Opinión

Los aplausos rotos

Lo mas preocupante de cuanto hemos visto en la investidura de Pedro Sánchez son unos partidos que ya no solo jalean a su portavoz, sino a cualquiera de su 'bando', en este siniestro revival de las 'dos Españas'

  • El famoso cuadro "Duelo a garrotazos" de Goya, expuesto en el Museo del Prado

La peor señal del deterioro en nuestra convivencia, la más dramática de cuantas ha emitido el inquietante debate de investidura de Pedro Sánchez, no es ese grito de "ladrones" desde la izquierda a la bancada del PP, ni el "asesina" lanzado por ésta contra la portavoz de Bildu, Merche Aizpurúa; tampoco los agónicos "¡Viva la Constitución! ¡Viva el Rey! ¡Viva España!" proferidos por el diputado de Foro Asturias, Martínez Oblanca, y respondidos a voz en cuello por el lado derecho del Hemiciclo; o ese Pablo Casado hiperventilado llevándose la palma de la mano al rostro para llamar caradura a Pedro Sánchez.

Todo eso, la sobreactuación, siempre ha existido y existirá porque forma parte del teatro de la política en un país latino como el nuestro. Queda en el Hemiciclo del Congreso como el juego subterráneo, las patadas, se quedan en el campo de fútbol. Ahí está en el Diario de Sesiones aquel "usted ha traicionado a los muertos" (de ETA) que Mariano Rajoy le lanzó a José Luis Rodríguez Zapatero y la escandalera posterior.

Sánchez, Casado, Abascal, Iglesias o Arrimadas tenían garantizado cada vez que subían a la tribuna el aplauso de su 'bando' puesto en pie como si no hubiera un mañana; dijeran lo que dijeran

No. Me refiero a otra cosa, a la reaparición de una inquietante señal de la que nadie quiere hablar: los aplausos rotos de un bando -palabra de resonancias siniestras en la reciente historia de España- contra el otro. Estuvieran Sánchez, Casado, Santiago Abascal, Pablo IglesiasInés Arrimadas en el uso de la palabra... daba igual lo que dijeran. Tenían las palmas garantizadas de su lado del Hemiciclo puesto en pie como si no hubiera un mañana.

Es verdad que lo ajustado del escrutinio -un solo voto separaba al ya presidente de la gloria o el fracaso- y el paso de las horas abonaban la tensión extrema, pero en treinta años de ejercicio este periodista solo había visto tres modalidades de comportamiento: aplaudir a tu portavoz, gritar al de enfrente -hasta que el presidente del Congreso te llamaba al orden-, y guardar las distancias incluso con los partidos próximos.

La desaparición de rojos y azules fue un logro de la hoy tan denostada Transición, mérito de los Adolfo Suárez, Santiago Carrillo, Manuel Fraga, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. No me pregunten por qué, pero algo de eso se rompió este fin de semana en la primera investidura de  Pedro Sánchez -a la tercera fue la vencida-, y él debería ser el primer interesado en arreglar el desaguisado si quiere que la legislatura sea algo más que una cuenta atrás para desalojar al "traidor" (sic) en una suerte de siniestro revival de dos Españas siempre prestas a helarnos el corazón.

O con él o contra él 

El debate parlamentario es incompatible con la algarada, con el lanzamiento de venablos y con los ¡Vivas!, sean al Rey o a Cartagena; necesita de cierto teatro para las crónicas, cierto, pero sobre todo y, principalmente, distancia, desapasionamiento, cruce de argumentos y exhibición de oratoria... nada de esto vimos éste sábado y domingo, solo un tremendo duelo a garrotazos, como el célebre cuadro de los cazurros pintados por Goya hace más de dos siglos. Daba igual lo que dijera quien subiera a la tribuna de oradores. El ambiente era: con Sánchez o contra Sánchez.

Si lo sabrá la más aplaudida por la derecha, Ana Oramas, en rebeldía contra su partido, Coalición Canaria, por rechazar una investidura ante el "peligro para la convivencia" que entraña el pacto del PSOE con ERC; mito elevado a los altares del antisanchismo cual Agustina de Aragón del 2020. Y no digamos el más aplaudido por el otro bandoTomás Guitarte, de Teruel Existe, que ha comprobado ya en sus carnes que esto no va (solo) de mantenimiento de estaciones y taquillas de Renfe en la España vaciada.    

Cuenta Alfonso Guerra que la nuestra de 1978 no es solo una Constitución; fue/es, sobre todo, el único "acuerdo de paz" posible tras una guerra incivil (1936-39) que produjo medio millón de muertos y cuarenta años de desolación y espanto, incluso a los vencedores aunque estos no lo supieran.

El fantasma del enfrentamiento, de ésa vuelta a las andadas, a las 'dos Españas', pesa mucho sobre los que ya hemos superado el medio siglo

Eso explica alguna de las peculiaridades de la Carta Magna y no pocos de los temores a reformarla de todos aquellos que han sido algo en la política, empezando por el propio Guerra, heredero de los que la perdieron y hoy felizmente reconciliado con los herederos de los que la ganaron. Y eso explica, también, que el fantasma del enfrentamiento, de ésa vuelta a las andadas, pese y mucho sobre los que ya hemos superado con creces el medio siglo. 

Sánchez debe entender que no se puede gobernar ningún país donde unos y otros se tienen miedo. Su problema no son los quince días de plazo que le ha dado Gabriel Rufián para constituir la famosa mesa donde quiere debatir nada menos que la autodeterminación de Cataluña. No. Su problema es convencer al otro bando de que no está ante ese "traidor" susceptible de ser sometido a esa suerte de impeachment hispano que le conduciría al banquillo del Tribunal Supremo al amparo del artículo 102 de la Constitución.

Y PP y Vox solo necesitan la firma de 88 de sus 141 diputados -una cuarta parte del Congreso... porque ganas, lo que se dice ganas, ya demostraron este fin de semana que les sobran.

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