Opinión

Así habló Luis de la Fuente

Hay muchos jóvenes desacomplejadamente católicos, desacomplejadamente españoles, desacomplejadamente desacomplejados

  • Luis de la Fuente, seleccionador de España -

Terminamos hoy la trilogía improvisada sobre la Eurocopa, esta vez aún más alejada de lo meramente futbolístico (la sombra de Camus es alargada). Hemos comentado el impacto de ver camisetas de España en un territorio hostil, y también, la semana pasada, las reacciones a una victoria que se le atragantó a los promotores del pluralismo soviético. Hoy toca hablar de unas palabras de Luis de la Fuente

El seleccionador nacional se fue convirtiendo durante el torneo en un personaje mediático extraño, en el buen sentido. Resultaba pintoresco, incluso extravagante, y paradójicamente era debido a la normalidad con la que se expresaba. No decía nada fuera de lo común. No era especialmente ingenioso ni ocurrente. No buscaba epatar a los periodistas ni al público. Pero tampoco se conformaba con los lugares comunes, que es lo habitual en quien prefiere un perfil bajo y poca exposición. Hablaba de cuestiones importantes sin darse importancia.

Lo primero que llamó la atención fue un breve y amable intercambio con una periodista de la Cope, la radio de la Conferencia Episcopal. 

-¿Es supersticioso, tiene alguna manía antes de los partidos?

-No, ninguna.

-Se persigna siempre.

-No, sí, sí, pero eso no es superstición; eso es fe.

En ese momento vimos que había algo distinto. Algo que no suele tener presencia en los medios, en los retratos siempre parciales de la normalidad española. Un católico, la figura pública española más importante del momento, hablando con naturalidad de la fe (y corrigiendo a una periodista de la emisora católica).

Efectivamente, la fe no es superstición. Y está bien que lo recuerde el seleccionador. La superstición es otra cosa, y es muy fácil reconocerla. Por ejemplo, hace unos días Luis Arroyo, consultor de comunicación política, dejaba en el púlpito de La Ser un mensaje que lo resume muy bien. Estaba hablando sobre el pacto del PSOE con ERC para que Cataluña recaude y gestione todos sus impuestos, abriendo un nuevo espacio de privilegios fiscales en España. Pero como buen experto en comunicación política, sus palabras no intentaban describir la realidad, sino deformarla: “Mientras haya un Gobierno progresista no hay que temer demasiado por la desigualdad”. Eso es superstición. ‘Progresista’ es una palabra mágica. Basta con llevarla en el bolsillo y manosearla de vez en cuando para que el fanático encuentre paz y consuelo.

La fe no proporciona principalmente sentido y consuelo, sino ante todo un modelo de vida que no se centra en lo material, en lo inmediato y en lo útil

La fe católica es algo distinto, y más difícil de explicar. Se suele reducir a dos elementos que poco tienen que ver con la vivencia profunda de la misma: la superstición y el consuelo. Sin duda la fe puede tener elementos cercanos a la superstición y puede buscarse para encontrar consuelo, pero no es sólo, ni esencialmente, esto. La superstición es inconsciente, mientras que el consuelo parte del utilitarismo. La fe implica el reconocimiento de que existe algo por encima de nosotros -algo que, además, está pendiente de nosotros- y de que existió alguien que murió por nuestros pecados. No sólo eso: el creyente sabe que Jesucristo resucitó y que nos anima a vivir mejor.

La fe no proporciona principalmente sentido y consuelo, sino ante todo un modelo de vida que no se centra en lo material, en lo inmediato y en lo útil. Insistimos mucho en los mensajes que les llegan a los chavales. En que sus referentes son vacíos, incompletos, producidos en serie, de consumo masivo e inmediato. Teníamos a Broncano en Movistar y ahora lo tendremos en TVE, con sus preguntas recurrentes: cuánto dinero tienes en el banco, cuánto follas. Por TVE pasó también Gen Playz, el espacio de Inés Hernand con Ignatius Farray o Samantha Hudson. La televisión pública quería ofrecer a los jóvenes un modelo vital concreto, y ellos eran los referentes adecuados. Cuánto tienes, cuánto follas, cuántos likes, cuánto sufres, cuánto te indignas, cuánto te deben.

Pero algunos jóvenes en España están empezando a andar por otros caminos. Hay muchos jóvenes desacomplejadamente católicos, desacomplejadamente españoles, desacomplejadamente desacomplejados. En el futuro, espero no equivocarme, les será más fácil evitar la vida de neurosis múltiples que ha marcado a la generación anterior, empeñada en describir y amplificar una por una todas sus desgracias, en señalar culpables reales o imaginarios y en inventar nuevas desgracias cuando las otras van pasando de moda.

Los más jóvenes aún no están ahí porque aún son jóvenes, pero necesitarán estar en algún sitio, y es bueno que existan modelos de vida distintos. El discurso de Luis de la Fuente durante la Eurocopa seguramente ofreció propósito, sentido y certeza a muchos de ellos. Tal vez no conocen las palabras, pero intuyen que detrás de ese mensaje hay algo interesante. 

"A toda persona que trabaja, que se deja la piel, la vida te da recompensa. Si trabajas y eres honesto, eres honrado, si das todo lo que tienes, la vida siempre te devuelve algo nuevo"

El día después de la victoria, el seleccionador dejó unas palabras que produjeron aún más perplejidad que las anteriores. Produjeron incluso indignación y rabia, aunque es verdad que estas dos emociones son el modo por defecto en esta generación. Debían de ser unas palabras terribles, si alguien se acercaba a las reacciones. Fueron resumidas con este titular en El País: "A toda persona que trabaja, que se deja la piel, la vida te da recompensa. Si trabajas y eres honesto, eres honrado, si das todo lo que tienes, la vida siempre te devuelve algo nuevo".

“Es un discurso tóxico”, replicaron de inmediato. Es mentira, es falso, es dañino, es la causa de todos nuestros males. Vende una imagen irreal, hay gente buena que fracasa. Es el mito de la meritocracia. La mayoría de las críticas evidenciaban que ni siquiera habían escuchado el mensaje. “Pero si no hubiéramos ganado también habría sido justo”, había precisado el propio Luis de la Fuente. 

Recrearse en los fracasos

El mensaje era lo más alejado que puede existir a un discurso tóxico. Esa forma de entender la vida no promete recompensas materiales si eres bueno, no garantiza éxitos si trabajas. No es el mito de la meritocracia, sino el camino de la virtud. Lo que dice es que ser bueno, honrado, trabajador, amable, es la elección correcta. Te lleve a donde te lleve. Lo tóxico es recrearse en los fracasos, el sufrimiento, las injusticias, las desgracias particulares que nos han tocado. Es tóxico porque te ancla a una mala situación, te envenena, hace que te recrees en ello aunque creas que lo estás denunciando, te envilece y envilece la imagen que tienes de los demás. Si me va mal tiene que haber culpables, nos decimos. Pero es al revés. Si me va mal lo último que debo hacer es ser malo. Porque entonces sería aún peor.

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