hacía en mucho tiempo. Ganó la Copa y la Liga de Campeones y dejó la sensación global de que la plantilla estaba ya hecha, que no había posición descubierta y que, con lo puesto, ya tenía para afrontar una temporada más con todas las garantías. Podría haber parado de gastar, pero está por ver si en un club deportivo eso es posible. Teniendo en cuenta que el Madrid tiene 100 millones anuales para entrar en el mercado, y que es una entidad sin ánimo de lucro, lo normal es convertir esa provisión en jugadores, creando así una pescadilla que se muerde la cola.
Decía Santiago Segurola hace pocas fechas que la compra de James era también una demostración de estatus y esto, que desde un punto de vista futbolero podría resultar ridículo, tiene bastante fondo en el mundo empresarial en el que hoy en día se mueve el deporte. Comprar a James demuestra el estatus del Madrid y también ayuda a dificultar el mercado al resto de equipos. ¿Cuánto cuesta X si James cuesta 80? Y esto, que sería el cenit de la maldad, puede ser solo política de empresa.
Mientras las cosas sigan así, el Madrid y el Barcelona estarán en posición de ir cada verano a la guerra del mercado con las mejores armas. Ambos podrán decir, además, que su competición no sólo en España, sino también Europa, y ahí aparecen oligarcas y jeques varios capaces de meterse en cualquier carrera. Al final lucharán, como siempre hicieron los poderosos, por mantener su estatus.
Quedan sueltas, eso sí, cuestiones de comportamiento y comunicación. Dando por bueno todo lo de arriba no tiene sentido hablar de humildad, ni de igualdad, no es de recibo no aceptar las críticas que hablan de elefantes en cacharrerías y solo vale callar cuando otro club, en el último caso el Atlético, señala que va a la guerra con tirachinas y otros con tanques y aviones. El Madrid (y el Barcelona, que para esto es lo mismo) tiene que ser consciente de su realidad, aprender a defenderla y no a negarla, tratar de ser pedagógico con estas cuestiones, ser más inteligente en la venta de las operaciones (cuando los blancos meten dinero a estas velocidades en el mercado son muchos los que terminan beneficiándose). Algún día puede plantearse si en esto, que es fútbol, y no deja de ser un juego, merece la pena entrar a saco con todos los parámetros empresariales.
Hasta que no haya un replanteamiento total (y a escala europea) de todo lo que se está haciendo con el mercado futbolístico el Madrid y el Barcelona tendrán que seguir actuando igual. Gastar dinero a manos llenas puede ser la mejor manera de ser competitivo. Y para eso votaron a sus presidentes.